Llamé al hospital para preguntar por la cirugía de mi esposa, pero al dar su nombre descubrí un secreto que destruyó mi paz

Mi nombre es Julián Herrera, tengo treinta y cuatro años y vivo en Guadalajara, Jalisco, una ciudad donde el sol parece vigilarlo todo y los secretos no se mueren: solo se esconden hasta que un día estallan como fuegos artificiales.

El día que mi vida cambió era un lunes caluroso, de esos donde el aire se siente pegajoso y la gente anda de malas nomás porque sí. Mi esposa, Mariela, estaba en el Hospital General de Occidente para una cirugía menor, algo “rápido y sencillo”, según dijo el médico. Yo tenía que trabajar esa mañana en el taller de motocicletas que heredé de mi padre, pero en cuanto tuve un descanso, llamé al hospital para preguntar cómo iba todo.

Yo no sabía que esa llamada iba a desencadenar un desastre.


1. La Llamada Que Empezó Todo

Marqué el número del hospital con las manos todavía manchadas de grasa. Un par de tonos. Luego, una voz femenina contestó.

—Hospital General, buenas tardes.

—Hola, sí, buenas. Estoy llamando para saber cómo va la cirugía de mi esposa —respondí.

—Claro, señor. ¿Cuál es el nombre de la paciente?

Tomé aire y dije con toda la tranquilidad del mundo:

Mariela Duarte Torres.

Un silencio incómodo atravesó la línea.

—Disculpe… ¿puede repetir el nombre? —preguntó la enfermera.

—Mariela Duarte Torres —repetí, ahora un poco confundido.

Otro silencio. Luego, la enfermera dijo algo que me heló la sangre.

—¿Está seguro, señor? No tenemos a ninguna paciente registrada con ese nombre hoy.

Al principio pensé que era un error administrativo.

—Debe haber una confusión —dije, rascándome la nuca—. Ayer la ingresaron. Cirugía a las 11 de la mañana.

—Lo siento, pero no hay ninguna Mariela Duarte Torres programada ni ingresada hoy.

Me quedé mudo. Totalmente mudo.

—Entonces… ¿con qué nombre aparece mi esposa? —pregunté, casi gruñendo.

Hubo un silencio más largo.

Demasiado largo.

Hasta que la enfermera respondió con una voz que claramente quería evitar problemas:

—Señor… solo puedo confirmar que sí tenemos a una mujer ingresada para cirugía a las 11… pero está registrada como Mariela Torres Sandoval.

No supe qué sentir primero.

—¿Sandoval? —pregunté, tragando saliva. Ese no era su apellido. No el que me había dicho. No el que usaba conmigo.

—Sí, señor.

El mundo se me fue de lado.

—¿Y quién la ingresó? —pregunté con la voz quebrada.

—Según el registro… su esposo.

La enfermera lo dijo despacio, como si anticipara lo que venía.

—¿Qué? —escupí la palabra—. Yo soy su esposo.

La enfermera titubeó.

—Aquí dice que el esposo se llama Benjamín Sandoval.

Sentí cómo me faltaba el aire.

El corazón me golpeaba el pecho como un tambor descontrolado.

—Voy para allá —dije antes de colgar.

Y salí del taller sin siquiera cerrar la puerta.


2. El Camino al Hospital

El tráfico estaba insoportable. Yo manejaba como loco, sudando frío, las ideas chocando entre sí como autos en un crucero sin semáforo.

¿Quién chingados era Benjamín Sandoval?
¿Por qué Mariela usaba otro apellido?
¿Y por qué estaba registrada con otro esposo?

Mi mente se fue directo a lo peor.

Pero también había una parte de mí, una parte ingenua, que todavía buscaba una explicación razonable.

Cuando llegué al hospital, estacioné como pude y corrí al módulo de información.

—Vengo a ver a la paciente Mariela Torres Sandoval —dije, sin siquiera saludar.

La recepcionista revisó la computadora y señaló un pasillo.

—Sala de espera de cirugía, al fondo a la derecha.

Corrí por el pasillo, esquivando camilleros y enfermeras.

Y ahí lo vi.

Un hombre alto, moreno, con barba perfectamente recortada. Bien vestido, con un reloj caro. Rebotando la pierna, nervioso, sentado en la sala de espera.

Cuando levantó la mirada, nuestras miradas chocaron.

Y supe de inmediato.

Ese güey no era un extraño.

Era alguien importante para ella.

Demasiado importante.


3. El Encuentro con Benjamín

—¿Benjamín Sandoval? —pregunté con la voz ronca.

El tipo frunció el ceño.

—¿Quién eres tú?

—Soy el esposo de Mariela —respondí sin rodeos.

La sorpresa en su cara fue real.

—No… no puede ser —murmuró, poniéndose de pie.

Nos quedamos frente a frente, como dos rivales antes de un duelo.

—¿Hace cuánto estás con Mariela? —pregunté.

Benjamín tragó saliva.

—Siete años.

Sentí un golpe en el estómago.

—Imposible —dije—. Nosotros llevamos cinco casados.

Benjamín palideció.

—No puede ser…

—Pues sí puede ser —dije, sintiendo cómo la rabia me quemaba el pecho—. ¿Qué te dijo? ¿Qué tú eras el único?

—Me dijo que estaba divorciada desde hace años —respondió él, con la voz quebrada.

Divorciada.
Divorciada.

La palabra me perforó el cráneo.

—Mariela… nos casamos hace cinco años —dije—. Nunca ha mencionado un divorcio. Ni otro esposo. Ni otro apellido.

Benjamín se sentó, enterrando la cabeza en sus manos.

—No puede ser… dijo que yo era su único apoyo… que nunca me mentiría…

Yo quería gritarle. Quería golpearlo. Quería golpear algo.

Pero la verdad era que él estaba tan roto como yo.

La puerta del quirófano se abrió y una enfermera salió.

—¿Familia de la señora Mariela Torres Sandoval?

Benjamín y yo nos levantamos al mismo tiempo.

La enfermera frunció el ceño al vernos.

—¿Y ustedes dos…?

—Somos sus esposos —dije con rabia.

La enfermera nos miró como si estuviéramos locos.

Tal vez lo estábamos.


4. La Verdad Empieza a Salir

La cirugía había salido bien. Mariela estaría en recuperación una hora más.

Benjamín y yo nos quedamos en la sala de espera, sin hablarnos. Pero la tensión era insoportable.

Hasta que él rompió el silencio.

—¿Cómo la conociste?

Apreté los dientes.

—En una fiesta de un amigo. Yo tenía veintisiete. Ella, veintiséis.

Él respiró hondo.

—Yo la conocí en un retiro espiritual en Querétaro. Tenía veintitrés. Me dijo que venía saliendo de una relación tóxica. Que necesitaba estabilidad. Se veía rota… pero dulce.

Sentí un nudo en la garganta.

—Conmigo fue igual. Me dijo que su familia era distante. Que no tenía a nadie. Que yo era su mundo.

Benjamín se recargó en la pared, con la mirada perdida.

—Julián… creo que Mariela tiene una doble vida.

—No, cabrón —respondí amargamente—. Tiene dos matrimonios.

Él asintió con tristeza.

—No sé si la amo o la odio.

—Yo tampoco —admití.

Minutos después, su celular vibró. Contestó y habló en voz baja, pero se notaba la angustia.

Cuando colgó, suspiró profundamente.

—Tengo una hija.

Sentí un escalofrío.

—¿Qué?

—Con Mariela —dijo—. Valentina. Tiene cuatro años.

Me quedé paralizado.

—¿Una hija? Pero… ella me dijo que no podía tener hijos. Que era estéril.

Benjamín me miró con una mezcla de lástima y rabia.

—Julián… a mí me dijo lo mismo. Hasta que un día salió embarazada. Me juró que era un milagro. Y yo… le creí.

Mis piernas empezaron a temblar.

Mariela no solo tenía otra vida.

Tenía una hija.

Una familia entera.

Y yo no sabía nada.


5. La Confrontación

Cuando Mariela salió de recuperación, estaba débil, desorientada. Yo entré primero.

Sus ojos se iluminaron.

—Julián… ¿qué haces aquí?

Sus palabras me atravesaron como un cuchillo.

—¿Cómo que qué hago aquí? Soy tu esposo.

Ella palideció.

—No. No, no era el plan…

—¿El plan? —pregunté con una risa amarga—. ¿El plan era que tu otro esposo viniera?

Sus ojos se abrieron como platos.

—Julián, por favor, yo puedo explicar…

—¿Antes o después de explicarle a Benjamín? —disparé.

Ella tragó saliva, temblando.

—Él… él está aquí también… ¿verdad?

—Está afuera —respondí—. Esperando. Como yo. Como dos pendejos enamorados de la misma mujer.

Mariela empezó a llorar.

—No quería que se enteraran así…

—¿Así? —pregunté furioso—. ¿Cómo querías que fuera? ¿En Navidad? ¿En algún cumpleaños? “Por cierto, tengo otro esposo y una hija que tú no conoces”.

Ella sollozó más fuerte.

—No podía elegir… los quería a los dos…

Yo cerré los ojos para no gritar.

—¿Quieres decirme que todo este tiempo… vivías dos vidas?

—Una en Guadalajara… y otra en Querétaro —admitió entre lágrimas—. Dos trabajos, dos casas, dos calendarios… Yo… yo solo quería ser feliz…

Abrí los ojos, sintiéndome vacío.

—¿Y nosotros? ¿Éramos qué? ¿Tus fantasías alternas?

Ella negó con la cabeza.

—No… ustedes eran mis realidades.

Y eso fue peor.


6. El Estallido

Benjamín entró en ese momento. Mariela lo vio y rompió en un llanto desgarrador.

—Benja… por favor…

Él no dijo nada, solo se acercó lentamente.

—Quiero una sola respuesta —dijo—. ¿Valentina… es mía?

El silencio que siguió fue interminable.

Mariela apretó los dientes, temblando.

Y dijo la frase que destruyó lo poco que quedaba:

—No estoy segura.

El mundo se detuvo.

Yo retrocedí. Benjamín también.

Ella siguió hablando, ahora sin control:

—Yo… yo estaba con los dos… y… no sé… no sé de quién es…

La rabia en el rostro de Benjamín era brutal. La mía también.

Pero antes de que cualquiera de los dos explotara, un guardia de seguridad apareció.

—Señores, les pido calma. Es un hospital.

Nos quedamos quietos.

Pero por dentro, todo ardía.


7. Las Decisiones

Una hora después, los dos estábamos fuera del hospital, respirando aire fresco que no se sentía nada fresco.

Benjamín habló primero.

—Julián… hay que hacer una prueba de paternidad. No solo por mí. Por la niña.

—Sí —respondí, con el alma hecha trizas—. Yo también quiero saber.

—Y luego… habrá que decidir qué hacer con Mariela.

Asentí con la cabeza, aunque cada músculo me dolía.

Yo sabía que mi relación había terminado. No había nada qué salvar.

Pero cerrarla… era otra cosa.

—¿Y tú qué vas a hacer? —pregunté.

—Yo… —dijo con los ojos vidriosos—. Voy a proteger a Valentina. Sea o no mía. Esa niña no pidió nada de esto.

Lo respeté en ese instante.

Más de lo que podía decir.

—¿Y tú? —me preguntó.

Suspiré profundamente.

—Voy a empezar de cero. Sin ella. Sin mentiras.

Benjamín asintió.

—Es lo mejor.

Los dos nos dimos la mano, como soldados que sobrevivieron a la misma guerra.


8. El Último Encuentro con Mariela

Dos semanas después volví al hospital para ver a Mariela una última vez.

Estaba más delgada, la mirada rota. Pero ya no lloraba.

—Julián… gracias por venir.

No respondí. Solo me senté.

Ella respiró hondo.

—Sé que no puedo pedir perdón. Sé que te destruí. Pero quiero decirte que… nunca te engañé por juego. Yo… yo me enamoré dos veces.

—Y arruinaste dos vidas —respondí suavemente—. Tal vez tres. Tal vez más.

Ella cerró los ojos.

—Lo sé.

Nos quedamos en silencio.

—¿Vas a quedarte con Benjamín? —pregunté.

—No puedo quedarme con ninguno. Necesito ayuda. Terapia. Tiempo. Sanarme. Estoy rota, Julián. Muy rota.

Por primera vez, no la odié.

Solo la vi como alguien profundamente herida, incapaz de manejar su propio caos.

Me levanté.

—Te deseo paz, Mariela. De verdad.

Ella asintió.

Y sin decir más, me fui.


9. Nuevo Comienzo

El resultado de la prueba llegó un mes después.

Valentina era hija de Benjamín.

Lo felicité sinceramente. Él lloró. Yo también, aunque traté de ocultarlo.

Mi vida tomó otro rumbo. Me mudé a Mérida un tiempo, empecé un negocio propio, viajé, conocí gente nueva. Me reconstruí con paciencia, tomando el desmadre que había vivido como una cicatriz más, no como una cadena.

Nunca más supe de Mariela, salvo por un mensaje meses después:

“Gracias por haber sido un buen hombre. Lo siento por no haber sido una buena mujer.”

No respondí.

Ya no hacía falta.

Porque finalmente había encontrado algo que ella nunca pudo darme:

Paz.


Pin