A sus 66 años, Sergio Goyri enfrenta la factura de la fama: contratos congelados, proyectos frenados y redes encendidas después de que un comentario despectivo sobre Yalitza Aparicio saliera a la luz y lo obligara a mirarse al espejo
Durante décadas, el apellido Goyri fue sinónimo de antagonista perfecto. Mirada dura, voz grave, presencia imponente. Cada vez que aparecía en pantalla, el público sabía que el conflicto estaba garantizado. Sergio Goyri se convirtió en uno de esos rostros que, sin importar el proyecto, siempre lograban despertar emociones fuertes.
En telenovelas de alto impacto, su imagen se consolidó: el villano elegante, el hombre de poder, el personaje que manipula, traiciona y se impone. Paradójicamente, ese éxito lo hizo parecer intocable. Parecía que nada podía sacarlo del lugar que se había ganado a pulso en la industria.
Pero un día, el papel de villano se le salió de la pantalla. Y esta vez, no hubo director, ni cortes, ni segundas tomas.

El comentario que nadie esperaba escuchar… pero todos escucharon
La escena no ocurrió en un foro, ni en un programa en vivo. Fue una charla informal, una mesa, risas, confianza. Un momento en el que Sergio, acostumbrado a hablar sin filtro, se sintió en terreno seguro. O eso creyó.
En medio de la conversación, salió a tema el nombre de Yalitza Aparicio, la actriz que había encendido el mundo del cine tras su participación en una película que cruzó fronteras y generaciones. Para muchos, símbolo de representación y cambio. Para otros, motivo de controversia.
Sergio, en ese entorno aparentemente privado, lanzó un comentario despectivo sobre ella y su nominación, un juicio que mezclaba prejuicio, desdén y una visión vieja de lo que “debería” ser una actriz. Lo que nunca imaginó fue que esas palabras no se quedarían en esa mesa.
Alguien grabó. Alguien compartió. Y en cuestión de horas, un comentario que parecía perdido entre bromas se convirtió en titular, tendencia y tormenta.
La era de las redes: cuando unos segundos pueden pesar más que toda una carrera
Si hubiera ocurrido veinte años antes, quizás habría quedado como rumor, como anécdota contada en pasillos. Pero Sergio no vivía ya en la época del chisme de revista: vivía en la época del video viral.
En cuanto el fragmento se hizo público, la reacción fue inmediata. Fragmentos del audio y video circulaban en teléfonos, en noticieros de espectáculo, en programas de opinión. La indignación no tardó en llegar: para muchos, sus palabras no eran sólo un comentario desafortunado, sino un retrato de una forma de pensar que se sentía ofensiva, despectiva y fuera de tiempo.
Las redes hicieron lo que saben hacer: amplificar, repetir, analizar, atacar. En cuestión de horas, el nombre de Sergio Goyri dejó de relacionarse con sus telenovelas y empezó a asociarse a una sola cosa: “el actor que habló así de Yalitza”.
A los 66 años, después de toda una vida de trabajo, un momento de conversación privada filtrada se convirtió en su carta de presentación ante una generación que tal vez ni siquiera lo había visto actuar.
Llamadas que no llegan, proyectos que se enfrían
La consecuencia más dolorosa no vino de los desconocidos en internet, sino de los silencios detrás de las puertas que antes siempre estuvieron abiertas.
En esta crónica dramatizada, se imagina a Sergio levantándose temprano, como siempre, revisando su teléfono. Pero esta vez no hay propuestas, ni invitaciones, ni confirmaciones de proyectos. En su lugar, hay mensajes tensos, comunicados breves, explicaciones frías:
“Por el momento hemos decidido pausar el proyecto.”
“La imagen pública es muy delicada en este momento.”
“Más adelante volvemos a hablar.”
Lo que antes era un “claro, te queremos en este personaje” se transformó en evasivas, en silencios, en cambios de elenco de último minuto. Nadie le dijo abiertamente “no te queremos”, pero la falta de llamadas decía suficiente.
Contratos que estaban “en pláticas”, campañas que lo consideraban para ser imagen, participaciones especiales… uno a uno, empezaron a diluirse. No hubo gran comunicado oficial, pero sí hubo decisiones concretas: mejor no asociarse con un nombre que, en ese momento, era sinónimo de polémica.
El juicio paralelo: entre memes, insultos y debates interminables
Mientras en la industria se tomaban decisiones en privado, en el espacio público se libraba otra batalla: la del juicio social.
Algunos lo criticaban sin piedad, usando las mismas palabras hirientes que decían rechazar. Otros intentaban contextualizar su comentario, hablando de generaciones distintas, mentalidades marcadas por otra época, o defendiendo su derecho a “opinar”.
Hubo quienes aprovecharon para revisar declaraciones pasadas, entrevistas viejas, frases aisladas. Todo se analizaba, todo se recortaba, todo se ponía en duda. De villano de ficción pasó a ser, para muchos, “el villano perfecto” de una conversación incómoda sobre discriminación, prejuicio y privilegio.
Lo más duro no era sólo lo que se decía, sino la sensación de que, de repente, nadie recordaba su trabajo, sus años de esfuerzo, sus personajes icónicos. Todo se reducía a un momento, un video, un comentario.
El intento de disculpa: ¿sincero, tardío o insuficiente?
La presión se volvió insostenible. Era imposible ignorar el alud de críticas, titulares y señalamientos. Y Sergio, como muchos en su lugar, optó por lo que parecía el único camino: hablar.
Se presenta una disculpa pública: un mensaje en video, palabras preparadas, rostro serio, tono de “reconozco que me equivoqué”. Habla de respeto, de mal momento, de no haber medido el impacto, de no haber querido dañar.
Para algunos, fue un gesto válido: un hombre de otra generación enfrentando la realidad de un mundo que ya no tolera ciertos discursos. Para otros, fue demasiado tarde, demasiado poco, demasiado obligado por la presión mediática.
Lo cierto es que, incluso con la disculpa, el daño ya estaba hecho. La etiqueta de “el que habló así de Yalitza” no se borró de un día para otro. La herida mediática seguía abierta.
El golpe al ego: de ser intocable a convertirse en ejemplo de lo que “no se debe hacer”
Pocas cosas duelen tanto a alguien acostumbrado a ser respetado, temido e incluso admirado, como convertirse de repente en motivo de burla y rechazo.
En esta narrativa, se imagina a Sergio viendo fragmentos de programas donde analistas, conductores y hasta colegas usan su caso como ejemplo de “cómo una declaración te puede costar una carrera”. Alguien que durante años fue referente en la actuación ahora era usado como advertencia en talleres de imagen pública.
Eso fue, posiblemente, lo que más le golpeó el ego: no sólo las críticas del público, sino el modo en que su nombre se convirtió en una especie de lección moral.
“Cuidado con lo que dices, no quieres terminar como Sergio Goyri.”
Convertirse en frase, en caricatura, en advertencia… todo eso pesa más cuando se ha vivido mucho tiempo del reconocimiento y del prestigio.
La lección incómoda: el mundo cambió… y él no lo vio venir
Entre la rabia, la frustración y la sensación de injusticia, también apareció algo más: reflexión.
A los 66 años, después de una vida en la que ciertos comentarios eran “normales” en camerinos, comidas y pasillos, Sergio tuvo que aceptar algo que a muchos les cuesta: el mundo cambió de reglas.
Lo que antes se decía “entre amigos” sin consecuencias, ahora se graba, se comparte, se analiza. Lo que antes se tomaba como “broma pesada” ahora se entiende como señal de prejuicio. Lo que antes se asumía como estándar estético o de talento ahora se cuestiona desde otros lugares.
La lección no fue sólo “cuida lo que dices porque te pueden grabar”, sino algo más profundo:
“Cuida lo que piensas, porque quizá has normalizado ideas que hieren a otros, aunque no te des cuenta.”
Esa es la parte más dura de este relato: la confrontación con uno mismo. No se trata sólo de pedir perdón por un comentario, sino de revisar de dónde salió ese comentario: ¿de una creencia arraigada?, ¿de un sentimiento de superioridad?, ¿de una incapacidad para aceptar nuevos rostros y nuevas historias en la pantalla?
El espejo de Yalitza: la nueva cara de una industria que él creyó conocer
En medio de todo, el nombre de Yalitza Aparicio seguía creciendo en otros terrenos: conferencias, proyectos, portadas, conversaciones sobre diversidad y representación.
Mientras él enfrentaba el peso de su comentario, ella continuaba su camino con una mezcla de serenidad y firmeza. Para muchos, la imagen era simbólica: un actor veterano atrapado en la nostalgia de un modelo antiguo de industria, y una actriz emergente que representaba otro tipo de oportunidades.
La verdadera ironía, en esta crónica, es que sin querer, Sergio terminó reforzando justo lo que quería cuestionar: que su visión de lo que “debería ser” una actriz ya no es la que manda.
Yalitza no necesitó responder con ataques ni discursos agresivos. Su mera presencia, su historia y su coherencia eran suficiente contraste con el comentario que él había hecho.
Entre el orgullo herido y la posibilidad de cambio
¿Qué hace un actor con décadas de carrera cuando descubre que ya no domina las reglas del juego? Tiene dos opciones:
Cerrar filas, justificarlo todo con “antes era diferente” y vivir resentido con el mundo.
Aceptar el golpe, revisar sus posturas y entender que la experiencia no lo exime de aprender.
En esta historia dramatizada, la vida de Sergio se mueve entre esos dos extremos. Hay días de orgullo herido, en los que se repite a sí mismo que “lo exageraron todo”, que “ya no se puede decir nada”. Pero también hay días de lucidez, en los que entiende que el problema no es que ya no se pueda hablar, sino que ya no se aplaude lo que antes se normalizaba.
A puerta cerrada, frente a la familia, amigos cercanos y colegas que aún le llaman, empieza a escuchar cosas que en otro tiempo habría desestimado: relatos de discriminación, de exclusión, de chistes que lastiman, de puertas que se cerraron a muchos rostros que no encajaban en cierto molde.
Y entonces, por primera vez, entiende que su comentario no fue sólo un desliz individual, sino el eco de una forma de pensar que ya no encaja en el mundo que viene.
¿Segunda oportunidad o sentencia definitiva?
En el mundo del espectáculo, la memoria colectiva es caprichosa. Hay figuras que caen y nunca regresan. Hay otras que logran reconstruir su imagen con el tiempo, con acciones concretas, con coherencia.
La pregunta flotando sobre Sergio es sencilla pero brutal:
¿El público lo recordará siempre por ese comentario, o le permitirá volver a ser el actor que fue, con un aprendizaje a cuestas?
La respuesta no está escrita. Depende de muchas cosas: de las decisiones que tome, de cómo elija usar su voz de ahora en adelante, de si se queda llorando sobre el personaje que perdió o se atreve a construir otro: el del hombre que admite que se equivocó y que decidió cambiar.
Lo irónico es que, siendo uno de los villanos más emblemáticos de la pantalla, su reto más grande no está en interpretar al malo… sino en demostrar que, fuera de cámara, es capaz de aprender a ser mejor persona.
La dura lección de los 66 años
Del éxito como villano al rechazo público, del personaje temido al hombre cuestionado, del comentario “privado” al escándalo viral, el camino de Sergio Goyri en esta crónica es una advertencia para cualquiera que crea que la experiencia lo protege de rendir cuentas.
A los 66 años, la lección es clara:
La trayectoria no te blinda del juicio social.
Un instante puede pesar más que veinte años de trabajo.
Y la forma en que hablas de otros dice más de ti que de ellos.
Pero también hay otra lectura posible, menos fatalista:
Nunca es tarde para revisar lo que piensas.
Reconocer un error no borra tu historia, pero sí puede escribir un capítulo distinto.
Y aprender a respetar a quienes representan algo nuevo en la industria puede ser, paradójicamente, la clave para no quedar atrapado en el pasado.
El hombre que tantas veces interpretó al que se quedaba solo por sus malas decisiones, ahora enfrenta en carne propia el riesgo de convertirse en ese personaje. Depende de él demostrar que, a diferencia de la ficción, en la vida real sí se puede cambiar el final.
Y tal vez, en ese proceso, la historia de Sergio Goyri deje de ser sólo “el actor que criticó a Yalitza” para convertirse en algo más complejo: la historia de alguien que se vio obligado a despertar, tarde pero no demasiado, en un mundo que ya no perdona el desprecio disfrazado de opinión.
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