“SOLO POR HOY, LLÁMAME TU ESPOSO”, LE DIJO EL MILLONARIO — Y ESA NOCHE CAMBIÓ SU DESTINO 💔

La lluvia caía sobre Nueva York con esa melancolía de película que solo la ciudad sabe crear. En medio del tráfico y los paraguas, Clara, una joven asistente de eventos, corría para no llegar tarde a su turno en el hotel más lujoso de Manhattan. Esa noche se celebraba una cena privada, reservada por un solo hombre: Alexander Wolfe, un millonario tan misterioso como temido en el mundo financiero.

Clara lo había visto solo una vez, de lejos, cuando entró al lobby rodeado de guardaespaldas. No entendía cómo alguien podía irradiar tanta frialdad y tristeza al mismo tiempo. Pero esa noche, su destino la pondría frente a él… de una forma que jamás imaginó.

Mientras colocaba copas en una de las mesas, un asistente se acercó con prisa.
—Tú, la de uniforme negro —dijo señalándola—. El señor Wolfe quiere hablar contigo.
—¿Conmigo? —preguntó, sorprendida.
—Sí, contigo. Y hazlo bien, no le gusta repetir las cosas.

Con el corazón latiéndole en el pecho, Clara caminó hasta el salón principal. Alexander Wolfe estaba solo, sentado frente a una mesa impecablemente servida. Llevaba un traje oscuro, el cabello peinado hacia atrás y una mirada que parecía atravesarlo todo.

—¿Su cena, señor? —preguntó con voz temblorosa.
Él levantó la vista y la observó por unos segundos que parecieron eternos.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Clara, señor.
—Bien, Clara… necesito pedirte algo muy inusual.

Ella no supo qué responder. Wolfe se levantó, tomó un pequeño estuche de terciopelo y lo colocó sobre la mesa.
—Esta noche tengo una reunión con un grupo de inversores muy conservadores —dijo—. Son anticuados, creen en las apariencias. Y para ellos, un hombre casado inspira confianza.
—¿Quiere que yo…?
—Sí —interrumpió con una leve sonrisa—. Solo por hoy, llámame tu esposo.

Clara quedó paralizada. Pensó que era una broma, o tal vez una cámara escondida.
—Señor Wolfe, yo… no puedo fingir algo así.
—Te pagaré bien —dijo, abriendo el estuche: dentro había un collar de diamantes—. Pero no es solo por dinero. Necesito que parezca real.

Ella vaciló, pero algo en su tono la convenció. Había tristeza en su voz, una súplica que no coincidía con su reputación de hombre impenetrable.
—Está bien —dijo finalmente—. Solo por hoy.

Minutos después, Clara regresó al salón transformada. Llevaba un vestido azul que el propio Wolfe había mandado traer. Los invitados llegaron: empresarios, políticos y figuras públicas. Todos la saludaban con cortesía, creyendo que era la esposa del millonario. Él la trataba con ternura convincente: le servía vino, le sonreía, le susurraba cosas al oído para que riera. Y lo más sorprendente era que no parecía fingir.

Durante la cena, uno de los hombres comentó:
—Alexander, no sabíamos que estabas casado.
Él sonrió y respondió:
—Algunas cosas valiosas no necesitan anunciarse.

Clara sintió un nudo en el pecho. No entendía por qué sus palabras sonaban tan sinceras.

Al terminar la cena, cuando los invitados se fueron, Wolfe la acompañó hasta una terraza privada. La ciudad brillaba bajo la lluvia.
—Gracias por ayudarme —dijo él—. No suelo pedir favores.
—No fue nada, señor Wolfe.
Él se acercó y, con una voz más suave, añadió:
—Alexander. Llámame Alexander… al menos por hoy.

Ella sonrió.
—De acuerdo… Alexander.

Durante unos segundos, no hubo palabras. Solo el sonido lejano de la ciudad y la sensación de que algo profundo flotaba entre ellos. Finalmente, Clara se atrevió a preguntar:
—¿Por qué necesitaba hacerlo? ¿Por qué fingir estar casado?

Él suspiró.
—Hace tres años, estuve comprometido —dijo sin apartar la vista del horizonte—. Ella murió antes de la boda. Desde entonces, todos esperan que siga adelante. Pero no puedo. Cada vez que debo enfrentar reuniones, eventos… siento que vuelvo a perderla. Fingir que tengo a alguien a mi lado es la única forma de no sentirme vacío.

Clara sintió un nudo en la garganta.
—Lo siento mucho —susurró—. No sabía…
—Nadie lo sabe —interrumpió él—. Pero cuando te vi, pensé que por una noche podría recordar cómo se siente no estar solo.

El silencio que siguió fue tan honesto que las palabras sobraron. Ella no sabía qué decir, así que simplemente tomó su mano. Y él, por primera vez en años, la sostuvo sin miedo.

Esa noche no hubo besos, ni promesas. Solo dos almas heridas que encontraron consuelo en el otro. Antes de despedirse, Alexander le entregó una tarjeta.
—Si alguna vez necesitas algo, llámame —dijo—. Aunque solo sea para fingir otra cena.

Clara sonrió, pensando que jamás lo haría. Pero el destino tenía otros planes.

Semanas después, el hotel recibió un donativo anónimo: una suma enorme para pagar las deudas médicas de la madre de Clara. Nadie supo quién fue, pero ella lo entendió en cuanto vio una nota dentro del sobre:

“Gracias por recordarme cómo se siente vivir. —A.W.”

Pasaron meses, y un día el nombre “Alexander Wolfe” volvió a aparecer en su vida. Esta vez, no en una reunión, sino en una carta:

“Clara, necesito que vuelvas a llamarme esposo. Pero esta vez… que no sea solo por hoy.”

Clara lloró al leerla. No por el dinero, ni por la propuesta, sino porque comprendió que el amor puede nacer incluso de un acto fingido, si ambos corazones comparten la misma herida.

Desde entonces, en la alta sociedad de Nueva York, se cuenta una historia curiosa: la del millonario que pidió a una camarera que fingiera ser su esposa… y terminó casándose con ella de verdad.

Y en su anillo de bodas, grabaron las palabras que los unieron aquella primera noche:

“Solo por hoy… pero para siempre.”