“Lo que parecía un rumor de pasillos se confirmó: Javier Solís odiaba a Enrique Guzmán. El público nunca entendió por qué dos ídolos de la música mexicana no podían coincidir. Hoy, tras años de silencio, salen a la luz los motivos ocultos que desataron un conflicto imposible de perdonar.”

Una enemistad que intrigó a todos

En la historia de la música mexicana abundan anécdotas, rivalidades y secretos. Pero pocos generaron tanta especulación como la supuesta enemistad entre Javier Solís, el “Rey del Bolero Ranchero”, y Enrique Guzmán, el ídolo juvenil del rock en español. Durante años se habló de un distanciamiento, de frases cruzadas en camerinos y de miradas incómodas en los escenarios. Sin embargo, nunca se supo con claridad por qué.

Hoy, nuevas versiones y testimonios de la época permiten entender la raíz de un odio profundo que, hasta hace poco, se consideraba solo una leyenda urbana.


Dos mundos que chocaban

Javier Solís representaba la tradición, la voz potente que mantenía viva la esencia ranchera y romántica. Enrique Guzmán, en cambio, encarnaba la modernidad: el rock, la rebeldía juvenil, el cambio cultural de los años 60.

El choque era inevitable. Ambos competían por la atención del público, de la prensa y, sobre todo, de los productores que empezaban a apostar por sonidos distintos.

“Solís veía en Guzmán una amenaza al género que lo había llevado a la cima”, explica un cronista musical. “Era como si lo nuevo estuviera arrinconando a lo clásico.”


El incidente nunca contado

Más allá de la competencia artística, hubo un episodio que marcó un antes y un después. Según testimonios recopilados, durante un ensayo para un programa de televisión, Enrique Guzmán habría hecho un comentario sarcástico sobre el estilo de Javier Solís.

“Tu música es para viejos, la mía es para el futuro”, habría dicho en tono burlón.

La frase llegó a los oídos de Solís, quien, según los testigos, jamás lo perdonó. Ese día comenzó una tensión que se volvió imposible de ocultar.


Rivalidad en los escenarios

Los productores aprovecharon la tensión para generar expectativa. Programaban a ambos artistas en los mismos eventos, sabiendo que la prensa captaría cada gesto.

En una famosa presentación en la Ciudad de México, mientras Solís interpretaba un bolero, Guzmán habría hecho gestos de aburrimiento entre bambalinas. La prensa lo registró y los rumores de enemistad explotaron.

Aunque ninguno de los dos lo confirmó públicamente, el distanciamiento se hizo evidente. No compartían camerinos, evitaban saludarse y, en entrevistas, sus respuestas eran cada vez más cortantes cuando surgía el nombre del otro.


Más que celos profesionales

Pero no todo se reducía a diferencias musicales. Fuentes cercanas aseguran que existía un trasfondo más personal. Guzmán habría estado vinculado sentimentalmente con una mujer cercana a Solís, lo que incrementó la tensión.

“Fue la mezcla perfecta de celos profesionales y personales”, asegura un antiguo promotor. “Solís sentía que Guzmán no solo quería quitarle al público, sino también lo que consideraba suyo en la vida privada.”


El peso de la historia

El tiempo no alcanzó para una reconciliación. La prematura muerte de Javier Solís en 1966 dejó la enemistad congelada en el imaginario colectivo. Desde entonces, la pregunta se mantuvo: ¿qué tanto de rumor había en ese odio y qué tanto de verdad?

Con el paso de los años, entrevistas y memorias de colegas han confirmado que la tensión fue real y que Solís nunca pudo perdonar los desplantes de Guzmán.


Reacciones del público

El público, que adoraba a ambos, quedó dividido. Algunos defendían a Solís como símbolo de respeto y tradición; otros veían en Guzmán la frescura que México necesitaba. Lo cierto es que esa enemistad marcó una transición cultural: el fin de una era y el nacimiento de otra.


Epílogo

Hoy, al revisitar esta historia, queda claro que no era solo un rumor: Javier Solís sí odiaba profundamente a Enrique Guzmán. La razón fue una combinación de burlas, rivalidad artística y heridas personales imposibles de cerrar.

El mito se convierte en verdad, y el legado de ambos queda teñido por una enemistad que sigue fascinando a generaciones enteras.