Entre miradas incómodas en el foro, silencios del panel y un suspiro que lo dice todo, Gustavo Adolfo Infante admite que su corazón pertenece a otra persona y pide borrar para siempre el nombre de su expareja del espectáculo
La frase duró unos segundos, pero alcanzó para romper años de especulaciones, para cambiar la atmósfera del foro y para convertir un bloque “tranquilo” de televisión en el clip más compartido del día en redes sociales.
—Tengo un nuevo amor, ¡no la mencionen más!
Gustavo Adolfo Infante no estaba interrogando a nadie esta vez. No estaba exigiendo pruebas, ni pidiendo versiones, ni desmenuzando la vida personal de algún famoso. Estaba hablando de sí mismo, de su corazón, de su propio pasado.
Y lo hizo en el lugar donde, durante años, había sido juez, crítico y narrador de las historias de otros: su propio programa.

Un bloque cualquiera… hasta que dejó de serlo
La tarde transcurría como tantas otras en la televisión de espectáculos: titulares de última hora, peleas de famosos, romances inesperados, temas reciclados, panelistas opinando a toda velocidad.
El conductor del espacio —esta vez sentado frente a su propio equipo— había decidido abrir un bloque “más personal”, donde cada uno contaría algo que el público no supiera. Una dinámica ligera, casi de juego, pensada para acercar al público a la parte humana del elenco.
—A ver, Gustavo —le dijo una de sus compañeras, con sonrisa traviesa—, siempre hablas de todos, de sus romances, de sus pleitos y de sus secretos. Hoy te toca a ti. ¿Cómo está tu corazón?
El libreto admitía una salida fácil: un chiste, una evasiva, una frase hecha. Durante años, él mismo había recurrido a eso: “casado con el trabajo”, “el amor y yo estamos peleados”, “no tengo tiempo ni para mí”.
Pero aquella tarde, algo distinto se asomó en su rostro. No fue una lágrima ni un temblor dramático, fue algo más discreto: una pausa.
Una pausa incómoda.
Una pausa que nadie esperaba.
—Mi corazón… —empezó, mirando al piso— está tranquilo. Y sí, tengo un nuevo amor.
El murmullo del foro fue inmediato.
Sus compañeros se voltearon a verlo con una mezcla de sorpresa y curiosidad genuina. El director, en cabina, ordenó que nadie cortara: “Déjenlo, déjenlo, que hable”.
Lo que nadie vio venir fue la segunda parte de la frase:
—Y por favor… —añadió, esta vez mirando directo a la cámara— no la mencionen más.
¿A quién?
No hizo falta que dijera el nombre. El público ya sabía de quién hablaba.
El fantasma de un nombre que se volvió tema recurrente
Durante años, el tema de su expareja había flotado alrededor de su imagen como una nube que se negaba a disiparse. Cada vez que salía su nombre en alguna nota, en algún escándalo ajeno, en alguna referencia secundaria, alguien retomaba ese capítulo.
Los memes, los hilos de discusión, las burlas, las alusiones en otros programas: siempre había alguien listo para recordarle, de manera directa o disfrazada, aquella relación que terminó en medio de versiones encontradas, malentendidos y declaraciones incompletas.
En su programa, en entrevistas, en podcasts, la pregunta aparecía una y otra vez, solo con palabras distintas:
—¿Te dolió?
—¿Te arrepientes?
—¿La extrañas?
—¿Le hablarías otra vez?
Él, fiel a su estilo, contestaba con frases calculadas: un poco de dureza, un poco de humor, un poco de diplomacia. Nunca demasiado, nunca lo suficiente. Lo justo para llenar el aire sin cerrarlo del todo.
Pero aquella tarde las cosas parecían haber llegado a un límite.
—Estoy cansado —dijo, sin levantar la voz— de que cada vez que hablo de mi vida, tarde o temprano, terminemos mencionándola.
Sus compañeros guardaron silencio. El “juego” se había convertido en algo más grande.
“Tengo un nuevo amor”: la confesión que nadie esperaba oír de él
La primera parte de la frase, la que tenía que ver con el “nuevo amor”, también merecía atención.
—¿De verdad estás con alguien? —preguntó otro de los panelistas, tratando de recuperar el tono ligero—. ¿Es en serio que tienes pareja?
Gustavo asintió, esta vez con una sonrisa breve que no parecía forzada.
—Sí —confirmó—. Y no es un amor improvisado, ni de hace una semana. Ya tiene tiempo acompañándome, pero yo decidí guardarlo para mí, porque cada vez que lo suelto… el pasado se mete por la puerta.
La compañera insistió:
—¿Es alguien del medio?
—No voy a decir quién es —respondió él—. No porque tenga vergüenza, sino porque quiero cuidarla. Lo único que quiero que sepan es que mi corazón ya no está donde lo dejaron hace años.
El foro reaccionó con un “uhhh” casi coreado.
La frase había sido lapidaria: “donde lo dejaron”.
—Cuando digo “tengo un nuevo amor” —añadió—, no es solo una declaración romántica. Es una línea. Una línea que separa lo que fui, lo que aguanté y lo que ya no estoy dispuesto a seguir cargando.
“No la mencionen más”: la súplica que sonó a límite
La parte que más ruido hizo no fue el anuncio de su romance, sino la súplica que lo acompañó.
—No la mencionen más —repitió—. Ni aquí, ni en redes, ni en entrevistas, ni en juegos, ni en indirectas. Es un capítulo cerrado. Para bien, para mal, como haya sido. Cerrado.
Sus compañeros se miraron entre sí.
Uno de ellos tomó la palabra:
—Pero tú sabes cómo funciona esto —dijo—. La gente no va a dejar de hablar solo porque tú lo pidas. Si revelas que tienes un nuevo amor, van a compararla, van a hablar de “la anterior”, van a abrir el baúl otra vez.
Gustavo asintió, sabiendo que era cierto.
—Lo sé —contestó—. Pero necesito, al menos, decirlo. Marcarlo. Dejar claro que, de este lado, ya no hay interés en seguir arrastrando ese nombre.
Hubo quien interpretó sus palabras como enojo. Pero la expresión en su rostro sugería algo distinto: cansancio.
—No es odio —aclaró—. No es venganza, no es campaña, no es nada de eso. Es cansancio. Es decir: “esa historia me costó, me dolió, me dio lecciones… pero ya no puede ser el tema cada vez que alguien quiere sacar una nota”.
El hombre que vive de preguntar… obligado a responder
La ironía no pasó desapercibida: el periodista que durante años había pedido a otros que “no se enojaran, que respondieran, que aclararan, que dieran la cara”, ahora estaba siendo protagonista de la escena que tantas veces había visto desde el otro lado.
—Siempre te hemos visto empujar a los invitados a hablar —señaló una de sus compañeras—. Y ahora te toca a ti estar en esa silla caliente.
Él sonrió, aceptando el golpe.
—Es justo —admitió—. Y por eso hoy respondo. Sí, tengo un nuevo amor. Sí, viene después de una etapa complicada. Y sí, quiero dejar en claro que no le voy a permitir a nadie usar esa historia vieja como moneda de cambio para el presente.
La frase resonó con fuerza: “usar esa historia”.
Porque, más allá de lo personal, había un señalamiento hacia el sistema de espectáculo que él mismo alimenta y del que forma parte.
—Yo sé —dijo— que esto da rating, que da clics, que da vistas. Y no me hago el santo: he hablado de historias ajenas que también dolían. Pero hoy, al menos con la mía, quiero intentarlo distinto.
¿Quién es ella? El misterio que alimenta las teorías
Como era de esperarse, en cuanto terminó el programa, las redes se llenaron de teorías, nombres posibles, viejas fotos analizadas cuadro por cuadro, especulaciones de todo tipo.
—¿Es alguien que ya sale en su vida pública y no hemos notado?
—¿Será aquella amiga que se ha visto con él en varias fotos?
—¿Es alguien completamente desconocida del medio?
Ninguna de esas preguntas tuvo respuesta inmediata.
Ni en el programa, ni en entrevistas posteriores, Gustavo soltó un solo dato concreto.
—No voy a vender mi relación —dijo en otro segmento, más tarde—. No voy a convertirla en contenido. Lo único que necesitaba era reconocer que existe. Que no estoy mirando hacia atrás, sino hacia adelante.
Para muchos, esa misma falta de detalles fue combustible.
Pero, en el fondo, no hacía falta saber quién era ella para entender el mensaje central: había una persona nueva, un presente, que no quería vivir bajo la sombra del pasado.
—Ella no tiene por qué cargar con esa historia —declaró—. No merece que, cada vez que se hable de lo que tenemos, salga a relucir alguien que ya no forma parte de mi vida.
La parte más vulnerable: admitir que también le dolió
En algún punto, uno de los panelistas le lanzó una pregunta que, en otro contexto, habría sonado agresiva, pero en ese momento se sintió necesaria:
—¿Te dolió tanto como la gente cree? ¿O más?
Gustavo se quedó callado unos segundos.
No era el periodista ahora, era el hombre.
—Más —respondió, sin adornos—. Mucho más de lo que dije al aire, más de lo que mostré en público, más de lo que dejé ver en esa etapa.
Confesó que hubo noches en las que, al terminar el programa, se había ido a casa no a celebrar rating ni a revisar redes, sino a enfrentarse al eco de su propia historia personal.
—Me dio vergüenza sentir lo que sentía —admitió—. Porque en este medio estamos muy acostumbrados a señalar, a criticar, a decir “¿por qué lloran?”, “¿por qué se exponen?”. Y cuando te toca a ti… entiendes.
Esa fue quizá su admisión más honesta:
—Renové mi empatía —dijo—. No con todos, porque hay historias y historias. Pero sí con quienes, de verdad, están pasando por una ruptura mientras el público opina desde fuera como si estuviera viendo una serie.
“Tengo derecho a escribir otro capítulo”
Al final, todo giró en torno a la idea de los capítulos.
Los pasados, los presentes, los que se cierran, los que se abren.
—Cuando digo “tengo un nuevo amor” —explicó—, muchos pueden pensar que es una forma de presumir. Para mí, es una manera de decir: me permito volver a estar bien, aunque me haya ido mal antes.
Sus palabras se alejaron del tono filoso con el que suele hablar de otros.
—Hay una parte de mí —añadió— que también tuvo miedo. Miedo de volver a confiar, miedo de repetir patrones, miedo de equivocarme. Pero quedarme congelado en el pasado no me iba a salvar de nada. Solo me iba a amargar.
Por eso, su súplica de “no la mencionen más” no sonó a censura, sino a límite.
—Ese capítulo ya se escribió —dijo—. Con sus errores, con sus aciertos, con lo que cada quien quiera pensar. Este que estoy viviendo ahora lo quiero escribir distinto. Y para eso, necesito que no me lo estén manchando continuamente con comparaciones.
Lo que viene: ¿cambiará él su forma de hacer espectáculo?
Al terminar el programa, muchos se preguntaron si esta experiencia lo cambiaría como periodista, si seguiría siendo igual de duro con los demás, si moderaría su forma de preguntar o su tono al tratar temas sensibles.
Él no prometió transformaciones radicales, pero sí dejó entrever un ajuste interno:
—Seguiré haciendo preguntas incómodas —admitió—. Es parte del trabajo. Pero voy a pensar dos veces cómo hablo del dolor ajeno, porque ya sé lo que se siente cuando te conviertes en tema sin que nadie vea lo que hay detrás de cámara.
Esa frase, para quienes lo han seguido durante años, sonó a pequeña revolución.
El eco de una frase que seguirá dando vueltas
En las horas siguientes, el clip de su confesión y, sobre todo, la frase completa:
“Tengo un nuevo amor, ¡no la mencionen más!”
se repitió en programas, portales, cuentas de chismes, debates de sobremesa.
Unos se quedaron con el morbo: ¿quién será la nueva?
Otros, con la crítica: ¿por qué habla ahora?
Pero hubo quienes, más allá del rostro, sintieron que la historia les era familiar: un nuevo amor intentando nacer mientras el mundo insiste en empujar al pasado al centro de la conversación.
Al final, más que un escándalo, lo que dejó esa tarde fue una imagen distinta de Gustavo Adolfo Infante:
No el hombre que solo cuestiona, sino el que, por una vez, se dejó cuestionar por su propia vida.
No el periodista que expone a otros, sino el que se expuso un poco a sí mismo.
Y, sobre todo, el hombre que, entre tanta polémica, decidió plantar dos banderas muy claras:
Una, para lo que vive hoy:
“Tengo un nuevo amor.”
Y otra, para lo que ya no quiere arrastrar:
“No la mencionen más.”
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