Tras agotar todas las opciones médicas, un empresario buscó a una anciana curandera en un rincón olvidado del bosque. Al llegar junto a su esposa enferma, la mujer tocó su vientre y retrocedió de inmediato, revelando un secreto escalofriante que cambiaría para siempre la vida de la familia Crawford.

El último recurso

John Crawford había construido un imperio empresarial y estaba acostumbrado a que el dinero abriera todas las puertas. Pero cuando los mejores médicos de Nueva York le dijeron que su esposa, Laura, tenía solo semanas de vida, comprendió que el poder y la riqueza no podían comprar el tiempo.

Durante meses había financiado tratamientos experimentales en clínicas suizas, terapias con células madre y protocolos innovadores que apenas salían de los laboratorios. Nada funcionaba. La mansión se había convertido en una sala de hospital, con monitores, olor a antiséptico y una mujer cada vez más débil, cuyo espíritu científico se apagaba.


El hallazgo inesperado

Una noche, revisando viejas carpetas, John encontró un recorte de periódico amarillento: hablaba de un caso milagroso en un pequeño pueblo llamado Greenvale, donde una curandera de nombre Veleslava había salvado a un hombre desahuciado.

Movido por la desesperación, ignoró las burlas de algunos y las advertencias de otros. Tomó su coche y condujo horas por caminos de tierra, atravesando un bosque otoñal. Los lugareños eran reacios a hablar, pero finalmente le señalaron una cabaña con contraventanas azules.


El encuentro con Veleslava

La anciana, de cabellos plateados y mirada que parecía ver más allá de lo visible, lo recibió como si lo conociera de toda la vida. Antes de que John dijera su nombre, ella susurró:
—Crawford… como tu abuelo, que vino aquí hace 70 años.

Veleslava aceptó ir con él, pero advirtió que su ayuda tendría un precio “que no se pagaba con dólares”. John, dispuesto a todo, no hizo preguntas.


La llegada a la mansión

Cuando entraron en la habitación, Laura apenas abrió los ojos. Veleslava se acercó sin pronunciar palabra, colocó una mano sobre su vientre y cerró los ojos. El silencio se volvió espeso, y todos contuvieron la respiración.

De pronto, la curandera se estremeció y retiró la mano bruscamente, como si hubiera tocado fuego. Su rostro cambió a una expresión de horror.


Las palabras que helaron la sangre

—Ella no está sola —dijo Veleslava con voz grave—. Dentro de su cuerpo vive algo… y no es humano.

El murmullo de asombro recorrió la sala. John sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. La anciana continuó:
—No puedo salvarla sin expulsar lo que habita en ella… pero hacerlo podría matarla al instante.


La revelación

Laura, con un hilo de voz, susurró que desde hacía meses sentía “movimientos” extraños, algo que los médicos atribuían a espasmos musculares. Nunca lo mencionó para no preocupar a su esposo.

Veleslava explicó que, según las antiguas historias de Greenvale, ciertas “presencias” podían anidar en cuerpos debilitados, alimentándose de su energía vital hasta consumirlos por completo.

—Tienes que decidir, John —dijo la anciana—: o la dejas ir en paz, o arriesgas su vida para intentar salvarla.


El dilema

John, que había llegado allí buscando esperanza, ahora se encontraba ante una decisión imposible. Si aceptaba el ritual de Veleslava, podría perder a Laura en el acto; si no lo hacía, la perdería lentamente.

La curandera le dio una noche para decidir. El empresario pasó horas junto a la cama de su esposa, recordando su primera cita, su boda, los viajes, las risas… y el vacío que sentiría sin ella.


La decisión final

Al amanecer, John anunció que aceptaría el riesgo. Veleslava preparó un círculo de sal, velas y hierbas, y comenzó a recitar palabras en un idioma desconocido. Laura convulsionó y gritó, mientras una sombra parecía desprenderse de su cuerpo.

En un instante, todo terminó. Laura quedó inconsciente, pero respirando. Veleslava, agotada, aseguró que la “presencia” había sido expulsada.


Conclusión

Días después, Laura comenzó a mejorar de forma inexplicable. Los médicos no hallaban explicación, pero John sabía que la ciencia no lo había salvado esta vez.

La frase de Veleslava —“no está sola”— quedó grabada en su memoria, recordándole que, incluso en un mundo de tecnología y progreso, hay misterios que escapan a toda lógica… y precios que, por amor, estamos dispuestos a pagar.