Regresé de una misión clasificada y encontré la camioneta del Director del FBI en mi cochera… desatando un secreto imposible de ignorar
Mi nombre es Aarón Villaseñor, ex-militar nacido en Hermosillo, ahora trabajando como contratista para una agencia “que no existe” oficialmente. Durante trece años viví entre misiones clasificadas, fronteras difusas y silencios obligatorios.
Pero ninguna misión, por más peligrosa que fuera, me preparó para lo que viví aquel día en que regresé inesperadamente a casa.
Ésa fue la primera traición que de verdad dolió.
1. El regreso inesperado
Había vuelto de una operación en la Sierra Madre dos días antes de lo programado. Normalmente, cuando regresaba, mi casa en Guadalajara era un santuario: el olor a jazmín que mi esposa, Mariela, siempre ponía en la sala; la música suave que usaba para relajarse; y la sonrisa que decía más que cualquier bienvenida.
Pero esa vez, mientras doblaba la esquina de la calle, mi corazón se apretó.
Ahí estaba.
Una camioneta negra.
SUV.
Vidrios polarizados.
Blindada.
Con placas diplomáticas.
Y no cualquier camioneta.
La reconocí de inmediato.
El vehículo oficial del Director del FBI, el mismísimo Alan Prescott, enviado especial para cooperación México–Estados Unidos.
Un hombre poderoso.
Un hombre respetado.
Un hombre que no debía estar frente a MI casa.
Mi pulso se aceleró.
—¿Qué hace este cabrón aquí? —murmuré.
Aparqué mi camioneta a una distancia prudente. Me quité la chaqueta táctica, escondí mi arma en la cajuela y respiré hondo.
Entré despacio a mi propiedad, con ese instinto automático que nunca se apaga.
El portón estaba mal cerrado.
La puerta principal… sin seguro.
Algo ardió dentro de mí.
En silencio, avancé.
2. Voces detrás de la puerta
Al llegar a la sala, escuché voces.
La de Mariela.
Tensa.
Rápida.
Ansiosa.
Y la de un hombre. Grave.
Demasiado segura.
Demasiado calmada.
La del Director Prescott.
Me pegué a la pared, escuchando.
—Mariela, entiende… esto no puede seguir así —decía él.
Mi sangre hervía.
—Aarón regresará pronto, y si se entera… —respondió ella, con un temblor que no supe interpretar.
Mi corazón latió tan fuerte que pensé que se escucharía desde la sala.
—Tienes que DECIRLE la verdad, —insistió él— porque las cosas ya no pueden ocultarse más.
La verdad.
¿Qué maldita verdad?
Tragué saliva.
Mariela soltó un suspiro largo.
—Alan, por favor… déjame hacerlo yo. A mi manera.
Se escuchó un golpe suave.
Una mano.
Sobre la mesa.
O sobre ella.
Sentí rabia.
Celos.
Confusión.
Todo mezclado.
No aguanté más.
Entré.
3. La explosión
—¿Qué está pasando aquí? —dije con voz grave.
Los dos se giraron hacia mí.
Mariela se quedó blanca.
Prescott alzó las manos ligeramente, como si yo fuera un sospechoso armado.
—Aarón… pensé que regresabas el domingo, —dijo ella.
—Adelanté. Para sorprenderte —dije—. Pero parece que la sorpresa me la llevé yo.
Prescott dio un paso adelante.
—Señor Villaseñor, esto tiene una explicación—
—CÁLLATE —le gruñí—. Tú no hablas. Mi esposa sí.
Mariela tragó saliva.
—Aarón… por favor… escúchame.
Tenía los ojos rojos, como si hubiera llorado. Pero yo ya no sabía si creerle.
—¿Qué hace este hombre en mi casa?
¿Y por qué diablos están hablando de “decirme la verdad”?
¿De qué se trata esto, Mariela?
¿De qué?
Ella respiró hondo.
—Es… sobre ti.
Sobre tu trabajo.
Sobre tu misión.
Me congelé.
—¿Qué?
Prescott intervino, voz firme.
—Señor Villaseñor… lo que voy a decir está clasificado a nivel internacional. Y usted ya está involucrado, aunque no lo sepa.
Lo miré con odio.
—Tienes diez segundos para explicar por qué estás en mi sala con mi esposa antes de que te saque a patadas.
Prescott suspiró.
—Está bien.
Y entonces… soltó la bomba.
4. La verdad imposible
—Aarón —dijo Mariela, temblando—… tu misión nunca fue solo tuya.
—¿Qué? —murmuré.
Prescott continuó:
—Hace tres años, la agencia identificó que usted estaba siendo vigilado por un cartel vinculado a un grupo de inteligencia extranjero. Y su esposa… se convirtió en un objetivo.
Mi corazón dejó de latir.
Prescott siguió:
—Para protegerla, la colocamos bajo un programa especial de seguridad. Eso me obligó a tener contacto directo con ella. Y… más de lo que usted imagina.
Mi estómago se retorció.
—¿Más… en qué sentido? —dije con voz baja.
Mariela lloró.
—Aarón, no pienses lo peor. No fue una relación. Fue… entrenamiento. Custodia. Información.
Prescott lo confirmó:
—Durante todo este tiempo, su esposa ha trabajado con nosotros.
Ella es… su enlace encubierto.
La única persona que podía informarnos sobre amenazas en su entorno sin comprometer su identidad.
Mi mente explotó.
—¿Quieres decir que… Mariela…?
—Sí —respondió ella—.
Yo era parte de tu misión, Aarón. Desde hace años.
Me recargué contra la pared.
Todo tenía sentido.
Los cambios de humor.
Las salidas extrañas.
Los mensajes que no podía ver.
Los viajes secretos que decía que eran “de su madre”.
No era infidelidad.
Era espionaje.
Pero no sabía si eso era mejor… o peor.
5. La discusión inevitable
—¿Y por qué diablos no me lo dijeron? —grité, con el pecho ardiendo.
Mariela sollozó.
—Porque si lo sabías… te ponías en peligro. Y a mí también.
Prescott agregó:
—Usted era el activo más valioso. Pero también el más vigilado. Si la conexión con su esposa se revelaba, los dos morían.
Lo miré con furia.
—¿Y qué te hace pensar que puedo confiar en TI?
Prescott dio un paso hacia mí.
—Porque si no fuera por su esposa… usted estaría muerto desde hace nueve meses.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Qué…?
Mariela me miró con dolor profundo.
—Te salvaron. Y yo también. Lo siento, Aarón. Tenía que hacerlo. Yo… yo solo quería que volvieras vivo.
Fue entonces cuando entendí algo duro:
Mariela no era la víctima.
Tampoco era la traidora.
Era una pieza clave.
Un arma silenciosa.
Una mujer que había cargado sola con un secreto demasiado grande.
Y yo… había sido el idiota que dudó de su fidelidad cuando ella había estado arriesgando la vida.
Me sentí pequeño.
Indigno.
Estúpidamente celoso.
Pero no iba a admitirlo… todavía.
6. La amenaza real
Prescott sacó una carpeta.
—Aarón: tu misión terminó oficialmente hace dos días.
Pero tu vida no vuelve a ser normal.
No todavía.
—¿Por qué? —pregunté.
Él abrió la carpeta.
Adentro, fotos.
De mí.
De Mariela.
De nuestra casa.
—El grupo que te perseguía ya identificó dónde vives.
Y saben que regresaste.
Un nudo gigante me cerró la garganta.
—¿Qué significa? —dije.
Prescott habló lento:
—Que vienen por ti esta noche.
Mariela lanzó un jadeo.
Me levanté rápido.
—¿Y por qué carajo no me avisaron antes?
—Porque tú no debías estar aquí hoy —dijo él—. Debías llegar en dos días. No teníamos preparado el equipo para evacuarte.
Me acerqué a él, furioso.
—Sálvala a ella. No me importa lo que pase conmigo.
Mariela gritó:
—¡Aarón, cállate! ¡No digas eso!
Pero yo la miré.
—Te escondiste para salvarme. Ahora es mi turno.
Ella lloró.
Yo ardía.
Prescott interrumpió:
—Señor Villaseñor… ella no quiere ser salvada. Quiere luchar contigo.
Me giré.
Mariela tenía una pistola en la mano.
Una que yo jamás le enseñé a usar… pero que sostenía como si fuera experta.
Mi mandíbula cayó.
—Mariela… ¿qué hiciste?
Ella me sonrió con tristeza.
—Aprender, Aarón.
Aprendí todo lo que necesitaba… para estar a tu altura.
7. La noche más larga
El sol ya caía.
Las sombras se alargaban.
Prescott habló rápido:
—Tenemos quince minutos. Los atacantes vienen en camino.
—¿Cuántos? —pregunté.
—Entre seis y nueve. Equipados. Entrenados. No son improvisados.
Yo asentí.
—Mariela, vete con él —ordené.
Ella negó.
—No pienso irme.
Si tú peleas… peleo contigo.
Yo tragué saliva.
—Mariela…
—No insistas. Soy tu esposa. Y tu aliada. Punto.
Prescott añadió:
—Nos conviene que se quede. Ella conoce más del caso que tú. Y tiene información que ellos quieren. Es mejor tenerla protegida a tu lado que huyendo sola.
Yo estaba a punto de desmayarme de estrés.
Pero asentí.
—Entonces armémonos.
8. El enfrentamiento
Nos posicionamos en la casa:
Yo: en la entrada.
Mariela: en la escalera, punto estratégico.
Prescott: en la ventana trasera.
A los pocos minutos, escuchamos motores.
Varios.
Luces.
Pasos.
Voces.
Prescott murmuró:
—Son ellos.
Los vi a través de la mirilla.
Ocho hombres armados.
Uniformes tácticos.
Silenciadores.
Movimiento preciso.
Entraron al jardín.
El primero cortó la reja eléctrica.
El segundo colocó un dispositivo en la puerta.
Prescott susurró:
—Esperen… esperen…
Mariela respiraba agitada.
Yo también.
El líder dio la señal.
—¡Ahora! —susurró Prescott.
Y todo estalló.
9. La pelea
La puerta explotó parcialmente, pero yo ya estaba del otro lado.
Golpeé al primer hombre con el antebrazo, lo tiré al suelo y le quité el arma.
Otro disparó.
Yo me cubrí detrás de la barra.
Disparé dos veces.
Cayó.
Mariela, desde la escalera, neutralizó a otro con un tiro limpio en la pierna.
Prescott derribó a dos más desde la ventana.
Pero aún quedaban tres.
Uno lanzó una granada aturdidora.
—¡CÚBRANSE! —grité.
La luz blanca me dejó sordo unos segundos.
Cuando recuperé el oído, escuché:
—AARÓN, ¡CUIDADO!
Mariela saltó desde la escalera y empujó a un atacante que venía por mí. Los dos cayeron. El hombre la sujetó del cuello.
Yo disparé.
Preciso.
Directo.
El atacante cayó.
Corrí hacia ella.
—¡Mariela! ¿Estás bien?
Ella tosió… y sonrió.
—Te dije que estaba lista.
La abracé.
Fuerte.
Prescott entró.
—Ya está.
Acabó.
No vendrán más.
Yo respiré por primera vez en una hora.
10. El final que no esperaba
Cuando todo se calmó, nos sentamos en la sala destruida.
Prescott nos miró a ambos.
—Aarón… tu vida como agente no puede continuar igual.
Ustedes dos son un paquete ahora.
Un equipo.
Me giré hacia Mariela.
Ella me tomó la mano.
—¿Equipo? —repetí.
Prescott sonrió.
—Oficialmente… sí.
La agencia quiere incorporarlos como dupla encubierta para operaciones México–EEUU.
Son perfectos juntos.
Mariela rió.
—¿Ves, Aarón? Yo también puedo salvarte.
Yo la miré largo.
Con amor.
Con respeto.
Con asombro.
—No… —le dije—.
Tú no solo me salvaste.
Me devolviste la vida.
Ella me besó suavemente.
—Entonces, ¿aceptas?
—Acepto… pero con una condición.
—¿Cuál?
—Que nunca vuelvas a esconderme la verdad.
Ella tomó aire.
Luego dijo:
—Prometido.
A partir de hoy, somos socios.
En todo.
La abracé fuerte.
El mundo podía caerse a pedazos afuera… pero dentro de ese abrazo había seguridad.
Había futuro.
Había misión.
Y había amor.
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