“A sus 75 años, Padre Pistolas sorprendió al país al revelar que existen cinco ‘enemigos’ que jamás podrá tolerar: no personas, sino fuerzas ocultas, fallas humanas y sombras que han marcado su misión durante décadas. Su confesión, cargada de misterio, emoción y un tono inesperadamente feroz, dejó a miles preguntándose qué historias se esconden detrás de cada una de esas cinco figuras que tanto lo marcaron.”
Nunca se sabe cuándo una figura pública va a sorprender al mundo, pero si existe alguien capaz de hacerlo una y otra vez, ese es Padre Pistolas. A sus 75 años, el sacerdote más polémico, franco y directo de todo México volvió a estremecer a quienes han seguido su vida, sus sermones y sus innumerables intervenciones públicas. Esta vez no fue por un discurso encendido, ni por una denuncia inesperada, ni por uno de sus llamados a la conciencia social. Fue por algo más íntimo, más profundo y sorprendentemente humano.
En una entrevista especial realizada en un pequeño salón parroquial, lejos de las cámaras y del ruido, Padre Pistolas decidió abrir un capítulo que llevaba años guardado. La conversación comenzó con preguntas sobre su trayectoria, su misión pastoral y su visión del mundo actual. Todo parecía avanzar por el carril habitual, hasta que el entrevistador lanzó una pregunta aparentemente sencilla:
—Padre, después de tantos años de lucha… ¿qué es lo que más odia en este mundo?
El sacerdote guardó silencio. Pero no un silencio breve: uno largo, denso, casi incómodo. Su mirada se perdió en un punto fijo, como si hubiera sido transportado a un momento distinto, a recuerdos que prefería no tocar. Luego, con una voz grave y pausada, dijo:
—No odio personas. Pero hay cinco cosas… cinco sombras… que no puedo perdonar.

Aquella frase cayó como un trueno en la habitación. Era la primera vez que el sacerdote hablaba de algo tan personal con tanta claridad. El entrevistador, sorprendido, decidió no interrumpirlo. Y así comenzó una confesión que reveló más de lo que cualquiera esperaba escuchar.
La primera sombra: la hipocresía.
Padre Pistolas explicó que, a lo largo de su vida pastoral, había visto cómo la apariencia muchas veces pesaba más que la verdad. Personas que fingían bondad, instituciones que simulaban rectitud, discursos llenos de buenas intenciones que no se reflejaban en acciones.
—La hipocresía es veneno espiritual —dijo con firmeza—. Y es la primera de las cosas que nunca podré perdonar. Porque destruye la confianza, la fe y la comunidad.
Recordó episodios duros en los que había visto a familias dividirse, amistades romperse y proyectos nobles fracasar por culpa de quienes decían una cosa y hacían otra.
—No odio al hipócrita —aclaró—, pero odio la máscara que lleva puesta.
La segunda sombra: la injusticia.
Sus ojos se endurecieron mientras hablaba. Contó historias de campesinos humillados, trabajadores explotados, personas humildes que habían sido ignoradas por sistemas que deberían protegerlas.
—La injusticia es una herida abierta —dijo—. Y mientras exista, no podré quedarme callado.
Recordó que muchas de sus acciones más polémicas —esos momentos que lo llevaron a ser noticia nacional— nacieron de su incapacidad de tolerar que los débiles fueran silenciados.
—La injusticia no necesita rostro —añadió—. Su daño es suficiente para odiarla.
La tercera sombra: la indiferencia.
Si había algo que lo irritaba profundamente, era ver cómo la gente podía pasar frente al dolor ajeno sin siquiera detenerse a mirar.
—La indiferencia —dijo— es más peligrosa que el mal. Porque permite que el mal avance.
Contó episodios en los que él mismo tuvo que intervenir porque nadie más quiso hacerlo. Historias de abandono, de soledad, de personas que necesitaban una mano y encontraron puertas cerradas.
—No pido que todos salven al mundo —explicó—. Pero sí que al menos vean al prójimo.
La cuarta sombra: la traición a la palabra dada.
Con una expresión más suave, pero profunda, Padre Pistolas habló sobre las promesas rotas.
—Un hombre que no cumple su palabra —dijo— se rompe a sí mismo.
Explicó que había visto compromisos incumplidos en todos los ámbitos: familias, amistades, trabajos, comunidades.
—No odio al que falla —aclaró—. Odio que la palabra pierda su valor.
Para él, la lealtad era una virtud sagrada. No necesitaba grandes gestos, sino coherencia.
—La traición a la palabra es una traición al alma —sentenció.
La quinta sombra: el miedo que paraliza.
Fue quizá la parte más inesperada, porque no hablaba del miedo ajeno, sino del suyo propio.
—El miedo que no deja avanzar —dijo—, el miedo que nos encierra, que nos convence de que no podemos, ese miedo… lo odio porque sé lo que causa.
Contó que, incluso a sus 75 años, había decisiones que le habían costado años de valentía acumulada.
—No soy invencible —confesó—. Yo también dudé, yo también tuve miedo… y no me lo perdono.
Explicó que el miedo —más que cualquier enemigo visible— es lo que ha frenado a miles de personas de vivir plenamente, de amar sin reservas, de luchar con fuerza.
La entrevista tomó un giro inesperado después de esta confesión. El entrevistador, aún sorprendido, le preguntó si estas cinco “sombras” lo habían hecho más duro o más compasivo. Padre Pistolas respiró profundo y dijo:
—Ambas cosas. Me hicieron fuerte para hablar. Y compasivo para escuchar.
Luego añadió algo que dejó a todos reflexionando:
—No odio personas. La gente se equivoca, cae, cambia, aprende. Pero estas cinco cosas… estas cinco sí que nos destruyen si les damos espacio.
A medida que la entrevista avanzaba, quedó claro que esta confesión no era un ataque, sino un mensaje. Padre Pistolas no señalaba culpables: señalaba heridas humanas que todos cargan en algún punto de la vida.
—Lo que no perdono —dijo al final— es aquello que apaga el corazón. Lo que impide que el bien avance. Lo que oscurece la esperanza.
Sus palabras, inesperadas y poderosas, fueron compartidas después con miles de personas que vieron en esta entrevista no un escándalo, sino una revelación profunda de un hombre que, a sus 75 años, ha vivido lo suficiente para entender que los enemigos más temibles no son personas, sino sombras que todos debemos aprender a enfrentar.
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