“Ya no puedo esconderlo más”: casada a los 62 años, la influyente Ximena Gálvez habla por primera vez de su pareja gay, revela cómo vivieron en la sombra y el giro que cambiará su vida pública
A sus 62 años, con una carrera hecha, una imagen pública sólida y una vida que muchos creían perfectamente descifrada, Ximena Gálvez decidió hacer lo que durante décadas le dijeron que “no convenía”: contar la verdad completa sobre a quién ama.
La frase apareció en una entrevista en vivo, casi al final, cuando la conductora le preguntó si había algo que nunca se había atrevido a decir.
Ximena guardó silencio unos segundos, miró a la cámara con una mezcla de nervios y calma y dijo:
—Estoy casada. Tengo 62 años… y mi pareja es una mujer.
Durante años le llamé “amiga”, “socia”, “confidente”. Hoy por fin puedo decirlo como es: es el amor de mi vida.
El estudio se congeló.
El público en el foro tardó en reaccionar.
En redes, la frase empezó a compartirse antes incluso de que ella terminara de hablar.
No se trataba solo de una confesión romántica.
Era el derrumbe de un muro levantado durante más de tres décadas.

La mujer que todos creían conocer
Hasta ese momento, Ximena Gálvez era, para la mayoría, un personaje casi impecable:
empresaria respetada,
voz fuerte en temas públicos,
historia de superación repetida en conferencias,
madre dedicada,
“ejemplo de disciplina y éxito tardío”.
En entrevistas, hablaba de:
sus orígenes humildes,
sus años de estudio,
las batallas laborales,
su visión de país,
sus logros profesionales.
Cuando le preguntaban por su vida sentimental, respondía siempre con elegancia calculada:
—Tengo a mi familia, a mis hijos, a mis amigos. Estoy bien acompañada.
La gente supuso muchas cosas:
que era una mujer “casada con su trabajo”,
que había tenido amores discretos,
que el tema no le interesaba,
o que prefería mantener esa parte de su vida fuera del foco.
Lo que casi nadie imaginaba era que, durante años, vivió una historia de amor en voz baja con otra mujer.
Una historia que estuvo siempre ahí, justo en la periferia de lo que se veía, pero nunca en el centro del relato.
“Empezó siendo mi amiga”… y nunca dejó de serlo
En la entrevista, Ximena decidió no esconder nombres.
La llamó por el suyo: Clara.
—Nos conocimos cuando yo tenía poco más de treinta —recordó—.
Ella era diseñadora, yo estaba a punto de entrar en un proyecto que cambiaría mi carrera. Una amiga en común nos presentó porque yo necesitaba “alguien creativo y serio a la vez”. Me dijo: “Tengo a la persona perfecta”.
Al principio, todo fue estrictamente profesional:
reuniones de trabajo,
bocetos,
discusiones sobre colores, espacios, mensajes.
Ximena era exigente.
Clara, también.
—Me impresionó que no se intimidaba con nada —dijo, sonriendo—.
No le temblaba la voz para decirme: “Eso no se ve bien”, “Eso no comunica nada”, “Eso no eres tú”.
Con el tiempo, el trabajo dejó de ser el único tema.
Después de reuniones largas, empezaron a quedarse un rato más:
hablaban de música,
de películas,
de libros,
de miedos.
Fue en una de esas noches, frente a dos tazas de café ya frío, cuando Ximena se dio cuenta de que algo estaba cambiando:
—Me di cuenta de que esperaba las reuniones no solo por lo que íbamos a hacer, sino por verla a ella.
La sospecha que no se nombra
En aquella época, Ximena ya era una figura en ascenso.
Sabía perfectamente cómo funcionan los rumores:
“la que llegó demasiado lejos”,
“la que tiene carácter fuerte”,
“la que no se deja”.
No necesitaba sumar a esa lista otra etiqueta más, mucho menos en un contexto donde la diversidad todavía se veía con recelo.
—Yo sabía que lo que sentía no era “solo admiración” —contó—.
Pero una cosa es saberlo en silencio y otra es decirlo en voz alta.
Con Clara, la conexión era evidente:
bromas internas,
miradas que duraban un poco más,
silencios cómodos.
Pero ninguna de las dos se atrevía a cruzar la línea.
No por falta de deseo de ser honestas, sino por miedo a las consecuencias.
¿Qué diría la familia?
¿Qué dirían los colegas?
¿Qué haría la prensa, siempre al acecho de cualquier detalle?
Así que hicieron lo que muchas personas hacen en situaciones parecidas:
se escondieron detrás de palabras neutras.
—Es mi amiga.
Es mi mano derecha.
Es alguien muy importante para mí.
Verdades a medias.
Verdades que, repetidas suficientes veces, terminan pesando más que ciertos silencios.
El amor que eligió la sombra
Mientras la carrera de Ximena crecía, también lo hacía su vínculo con Clara.
Compartieron:
viajes de trabajo que se alargaban “accidentalmente” uno o dos días,
cenas en ciudades donde nadie las conocía,
risas que solo se entienden cuando dos personas han recorrido juntas demasiados años.
Pero también compartieron algo mucho menos romántico:
el pacto de mantenerse fuera del foco.
—Yo fui la primera en decir: “No podemos mostrar esto” —admitió Ximena—.
Tenía miedo. Miedo de perder contratos, de perder credibilidad, de que mi vida privada se volviera arma política contra mí.
Clara aceptó, pero no sin dejar claro el precio de esa decisión:
—Te acompaño —le dijo—.
Pero necesito que entiendas que, aunque no me esconda, duele pasar a tu lado sin existir oficialmente.
Así empezó una doble vida:
La Ximena pública, correcta, medida, con la frase siempre lista para esquivar preguntas.
La Ximena íntima, que se reía sin filtro en la cocina de su casa, descalza, mientras Clara le contaba un chiste malo.
En eventos oficiales, Clara aparecía como parte del equipo.
En las fotos, se veía siempre un paso atrás, un poco ladeada, sin protagonismo.
Pero en el centro de la casa, en los días sin maquillaje ni cámaras, eran simplemente una pareja.
El punto de quiebre: “Estoy cansada de ser un fantasma”
No fue un escándalo ni un descubrimiento lo que las llevó a replantearse todo.
Fue una frase.
Una noche, después de un evento especialmente agotador, volvieron a casa en silencio.
Ximena estaba molesta por cuestiones de trabajo, por comentarios, por la presión de siempre.
Clara la escuchó desahogarse un rato.
Luego, con calma, dijo:
—Yo también estoy cansada… pero de otra cosa.
Ximena la miró, desconcertada.
—¿De qué?
Clara respiró hondo:
—De ser un fantasma en tu vida.
De estar, pero no estar.
De que todo el mundo sepa que te acompaño, pero nadie sepa quién soy para ti.
No hubo gritos.
No hubo ultimátum melodramático.
Solo esa verdad, puesta sobre la mesa con una firmeza imposible de ignorar.
—Ese día me di cuenta de que la que más había hablado de valentía en público… era la que menos la practicaba en privado —confesó Ximena—.
Salir del clóset… primero con una sola persona
Antes de hablar al mundo, Ximena tuvo que hablar con alguien mucho más importante: su madre.
—Tenía 60 años cuando me atreví a hacerlo —dijo—.
Había pasado una vida entera esquivando esa conversación.
Un día, decidió que ya no podía seguir posponiéndola.
Se sentó con su madre en la mesa de siempre, con el mantel de siempre, la misma ventana, la misma sensación de niña que confiesa algo que teme que desilusione.
—Mamá, necesito decirte algo sobre mi vida —empezó.
La madre la miró con tranquilidad, con esos ojos que ya la habían visto caer y levantarse mil veces.
—Dilo —respondió—. Peor que las veces que casi te rindes, no creo que sea.
Ximena cerró los ojos un segundo y se lanzó:
—Estoy con alguien desde hace años.
Es una mujer.
Se llama Clara.
No es mi “amiga”. Es mi pareja. Es mi familia.
Hubo unos segundos de silencio pesado.
La madre podría haber dicho muchas cosas.
Eligió una:
—¿Te quiere bien?
Ximena, con un nudo en la garganta, asintió.
—Sí. Me quiere bien. Me cuida. Me hace reír. Me acompaña cuando todos se van.
La madre suspiró.
—Entonces el escándalo sería que la dejaras, no que estés con ella.
No fue una aceptación perfecta, ni rápida, ni libre de preguntas.
Pero fue un inicio.
Uno que Ximena no iba a olvidar jamás.
El paso siguiente: darle nombre a lo que ya era
Después de esa conversación, algo se movió dentro de ellas.
—Yo ya no podía seguir llamándola “mi amiga” en frente de mi propia madre —recordó—.
Es como si a alguien le dijeras “conocido” a quien te ha sostenido cuando todo se desmorona.
Poco a poco, en círculos pequeños, empezó a nombrarla como lo que era:
“mi pareja”,
“mi compañera”,
“mi casa”.
Sus hijos, ya adultos, escucharon la noticia en una reunión familiar donde, de nuevo, hubo nervios, dudas y también algo de alivio:
—Siempre supimos que ella no era “solo tu amiga” —le dijeron—.
Lo que nos dolía era que tú no pudieras decirlo.
Con el círculo íntimo informado, quedaba la parte más difícil:
asumirlo frente al mundo.
No por necesidad de aprobación, sino por coherencia:
ya no quería seguir dividiéndose en dos personas distintas.
Casadas a los 62: la boda que nadie vio venir
Lo más sorprendente del relato de Ximena fue un detalle que soltó casi a la mitad de la entrevista:
—Ya estamos casadas.
La conductora casi se atraganta.
—¿Cómo que ya están casadas?
Ximena sonrió, esta vez con picardía.
—Lo hicimos hace unos meses —dijo—.
Muy pocas personas estuvieron ahí.
No hubo prensa, no hubo alfombra, no hubo invitados curiosos que solo van a mirar.
Contó que la ceremonia fue:
íntima,
en un jardín pequeño,
con música suave,
rodeadas de gente que conoce la historia completa, no la versión editada para los medios.
—Nos tomamos de la mano, nos miramos y nos prometimos algo muy simple:
que ya no íbamos a invisibilizarnos para que otros estuvieran cómodos.
No hubo discursos grandiosos.
Solo frases cortas, directas, necesarias.
—Te elijo —se dijeron—.
Esta vez sin disfraces, sin “amiga”, sin “socias”, sin “confidente” como excusa.
Te elijo como mi esposa.
Entonces, ¿por qué hablar ahora?
La pregunta lógica vino enseguida:
—Si ya están casadas, ¿por qué contarlo ahora? ¿Por qué a los 62?
Ximena no dudó:
—Porque no quiero que mi legado sea el de alguien que se atrevió a decir muchas verdades hacia afuera, pero no la más importante de su propia vida.
Explicó que durante años se repitió la idea de que “no era el momento”:
no era el momento por su carrera,
no era el momento por la familia,
no era el momento político,
no era el momento social.
Hasta que se dio cuenta de algo obvio y brutal:
—Si esperaba el momento perfecto, se me iba a acabar la vida sin haberlo encontrado.
A los 62 años, entendió que la pregunta ya no era “¿qué va a pasar si lo digo?”, sino:
“¿Qué va a pasar conmigo si no lo digo nunca?”
La ola de reacciones
Tras la entrevista, el impacto fue inmediato.
En redes, se mezclaron:
mensajes de apoyo:
“Gracias por decir lo que muchas no pueden.”
mensajes de sorpresa:
“Nunca lo vi venir, pero se le nota la paz en la cara.”
comentarios críticos:
“¿Por qué hasta ahora? ¿Por qué no fue honesta antes?”
y también frases sencillas y contundentes:
“El amor no caduca a los 60.”
Algunas voces conservadoras hablaron de “agenda”, “estrategia”, “teatro político”.
Ella decidió no engancharse.
—Que opinen lo que quieran —dijo después—.
El único juicio que me importaba era el mío.
Y ese, por primera vez, está en paz.
Más allá del morbo: lo que realmente confesó
A primera vista, el titular parecía hecho para el escándalo:
“Casada a los 62 años, Ximena Gálvez por fin habla y confiesa sobre su pareja gay”
Pero, escuchando con atención, lo que ella confesó no fue un secreto morboso, ni una doble vida oscura, ni una traición.
Confesó:
que tuvo miedo durante años,
que subestimó su propia fuerza,
que amó en silencio,
que se invisibilizó para encajar,
que decidió, por fin, vivir con la misma honestidad que exigía en otros.
Y, sobre todo, confesó algo que, en su boca, sonó casi revolucionario:
—El escándalo no es que tenga una pareja gay.
El escándalo es cuánto tiempo tardé en aceptar que también merecía vivir mi verdad.
El mensaje para quienes escuchan desde la sombra
Al final de la entrevista, la conductora le pidió que dijera algo a quienes, como ella hasta hace poco, viven su amor en silencio.
Ximena miró a cámara, esta vez sin temblar:
—No voy a decirte que hagas lo mismo que yo.
Cada contexto es distinto, cada historia es distinta, cada miedo es distinto.
Lo único que puedo decirte es esto:
no normalices la idea de que tu felicidad tiene que ser un secreto para siempre.
Hizo una pausa y agregó:
—Yo me casé a los 62 años con la mujer que amé durante décadas.
¿Me hubiera gustado llegar antes a este punto? Sí.
¿Me arrepiento de haber llegado? Jamás.
Si te toca llegar más temprano, más tarde, o de otra forma… ojalá te toque llegar con la frente en alto.
La transmisión terminó.
Los créditos subieron.
Las opiniones seguirán por un tiempo.
Pero, para Ximena y Clara, lo verdaderamente importante esa noche fue otra cosa:
volver a casa, cerrar la puerta, mirarse a los ojos sin tener que corregirse el vocabulario,
y poder decir, por fin, sin miedo y sin comillas:
“Somos esposas.
Somos familia.
Y esta vez, no vamos a esconderlo”.
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