“‘Tu presencia me irrita, ojalá desaparezcas para siempre’, le dijo con rabia… pero nadie esperaba que sus palabras se cumplieran. El esposo que se desvaneció sin dejar rastro, el reloj que se detuvo a medianoche y los vecinos que aseguran haberlo visto después, parado en la ventana de la misma casa donde lo odiaban.”

En un vecindario tranquilo del norte de Puebla, donde las paredes del silencio guardan más secretos que las cerraduras, ocurrió un hecho tan desconcertante que la policía aún no encuentra explicación. Un hombre desapareció de su hogar, justo después de escuchar una frase que, según los testigos, parecía una maldición:
“Tu presencia me irrita… ojalá desaparezcas para siempre.”

Una pareja normal, al menos en apariencia

Lucía y Ernesto Ramírez llevaban doce años de matrimonio. Ella, maestra de primaria; él, técnico en refrigeración. Vivían en una casa modesta, con su perro y una rutina tan predecible como el reloj que colgaba en la cocina.
Pero detrás de las cortinas, el amor se había convertido en costumbre, y la costumbre, en hartazgo.

Vecinos contaron que las discusiones eran cada vez más frecuentes. “Ella ya no lo soportaba”, dijo una vecina, doña Teresa. “Se quejaba de todo: de cómo comía, cómo hablaba, hasta cómo respiraba.”

El día de la desaparición

El 14 de agosto de 2023, la discusión empezó por una tontería: el control remoto del televisor. Ernesto había llegado cansado del trabajo y encendió un programa que a Lucía no le gustaba.
Lo que siguió fue una tormenta.

“¡Tu presencia me irrita! ¡Ojalá desaparezcas para siempre!”, gritó Lucía, según el testimonio de un familiar que escuchó parte de la pelea por teléfono.

Minutos después, la casa quedó en silencio. Cuando ella volvió al salón, Ernesto ya no estaba. Su celular, su cartera y sus llaves seguían sobre la mesa. Solo su reloj —ese que siempre llevaba en la muñeca— marcaba las 11:47 p.m. y se había detenido.

Una búsqueda sin rastro

La policía revisó cada rincón de la casa. No había señales de forcejeo ni de huida. Los perros rastreadores siguieron un rastro hasta el patio trasero… y allí se detuvieron.
Ni huellas, ni olor, ni indicio alguno de hacia dónde se fue.

Lo más inquietante ocurrió dos noches después. Según los vecinos, las luces de la casa comenzaron a encenderse solas, a la misma hora exacta en que el reloj de Ernesto se había detenido.

“Vi su silueta en la ventana del cuarto, parada, inmóvil”, declaró un vecino. “Pensé que había vuelto. Pero cuando la policía entró, no había nadie.”

El espejo del pasillo

Lucía intentó reanudar su vida, aunque confesó a sus amigas que sentía la presencia de su esposo en casa. Decía que escuchaba pasos, el sonido del refrigerador abriéndose y, a veces, la voz de Ernesto murmurando su nombre desde el pasillo.

Una noche, mientras limpiaba, notó algo extraño en el espejo del recibidor. Su propio reflejo no estaba sola: detrás de ella, borroso pero reconocible, se veía el rostro de Ernesto mirándola fijamente.

El espejo fue retirado al día siguiente. Nadie volvió a verlo.

La carta que apareció un mes después

Un mes después de la desaparición, un sobre sin remitente llegó a la escuela donde trabajaba Lucía. Dentro había una hoja escrita con la letra de Ernesto:

“Dijiste que querías que me fuera. Me fui, pero no tan lejos.
No me busques. Aquí encontré silencio… y tú también lo tendrás.”

El papel fue analizado por peritos. La tinta era reciente. Sin embargo, los rastros de ADN en el sobre no coincidían con los de Ernesto, sino con los de una persona no identificada.

La maldición o la culpa

El caso fue archivado como “desaparición voluntaria”, aunque nadie en el barrio lo cree.
Algunos piensan que Lucía, abrumada por la culpa, inventó los detalles. Otros, que algo más profundo y oscuro ocurrió esa noche.

“Cuando uno desea algo con tanta fuerza, las palabras pesan”, dijo un sacerdote del vecindario. “Y hay deseos que no se pueden deshacer.”

Lucía se mudó meses después. Vendió la casa y se marchó a Veracruz, donde intentó rehacer su vida. Pero según el nuevo inquilino, cada medianoche el reloj de la cocina vuelve a marcar las 11:47… y la radio se enciende sola, con una vieja canción que Ernesto solía cantar.

El último testimonio

En junio de este año, una mujer aseguró haber visto a un hombre igual a Ernesto en una gasolinera de Oaxaca. Vestía la misma camisa con la que desapareció.
Cuando se le acercó para preguntarle si era él, el hombre sonrió y le dijo:
“Dígale a Lucía que ya no me busque. Yo sí la escuché.”

Las cámaras del lugar se revisaron. En la grabación, la mujer aparece sola, hablando con el aire.

Epílogo

Hoy, el expediente sigue abierto, aunque las autoridades lo dan por cerrado.
El reloj encontrado en la casa fue llevado a un laboratorio forense: aún marca las 11:47, y nadie ha podido hacerlo avanzar.

Los vecinos, cuando pasan frente a la antigua vivienda, bajan la voz. Porque en las noches sin luna, dicen que se escucha una puerta cerrarse suavemente… y una voz grave susurrar:

“No deseabas verme… y cumplí tu deseo.”