Su hijo llegó de la escuela con la corbata torcida y una frase que le heló la sangre: “Vi a mamá y dijo que vendrá por mí pronto.” El problema era que su madre llevaba meses muerta… y la verdad detrás de ese encuentro desafiaría toda lógica.

La tarde transcurría con la rutina habitual. Yo preparaba un vaso de jugo de naranja mientras Liam, mi hijo de siete años, dejaba su mochila en el suelo de la cocina. Llevaba el uniforme arrugado y la corbata torcida, señal de un día largo en la escuela.

No le presté demasiada atención hasta que habló:
—Papá, vi a mamá en la escuela… y me dijo que no volviera contigo.

El cartón de jugo casi se me cayó de las manos. Sentí que el corazón me daba un salto en el pecho. Me agaché para mirarlo a los ojos.
—¿Qué dijiste, hijo?

Liam me sostuvo la mirada. No había vacilación en su voz:
—La vi. Tenía un vestido azul. Me dijo que no te lo contara… pero que volvería pronto por mí.

El imposible

Mi mente se negaba a procesarlo. Mi esposa, Laura, había muerto hacía ocho meses en un accidente de tráfico. Lo último que vio Liam de ella fue el ataúd en el funeral.

—Liam… mamá no puede haber estado en la escuela —dije, tratando de sonar firme, pero mi voz tembló.
—Sí estaba —respondió—. Caminaba por el patio, me sonrió y me dijo eso.

La inquietud crece

La conversación me dejó inquieto todo el día. Pensé en posibilidades racionales: quizá vio a alguien parecida, o quizá era un malentendido. Pero Liam no era un niño propenso a inventar cosas, y su seguridad en los detalles me perturbaba.

Al día siguiente, llamé a la escuela. La secretaria, algo incómoda, me dijo que ningún adulto extraño había sido registrado como visitante, y que no habían visto a ninguna mujer con vestido azul en las instalaciones.

—Sin embargo —añadió—, uno de los profesores comentó que Liam parecía distraído, como si estuviera buscando a alguien.

Las pruebas

La inquietud me llevó a revisar las cámaras de seguridad que la escuela tiene en las entradas. Tras insistir, el director me permitió ver las grabaciones.

En la hora del recreo, vi a Liam sentado en un banco, solo. De pronto, su mirada se fijó en algo fuera del ángulo de la cámara. Minutos después, se levantó y caminó hacia un punto ciego donde no había cobertura.

No apareció ninguna mujer en el resto del metraje. Pero lo extraño fue que, antes de levantarse, Liam asintió varias veces… como si respondiera a alguien.

La segunda vez

Tres días después, volvió a suceder. Liam regresó de la escuela con la misma calma perturbadora:
—Papá, mamá vino otra vez. Dijo que la siguiera, pero sonó la campana y se fue.

Esta vez lo llevé directamente a un psicólogo infantil. El especialista sugirió que podía tratarse de un duelo no resuelto, una forma de mantener viva la presencia materna. Me recomendó no confrontarlo, sino escucharlo y registrar lo que contara.

El detalle que me quebró

Esa noche, mientras Liam dormía, revisé viejas fotos familiares buscando pistas. En una de ellas, Laura llevaba un vestido azul idéntico al que él describía. La foto era de nuestra primera cita… en un parque cercano a la escuela de Liam.

El escalofrío que sentí fue inmediato.

La decisión

Al día siguiente, fui a recogerlo personalmente y esperé en el patio antes de que sonara la campana. Quería estar allí si esa “aparición” sucedía.

A las 3:15, vi a Liam salir, mirando alrededor. Se detuvo de golpe, clavando la vista en un punto detrás de mí. Me giré, pero no vi a nadie. Sin embargo, en el aire había un aroma inconfundible: el perfume floral que Laura usaba siempre.

Liam sonrió y murmuró:
—Te dije que volvería.

Conclusión abierta

No sé si lo que mi hijo ve es fruto de su mente, una coincidencia inquietante o algo que escapa a toda explicación. Pero desde aquel día, nunca más dejé que saliera solo de la escuela.

Algunos dirán que es duelo. Otros, que es imaginación. Pero en el fondo, cada vez que Liam menciona a su madre, siento que quizás, de algún modo, ella realmente sigue aquí… y que aún no ha terminado lo que vino a hacer.