“A los 93 años, Yolanda Montes, la eterna ‘Tongolele’, rompe el silencio después de décadas de glamour y secretos. En una entrevista íntima y llena de emociones, la legendaria vedette mexicana revela los nombres de cinco personas a las que —según confiesa entre lágrimas y orgullo— jamás podrá perdonar. Sus palabras, cargadas de historia, traición y verdad, han dejado al mundo del espectáculo completamente en shock.”

A sus 93 años, Yolanda Montes “Tongolele” conserva la elegancia, la fuerza y la mirada magnética que la convirtieron en una de las mujeres más admiradas y enigmáticas del espectáculo mexicano. Pero detrás de los brillos, las plumas y los aplausos, siempre existieron heridas que el tiempo no logró borrar.
Ahora, con la serenidad que dan los años, la artista decidió hablar —y lo hizo sin filtros— sobre las cinco personas a las que nunca podrá perdonar.

Una entrevista que se volvió confesión

La charla tuvo lugar en su casa de la Ciudad de México, rodeada de fotografías en blanco y negro, trofeos, y recuerdos de un pasado glorioso.
Con voz pausada, y un brillo entre la nostalgia y la firmeza, Yolanda comenzó diciendo:

“He amado mucho, he confiado demasiado, y he perdonado más veces de las que debía. Pero hay heridas que se quedan, aunque el corazón envejezca.”

El periodista, sorprendido por el tono directo de la conversación, le preguntó si aún guardaba rencor. Ella sonrió ligeramente y respondió:

“No es rencor… es memoria.”

Fue entonces cuando, con esa mezcla de teatralidad y verdad que siempre la caracterizó, enumeró uno por uno los nombres de aquellas personas que marcaron su vida con traición.


El primero: el hombre que la hizo dudar de su talento

El primer nombre pertenecía a un productor de teatro que la contrató en sus primeros años en México. Según relató, aquel hombre no solo intentó menospreciar su trabajo, sino que le hizo creer que su éxito dependía de “favores” y no de su talento.

“Me dijo que las mujeres como yo solo triunfaban por su cuerpo. Le respondí que mi cuerpo bailaba, pero mi alma creaba arte. Desde entonces, juré no dejar que nadie me hiciera dudar de mi valor.”

Esa fue, según Yolanda, la primera vez que entendió que el espectáculo podía ser tan cruel como fascinante.


El segundo: un amor que nunca fue sincero

El segundo nombre fue el de un hombre al que llamó simplemente “el amor que me mintió con dulzura”.

“Prometió acompañarme toda la vida… pero en realidad lo que quería era acompañar mi fama.”

Yolanda confesó que aquel amor la hizo sentirse vulnerable. Por primera vez, bajó la guardia, creyendo que había encontrado alguien que veía a la mujer detrás del mito.
Pero no fue así.

“Cuando mi carrera se apagó un poco, también se apagó su amor. Ahí entendí que algunas personas no te quieren: te utilizan para brillar.”

El recuerdo la conmovió, pero no hubo lágrimas. Solo una pausa larga y un suspiro: “A veces, los halagos duelen más que los insultos.”


El tercero: la colega que la traicionó

El tercer nombre sorprendió incluso al periodista, pues Yolanda se refirió a una figura también conocida del cine de oro mexicano.

“Compartimos camerino, risas y sueños… hasta que me robó algo más que un papel. Me robó la confianza.”

Según su relato, aquella compañera, movida por la envidia, habría intervenido para que Yolanda perdiera un protagónico importante.

“Nunca lo dijo, pero lo supe. En este medio, los secretos corren más rápido que los focos. Nunca la enfrenté. El tiempo se encargó de ponerla en su lugar.”

Lo dijo sin odio, con la serenidad de quien ya no busca justicia, solo paz.


El cuarto: el empresario que rompió su dignidad

El cuarto nombre fue, sin duda, el más fuerte. Yolanda habló de un empresario extranjero que, durante los años 60, le ofreció una gira internacional y luego intentó controlar cada aspecto de su vida.

“Quiso comprar mi libertad con dinero. Pensó que podía dirigirme como si fuera parte de su colección.”

Ella rompió el contrato y renunció a una fortuna. A cambio, sufrió vetos, amenazas y humillaciones. Pero jamás se arrepintió.

“Perdí dinero, pero salvé mi alma. Por eso, jamás lo perdonaré: no por lo que me quitó, sino por lo que quiso arrebatarme.”


El quinto: el silencio de alguien que amaba

Yolanda guardó el último nombre para el final.
Su voz se suavizó.

“De todos, él fue el que más me dolió… porque no hizo nada.”

Contó que en un momento de profunda tristeza, cuando enfrentaba problemas de salud y soledad, una persona muy cercana —a quien consideraba familia— la abandonó emocionalmente.

“No me traicionó con palabras, me traicionó con ausencia. A veces el silencio hiere más que cualquier grito.”

No quiso decir su nombre, solo dejó escapar una frase que resumió toda una vida:

“Nunca esperes lealtad de quien solo te admira cuando brillas.”


“Perdonar no significa olvidar”

Tras revelar los cinco nombres, Yolanda hizo una pausa larga. El periodista le preguntó si creía que aún tenía tiempo para reconciliarse con alguno de ellos.
Ella sonrió, levantó la mirada y respondió:

“El perdón es un regalo que no todos merecen. A veces, perdonar sería faltar al respeto a una misma.”

Sus palabras resonaron con una mezcla de sabiduría y dolor.

“He perdonado muchas cosas: las críticas, los rumores, la soledad. Pero hay heridas que uno debe conservar como recordatorio de lo que nunca debe volver a permitir.”


La reflexión de una leyenda

A lo largo de la entrevista, Yolanda alternó entre anécdotas dulces y confesiones duras. Recordó los años de gloria, las luces de los cabarets, los aplausos interminables. Pero también habló de los sacrificios invisibles: las noches sin dormir, los días de giras interminables, los amores fugaces.

“La fama es como una máscara —dijo—. Te da brillo, pero también te esconde. Y cuando la luz se apaga, te quedas frente al espejo preguntándote quién eres realmente.”

A sus 93 años, Tongolele sigue siendo una figura de admiración, no solo por su talento, sino por su capacidad de mirar atrás sin miedo y hablar con una honestidad que pocos se atreven a tener.


Epílogo: el legado de la mujer detrás del mito

Cuando la entrevista terminó, el periodista le preguntó si quería enviar un mensaje final a quienes alguna vez la hirieron. Ella pensó unos segundos y respondió:

“Les deseo paz. Porque yo ya la tengo.”

Yolanda Montes cerró los ojos un momento, como si repasara mentalmente las escenas de su vida: los escenarios, los aplausos, los desencuentros, los amores perdidos.
Luego, añadió con voz suave pero firme:

“Mi mayor venganza fue sobrevivir. Y lo hice bailando.”