“A los 61 años, Rossy de Palma sorprendió al público al confesar, por primera vez, la verdad detrás de un secreto que había acompañado silenciosamente toda su carrera; una revelación tan inesperada, íntima y poderosa que dejó a sus seguidores boquiabiertos y transformó por completo la manera en que todos interpretan su vida artística, sus decisiones y su trayectoria en el mundo creativo.”

El estudio estaba decorado con tonos cálidos de rojo y dorado, como si alguien hubiera querido capturar en un solo escenario la esencia misma de la extravagancia y el arte. Allí, sentada con una serenidad magnética, estaba Rossy de Palma, una figura imposible de encasillar, un ícono cuya presencia llenaba cualquier espacio sin necesidad de palabras.

A sus 61 años, mostraba una madurez luminosa, casi poética. Su mirada tenía esa mezcla única de humor, nostalgia y una chispa misteriosa que parecía esconder mil historias por contar. Aquella entrevista, sin embargo, era distinta a todas las anteriores: Rossy había aceptado revelar algo que había mantenido en silencio durante décadas.

La entrevistadora, consciente de estar ante un momento histórico, le preguntó con delicadeza:

—Rossy, has tenido una carrera llena de personajes inolvidables. Pero hoy dijiste que quieres hablar de algo que nunca dijiste en público. ¿Por qué ahora?

Rossy sonrió con ese gesto inconfundible que parece mezcla de ironía y profundidad.

—Porque hoy siento que ya no necesito proteger ese fragmento de mi historia. Durante muchos años dejé que el arte hablara por mí… pero también escondí cosas que yo misma necesitaba entender.

La entrevistadora asintió. El silencio del estudio se volvió expectante.

Rossy respiró hondo.

—Durante toda mi vida profesional, todos asumían muchas cosas de mí. Que yo era una mujer completamente segura, que no temía a nada, que mi creatividad brotaba sin esfuerzo. Pero había algo que pocos sabían… —hizo una pausa dramática, característica de ella—. Mi mayor secreto no era un escándalo. Era algo mucho más íntimo.

Los ojos de la entrevistadora brillaron con curiosidad.

—¿Qué era?

Rossy acomodó una pulsera en su muñeca y comenzó:

—Desde joven, antes de convertirme en actriz, yo escribía. Escribía compulsivamente. Poemas, cartas, monólogos… historias completas. Pero jamás le mostré a nadie esas páginas. Ni a mis amigos más cercanos, ni a mis directores, ni a mis parejas. Nadie sabía que había creado, en secreto, una obra entera que me acompañó por más de treinta años.

La entrevistadora abrió los ojos con sorpresa.

—¿Una obra? ¿Qué tipo de obra?

—Una obra teatral —respondió Rossy—. Una obra que contaba mi propio viaje emocional, pero disfrazado bajo personajes que solo existían en mi imaginación. Durante décadas, la representé en mi cabeza, sola, sin público. Actuaba cada escena en silencio, cuando nadie me veía.

El estudio quedó completamente silencioso.

—¿Por qué nunca la mostraste?

Rossy sonrió con una mezcla de ternura y melancolía.

—Porque no estaba lista para exponer esa vulnerabilidad. Todos me conocían por mi extravagancia, por mi fuerza creativa, por ser “la irrepetible”. Pero yo tenía miedo de mostrar que también era frágil. Esa obra contenía mis dudas, mis miedos, mis cicatrices. Era demasiado personal… y demasiado real.

Por primera vez en la entrevista, se notó un leve temblor en su voz.

—Durante años pensé que, si alguien la leía, podría ver partes de mí que yo misma no sabía cómo explicar. Así que la guardé. La escondí. La dejé crecer en la sombra.

La entrevistadora inclinó la cabeza, fascinada.

—¿Y ahora? ¿Qué cambió para que decidas hablar de ella?

Rossy suspiró.

—A mis 61 años entendí algo: no puedo seguir dejando que mi verdad duerma en un cajón. Toda mi vida he sido un collage, una figura construida por piezas de arte, experiencias, rupturas, risas… Pero esta obra es la pieza que siempre faltó. Y siento que ha llegado la hora de liberarla.

El público que seguía la entrevista desde la sala contigua contuvo el aliento.

—¿Significa eso que vas a publicarla? —preguntó la entrevistadora.

—Sí —respondió Rossy con firmeza—. He tomado la decisión de compartirla por primera vez. No para impresionar a nadie, ni para demostrar algo… sino para dejar que ese fragmento perdido de mí salga a la luz. Es mi forma de cerrar un ciclo.

La entrevistadora sonrió, emocionada.

—¿Cómo definirías esa obra? —preguntó.

Rossy se quedó pensativa unos segundos.

—Es una historia sobre identidades rotas y reconstruidas. Sobre mujeres que se inventan a sí mismas cuando el mundo intenta definirlas. Sobre las máscaras que usamos… y sobre lo que sucede cuando esas máscaras se caen.
Hizo un gesto con la mano.
—En el fondo, es la historia de todas las mujeres que han tenido que escuchar más de lo que querían, tragar más de lo que podían y renacer más veces de las que creyeron necesarias.

El estudio estalló en aplausos.

Pero Rossy no había terminado.

—Y hay algo más que debo admitir… —dijo—. Muchos sospechaban que mi energía tan peculiar venía de una fuente secreta. Y tenían razón. Cada vez que actuaba, cada vez que improvisaba, cada gesto exagerado o cada silencio dramático… todo nació de esa obra escondida. Cada personaje mío ha sido un pedacito de ella.

La entrevistadora no pudo evitar sonreír.

—Entonces tu obra… ha estado presente desde el principio.

—Exactamente —respondió Rossy—. Y ahora quiero que el público la vea. No como un secreto, sino como un regalo.

Al terminar la entrevista, Rossy se levantó con la elegancia de siempre, pero con una ligereza nueva, como si finalmente hubiera soltado un peso que la acompañaba desde su juventud.

Los titulares del día siguiente explotaron:

“Rossy de Palma revela su obra secreta escrita durante treinta años.”
“La actriz confiesa la verdad que muchos sospechaban: su creatividad nació de un proyecto oculto.”

Y así, a sus 61 años, Rossy no solo admitió su secreto más íntimo…
sino que también invitó al mundo a descubrir la pieza faltante de su alma artística.