Sus pasos eran más lentos de lo habitual esa mañana de junio de 1987. Fred Astaire, una vez el latido de la era dorada de Hollywood, se sentó cerca de las amplias ventanas de su dormitorio en Beverly Hills, tarareando suavemente una melodía de Funny Face mientras tomaba té tibio. Sus ojos seguían el lento deslizamiento de la luz del sol sobre el suelo, sus pensamientos fluctuaban entre el recuerdo y el momento. Se giró hacia su ama de llaves de toda la vida, María, y dijo suavemente: “El mundo se siente más tranquilo ahora, ¿verdad?” Fue una de las últimas cosas que dijo. Más tarde, esa misma tarde, el 22 de junio de 1987, falleció pacíficamente mientras dormía en el Cedars-Sinai Medical Center de Los Ángeles debido a una neumonía. Tenía 88 años.

Los últimos años de la vida de Astaire fueron una tela de soledad, breves apariciones públicas, alegría privada y reflexión personal. Después de alejarse del trabajo cinematográfico a tiempo completo, dedicó sus días a una vida tranquila y rutinaria. Cada mañana comenzaba a las 6:30 con una caminata por los senderos del jardín de su casa. Su andar era cuidadoso, pero aún mantenía ritmo. Después de esto, tomaba un desayuno ligero, usualmente tostadas, frutas y té, mientras escuchaba vinilos de jazz o música clásica.

Fred Astaire's Final Performance Was Hidden For Years, But Now It's Online  - YouTube

Vivía tranquilamente con su segunda esposa, Robyn Smith, una exjinetera casi 45 años más joven que él. Su unión atrajo la atención pública cuando se casaron en 1980, pero en la privacidad de su hogar, su vínculo era genuino y afectuoso. Fred encontraba alegría en su compañía, a menudo llamándola “mi segunda primavera”. Robyn era su compañera diaria, ya fuera durante largos paseos por la costa de California o leyendo libros juntos en el invernadero.

En las raras entrevistas que ofreció entre 1982 y 1987, no habló de la fama ni de la nostalgia, sino de gratitud. “He bailado con suerte toda mi vida”, dijo una vez a un periodista que lo visitó para un artículo de revista. Su tono nunca fue grandilocuente, siempre firme. Con frecuencia mencionaba lo contento que se sentía al ver a jóvenes intérpretes subir al escenario. Admiraba el auge de nuevas películas centradas en la danza como Flashdance y Footloose, aunque confesó en privado a sus amigos que la elegancia de su época le parecía distante.

Pasaba mucho de su tiempo en casa, pero ocasionalmente hacía apariciones en eventos de causas cercanas a su corazón. En 1984 participó en un pequeño evento benéfico apoyando la educación artística para niños en Los Ángeles. Aunque ya no bailaba, ofreció palabras de aliento a los jóvenes intérpretes y permaneció mucho después de que las cámaras se apagaran, estrechando manos y compartiendo historias.

The final time Fred Astaire danced on screen

La televisión seguía siendo una parte de su vida. Miraba viejas cintas de películas en su estudio, especialmente fragmentos de Top Hat, Swing Time y The Band Wagon. A veces las pausaba, sonriendo, murmurando frases en voz baja. También disfrutaba viendo programas de entrevistas nocturnas y seguía las carreras de actores y bailarines que lo citaban como inspiración. Las cartas de jóvenes admiradores llegaban semanalmente, y Fred se aseguraba de responder tantas como pudiera, escribiendo lentamente, con una caligrafía ordenada pero envejecida.

Una de sus últimas apariciones profesionales fue un cameo como narrador en un documental de 1985 sobre los musicales clásicos de Hollywood. Grabarlo le llevó solo unas horas, pero pidió una semana completa para prepararse. “Quiero darles algo honesto”, le dijo al director. Su voz, aunque más débil, todavía tenía calidez. En ella, dijo: “El baile nunca se trató de mostrar, se trataba de sentir la música en los huesos”.

Físicamente, los dos últimos años trajeron frecuentes visitas al hospital debido a problemas respiratorios. Aun así, mantenía una rutina digna. Robyn lo llevaba a las citas médicas y él se vestía impecablemente, con pantalones bien planchados, una camisa fresca y zapatos pulidos. Nunca salía de la casa con ropa casual. “La presentación importa”, le dijo a una enfermera que le elogió la corbata.

The life-changing advice Fred Astaire gave Francis Ford Coppola

Astaire pasó su última primavera tranquilamente. Los días estaban llenos de libros, melodías de piano y llamadas de su hermana Adele y los hijos de su primer matrimonio. Al llegar junio, se fue debilitando notablemente. Los médicos confirmaron que la neumonía había avanzado. En la mañana del 22 de junio pidió sentarse cerca de la ventana. María ajustó su manta y él susurró: “Es un buen día para la luz.” Momentos después, cayó en la inconsciencia.

Murió esa tarde, con las manos suavemente sujetadas por Robyn, a los 88 años. La casa estaba en silencio, excepto por el suave murmullo de la música que sonaba en la siguiente habitación, Cheek to Cheek.

Pasó sus últimos años abrazando una gracia silenciosa, encontrando alegría en el recuerdo, la música y el amor, nunca saliéndose del ritmo del hombre que siempre fue.