Tras más de una década de rumores, chismes y versiones incompletas, Adrián Uribe, ya con 53 años, se sincera como nunca, habla de su divorcio con Karla Pineda, admite errores, secretos emocionales y revela cómo es su relación hoy
Nadie en el foro estaba preparado para lo que iba a pasar.
El programa especial se había anunciado como una noche de comedia, recuerdos y anécdotas: “Adrián Uribe, 53 años de vida, más de 30 de carrera”. Clips de sus personajes, imitaciones, sketchs clásicos, carcajadas aseguradas.
Lo que casi nadie esperaba es que, entre tanta risa programada, hubiera espacio para algo tan serio como una confesión sobre una de las partes más delicadas de su vida: su historia con su exesposa, Karla Pineda.
Y menos aún que fuera él mismo quien abriera la puerta.
La escaleta marcaba: “bloque 3, momento emotivo”. El conductor le haría algunas preguntas sobre la paternidad, los años que han pasado, las lecciones de la vida. Nada fuera de lo normal. Pero cuando se toca la palabra “familia” en la vida de alguien que ha estado bajo la lupa, todo puede cambiar en cuestión de segundos.

El giro inesperado: de la risa al silencio total
El bloque arrancó ligero. El conductor, entre risas, lanzó la típica pregunta con la que siempre han intentado sacarle algo más:
—A ver, Adrián… ¿qué ha sido más difícil: hacer reír a un público entero o aprender a ser papá?
Él respondió con un chiste rápido, el público se rió, todo iba en piloto automático. Pero después, sin que nadie lo presionara, añadió algo que no estaba en guion:
—¿Sabes qué ha sido todavía más difícil? Aceptar mis errores como esposo… y como exesposo.
La frase cayó pesada. De repente, el foro se quedó en silencio. El conductor lo miró con sorpresa genuina; ese no era el tono que esperaban de él esa noche.
—Te noto serio —dijo, dejando las tarjetas a un lado—. ¿Quieres hablar de eso?
Ahí, en ese segundo, Adrián tuvo dos opciones: refugiarse en un chiste o seguir hacia adelante. Por primera vez en mucho tiempo, eligió lo segundo.
—Durante años —empezó— he escuchado versiones de mi historia con Karla… casi siempre contadas por otros. Hoy, a mis 53, me cansé de dejar que los demás sean los narradores.
Respiró hondo.
—Hoy voy a decir lo que nunca he contado de verdad sobre mi exesposa.
El murmullo del público fue inmediato.
El inicio: una historia que nunca se pensó que terminaría
No empezó hablando del final, sino del principio. De una época donde no existían titulares, ni notas, ni análisis de redes. Sólo dos personas intentando armar vida.
—Cuando conocí a Karla —recordó— nadie imaginaba quién iba a ser yo años después. No era “el comediante tal”, no era “el conductor de tal programa”. Era un tipo con muchas ganas y muy poco sueño.
La describió con una mezcla de cariño y respeto: una mujer directa, con carácter, con sueños propios, que no se dejaba impresionar por chistes fáciles ni promesas vacías.
—Lo que poca gente sabe —confesó— es que ella estuvo cuando nadie aplaudía. Cuando el foro era pequeño, el sueldo apenas alcanzaba y yo me preguntaba si estaba haciendo lo correcto con mi vida.
La parte “impactante” no era escandalosa. Era algo que rara vez se dice en voz alta:
—Antes de que el público creyera en mí… ella creyó.
Lo que se rompió en el camino
Pero las historias no se sostienen sólo de amor y buena voluntad. El conductor, con cuidado, le preguntó:
—¿Cuándo empezaron a fracturarse las cosas?
Adrián no respondió con una fecha concreta, sino con una sensación:
—Cuando el ruido de afuera empezó a sonar más fuerte que la voz de adentro.
Contó que, tras los primeros éxitos, la agenda se llenó: llamados tempranos, grabaciones largas, giras, entrevistas, eventos. Él empezó a estar en todos lados… menos en su propia casa.
—Yo me decía: “Estoy trabajando por mi familia” —explicó—. Pero la realidad es que, sin darme cuenta, empecé a estar más presente para el público que para la persona que dormía a mi lado.
Aceptó algo que pocos quieren decir en público: que más de una vez confundió “darles todo” con “estar lejos todo el tiempo”.
—Un día —relató— Karla me dijo algo que nunca se me va a olvidar: “Yo no quiero un proveedor. Yo quiero un compañero”. Y en ese momento, yo no supe cómo ser las dos cosas.
No hubo acusaciones, ni escenas inventadas. Sí hubo pausas largas antes de cada frase.
La parte que nunca se ve: discusiones silenciosas y decisiones difíciles
Adrián habló de las discusiones que no salen en los medios: las de las dos de la mañana, las de pasillo, las de mirada cansada. No eran gritos dramáticos, sino frases cortas que lastiman más porque vienen de quien conoces mejor.
—Ella me reclamaba algo muy simple —dijo—: “Quiero que estés”. Y yo respondía con algo muy típico: “No puedo, no ves todo lo que tengo que hacer”.
Lo que nunca había admitido era esto:
—Yo también tenía miedo —confesó—. Miedo de parar, miedo de bajar el ritmo, miedo de decir “no” a un proyecto por decir “sí” a mi familia. Pensaba que, si aflojaba, se me iba a acabar todo.
Con el tiempo, la distancia se volvió costumbre. Y la costumbre, silenciosamente, se convirtió en un muro.
—Llegó un punto —dijo— en el que hablábamos de cosas prácticas: pagos, pendientes, horarios. Pero ya no hablábamos de nosotros. Y cuando dejas de hablar de “nosotros”, empiezas a vivir como dos extraños muy funcionales.
El divorcio: lo que se dijo y lo que nunca se contó
Cuando se anunció la separación, los titulares hicieron lo suyo: frases cortas, suposiciones, exageraciones.
—Se dijeron muchas cosas —recordó—. Algunos me pintaron como villano, otros la pintaron a ella como difícil. Cada quien armó su novela. Y nosotros… estábamos demasiado cansados para corregir versión por versión.
Lo que nadie sabía era que, más allá de cualquier diferencia, hubo algo que se mantuvo firme: el respeto como padres.
—Hubiera sido muy fácil usar entrevistas para desahogarnos —dijo—. Pero había algo más importante que nuestro orgullo: nuestro hijo. Ahí sí, los dos estuvimos de acuerdo siempre.
Las “revelaciones” no iban en la línea del escándalo, sino de la autocrítica. Adrián, sin que nadie lo obligara, se echó encima una parte del peso.
—Hoy puedo decir, con calma, que no fui el esposo que Karla necesitaba en ese momento —admitió—. No porque no la quisiera, sino porque no supe balancear mi ego profesional con mi responsabilidad emocional.
El foro se quedó en silencio respetuoso.
Lo más duro: lo que le dijo su hijo
Entre todas las cosas que contó, hubo una que él mismo definió como “el golpe más fuerte”.
—Mucho después de la separación —relató—, en una charla muy honesta, mi hijo me preguntó algo que me dejó desarmado: “Papá, ¿por qué no supiste cuidar a mi mamá si tú dices que la quieres?”.
La pregunta, más que sobre romance, iba sobre responsabilidad.
—No supe qué contestar —dijo—. Podría haber hablado de incompatibilidad, de tiempos, de miles de cosas. Pero me escuché a mí mismo y pensé: “La verdad es que no supe cuidar lo que tenía en ese momento”.
Esa frase, según él, lo persiguió durante años.
La nueva versión de ellos: exesposos, pero equipo
Lo que la gente suele preguntarse es: “¿Cómo se llevan hoy?”. Él aprovechó el momento para hablar de esa parte, también.
—Mucha gente cree que, porque eres ex, estás obligado a llevarte mal —comentó—. Como si el divorcio fuera sinónimo de guerra eterna. En nuestro caso, no fue así.
No dijo que fuera fácil. Ni idílico. Ni perfecto.
—Tuvimos momentos muy tensos, sí —aceptó—. Momentos de distancia, de orgullo, de “cada quien por su lado”. Pero el tiempo te va acomodando diferente. Y hoy, puedo decir que con Karla hay algo muy valioso: paz.
Contó que hay mensajes, llamadas, coordinaciones constantes por su hijo, y que han aprendido a verse no como enemigos, sino como dos personas que compartieron una etapa y siguen compartiendo algo aún más grande: la responsabilidad de ser padres.
—No somos mejores amigos que se cuentan todo —aclaró—. Pero tampoco somos desconocidos. Nos tenemos respeto. Y eso, después de todo, es una enorme victoria.
La verdadera “información impactante”
El conductor, consciente de que el público esperaba una frase que justificara el titular, le preguntó directamente:
—Entonces, cuando dices que hoy revelas “todo sobre tu exesposa”… ¿a qué te refieres exactamente?
Adrián se quedó callado unos segundos. Luego, sonriendo con cierta timidez, respondió:
—A que por primera vez admito en público algo que debería haberse dicho hace años: que Karla no es la villana de ninguna historia. Que hizo lo que tenía que hacer para cuidarse. Y que, si alguien falló en ese momento, fui yo.
Eso era lo “impactante”: la falta de culpas hacia ella, y la ausencia de drama fácil.
—Durante mucho tiempo —añadió—, dejé que se contaran historias donde ella salía mal parada. Yo me quedaba callado, pensando que el silencio era neutral. Hoy entiendo que, a veces, el silencio también es injusto.
Respiró hondo.
—Hoy, a mis 53 años, lo digo claro: le tengo gratitud. No porque las cosas hayan terminado, sino porque en su momento me acompañó, me confrontó y tuvo el valor de irse cuando ya no estaba bien quedarse.
Lo que aprendió y lo que quiere dejar dicho
La entrevistadora invitada, con voz suave, le lanzó la última pregunta:
—Si Karla estuviera ahora mismo frente a ti, ¿qué le dirías que no le hayas dicho ya en privado?
Él bajó la mirada, se tomó unos segundos y luego habló directo, sin adornos:
—Le diría “gracias por aguantar lo que aguantaste… y gracias también por no aguantar más de la cuenta”. Porque eso me obligó a crecer.
Hizo una pausa, y añadió:
—Y le pediría disculpas, una vez más, por haber tardado tanto en hablar así de ella públicamente. Porque es muy cómodo decir en entrevistas que “todo está bien” y quedarse ahí. Hoy quise ir un poco más lejos.
Miró a la cámara, como si, de alguna manera, esperara que sus palabras llegaran a donde tenían que llegar.
—Si algo quiero que se quede claro —concluyó— es que mi exesposa no es un capítulo oscuro de mi vida, ni un tema prohibido. Es parte de mi historia, de la de mi hijo y de la persona que soy ahora.
Después del “corten”
Cuando las cámaras se apagaron, el foro no volvió inmediatamente al ruido habitual. Hubo abrazos del equipo, comentarios en voz baja, algunas lágrimas discretas entre los presentes. No habían presenciado un escándalo… habían presenciado algo más raro en televisión: un hombre hablando de su exesposa sin rencor, sin revancha y sin convertirla en antagonista.
En redes, los titulares se multiplicarían al día siguiente. Se hablaría de “confesiones”, de “verdades por fin dichas”, de “información impactante”. Pero lo esencial no cabría del todo en una frase de impacto:
Que a los 53 años, Adrián Uribe —al menos en este relato— eligió usar su voz no para ajustar cuentas, sino para hacerse cargo de las propias.
Y, sobre todo, para decir el tipo de frase que casi nunca se lee en una nota de espectáculo:
“Mi ex no fue un error.
Fue una etapa importante de mi vida.
El error fue no saber cuidarla a tiempo.”
Lo demás —las interpretaciones, las opiniones, los juicios— quedaría, como siempre, en manos del público.
Pero esa noche, por primera vez, la historia la contó él. Y la contó con algo que pocos se atreven a mostrar en pantalla: responsabilidad, cariño y una verdad que no busca destruir, sino entender.
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