“Nunca imaginé ser madre otra vez”: la inesperada historia de Karen Doggenweiler, que a los 56 años presenta a sus gemelos recién nacidos, relata el riesgo que enfrentó y explica por qué calló su embarazo tanto tiempo
Al principio fue solo una imagen desenfocada, tomada con prisa en un pasillo de clínica.
Una mujer de bata, el pelo recogido, mascarilla a medio bajar, los ojos brillantes y una sonrisa que muchos reconocieron de inmediato: Karen Doggenweiler.
En sus brazos, envueltos en mantitas casi idénticas, dos pequeños bultos rosados.
A un costado, el inconfundible perfil de su esposo, el político Marco Enríquez-Ominami, intentando tapar la escena con el cuerpo mientras miraba a la cámara con cara de “por favor, no ahora”.
La foto apareció primero en un grupo de WhatsApp, luego en X, después en Instagram, y en menos de una hora ya estaba en los portales de espectáculos:
“¿Karen Doggenweiler fue mamá nuevamente?”
“¿Gemelos a los 56?”
“La imagen que nadie esperaba ver de la animadora de Viña 2025.”
Las teorías se dispararon: que era un montaje, que era un nieto, que era una campaña, que se trataba de un proyecto televisivo.
Pero esa misma tarde, desde la cama de la clínica, fue la propia Karen quien decidió zanjar la duda.
Abrió su cuenta, miró la pantalla un segundo, respiró hondo y escribió:
“Sí. Son mis hijos. Nuestros hijos.
Llegaron sanos, fuertes y a destiempo de todas las expectativas.
Después les cuento la historia. Hoy solo quiero decir: gracias, vida.”
Internet colapsó.
Chile entero se detuvo un instante.
La mujer que ya había “cerrado” el capítulo de la maternidad
Para el público, Karen Doggenweiler tenía su vida familiar resuelta desde hace años: madre de dos hijas —Fernanda, de su primer matrimonio, y Manuela, fruto de su relación con Marco Enríquez-OminamiWikipedia+1—, esposa, periodista consolidada, rostro habitual en matinales y ahora flamante animadora del Festival de Viña del Mar 2025.Wikipedia+1
En entrevistas anteriores, había hablado con cariño de sus hijas, de lo difícil que fue compatibilizar estudios, maternidad y televisión en los noventa, de los sacrificios, de las culpas, de la alegría de verlas convertirse en mujeres adultas.
Cada vez que alguien le preguntaba por “la posibilidad de otro hijo”, ella respondía con humor y realismo:
—La fábrica está cerrada —bromeaba—. Ahora me toca disfrutar a los hijos de los demás.
A los 56 años, con una agenda llena entre Viña, el matinal y proyectos varios, la idea de volver a desvelarse por mamaderas y pañales no estaba en sus planes… al menos, no en los que conocía el público.
Puertas adentro, las conversaciones eran otras.
Una frase en el médico que lo cambió todo
La historia —según contaría después— comenzó de la forma menos espectacular posible: en una consulta de rutina.
Karen llevaba meses sintiéndose diferente: cansancio raro, ciclos irregulares, ese revoltijo hormonal que muchas mujeres conocen demasiado bien.
La palabra que flotaba en su cabeza era evidente: menopausia.
—Fui al médico convencida de que me iban a confirmar lo que ya sabía —relató—. Que era una etapa nueva, que tocaba respirar, cuidarse y seguir.
Después de exámenes, preguntas y miradas al computador, el doctor la sorprendió con otra frase:
—Karen… aquí hay algo que tenemos que revisar con más calma.
Le hicieron nuevas pruebas.
Ella salió de la consulta con la mente hecha un torbellino: “¿Será algo malo?”, “¿Será algo serio?”.
Días después, sentada junto a Marco, escuchó la respuesta que nunca imaginó a esa edad:
—No es un tumor —dijo el médico, casi sonriendo—. Es un embarazo.
El silencio duró una eternidad.
—Yo me reí —contó ella—. De puro nervios. Marco se quedó blanco. Y después los dos lloramos, pero no sabíamos exactamente si de miedo, de sorpresa o de alegría.
La conversación más difícil: “¿Podemos, a esta edad?”
La noticia dio paso a una lista infinita de preguntas.
Médicas, económicas, emocionales.
¿Era seguro para ella?
¿Era justo para el bebé?
¿Tenían energía para volver a empezar?
¿Querían realmente hacerlo… o solo los movía el impacto del momento?
Karen no romantiza esa etapa.
—No fue un “sí” instantáneo —admitió—. Hubo dudas, noches en vela, miedo a los juicios. Sabíamos que muchos iban a decir que era una locura, que era egoísmo, que ya estábamos “pasados”.
Los especialistas le hablaron con franqueza: embarazo de alto riesgo, controles estrictos, posibles complicaciones. También le recordaron algo importante:
“La decisión es tuya. De ustedes. Lo importante es que estén informados y acompañados.”
Hubo una escena que, según ella, inclinó la balanza:
En una videollamada grupal, contó la noticia a sus hijas. Esperaba reacciones divididas, reproches, cuestionamientos.
Fernanda, la mayor, fue la primera en hablar:
—Mamá… si tú estás bien, si el médico dice que es posible, y si tú quieres… ¿quiénes somos nosotros para decirte que no?
Manuela, desde el extranjero, remató entre risas y lágrimas:
—¡Voy a ser la hermana grande aunque me sienta chica!
Ese día, Karen entendió algo: el verdadero juicio que más temía no era el de la prensa, sino el de su propia familia. Y ellos, precisamente, le estaban tendiendo la mano.
Un embarazo vivido en secreto, entre ecografías y silencios
Decididos a seguir adelante, Karen y Marco tomaron otra determinación igual de radical:
el embarazo sería secreto el mayor tiempo posible.
—No queríamos que los primeros meses se convirtieran en tema de matinales y paneles —explicó—. Antes de ser noticia, tenía que ser nuestro.
Las primeras ecografías fueron casi clandestinas.
Entraban por accesos secundarios, cambiaban horarios, inventaban reuniones que justificaran sus salidas.
Cada nueva imagen en blanco y negro, cada latido escuchado, era una fiesta silenciosa en la cocina de su casa.
—Nos mirábamos y decíamos: “¿En serio está pasando esto?” —recordó—. Yo ya me había despedido de esta posibilidad. Sentía que la vida me estaba dando un bonus track inesperado.
La barriga, al principio, se escondía fácilmente con ropa suelta.
Pero con el tiempo se volvió imposible disimular.
En el matinal, los camarógrafos aprendieron a encuadrar de cierta forma; el equipo cercano sabía más de lo que decía, pero guardaba lealtad.
Solo un grupo reducido conocía toda la verdad: hijas, familia muy cercana, un par de amigas de años, el equipo médico.
Hacia el sexto mes, la presión externa creció.
Rumores de “cambio de peso”, teorías de problemas de salud, comentarios crueles en redes.
—Ahí volvimos a dudar —confesó—. ¿Lo contamos? ¿Aguantamos?
Decidieron aguantar.
Al menos, hasta que los bebés estuvieran fuera de peligro.
La sorpresa doble en la pantalla
Lo que Karen no había querido contar en público —todavía—, el destino se encargó de revelarlo en privado: en una ecografía de control.
Mientras el médico deslizaba el transductor, frunció el ceño un segundo, volvió a la pantalla, sonrió.
—Bueno —dijo—, parece que el canal cambió de programación.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, nerviosa.
—Que aquí no hay uno… hay dos.
El mundo se desordenó otra vez.
—Me acuerdo que le dije: “Doctor, ¿no será que se le duplicó la imagen por error?” —contó entre risas—. Él me respondió: “Ojalá todos mis errores vinieran con dos corazones latiendo”.
Gemelos.
A los 56 años.
Con carrera, familia, vida armada, y un país entero mirándola sin saberlo.
La decisión de seguir adelante se reafirmó entre miedo y entusiasmo.
El plan de silencio… se volvió aún más frágil.
—Sabíamos que el mínimo descuido, una foto mal tomada, un comentario fuera de lugar, y todo se iba a saber —dijo—. Pero también sabíamos que, si salíamos a contarlo en ese momento, la historia se iba a comer el embarazo.
Eligieron seguir en modo burbuja.
El parto, el susto y el llanto que lo cambió todo
El día del parto llegó antes de lo previsto.
Un dolor diferente la despertó de madrugada.
Marco, entre dormido y alerta, tardó segundos en entender que esa vez no era un susto más.
—Es ahora —le dijo ella, con una mezcla de miedo y determinación—. No te asustes tú también.
La clínica se llenó de protocolos: embarazo gemelar, madre de 56, equipo preparado.
Ella recuerda olores, luces, voces que iban y venían.
—No voy a romantizarlo —admitió—. Tuve miedo. Pensé en mis hijas, en Marco, en estos dos pequeños que aún ni sabía cómo se veían.
La primera lloró con un quejido agudo.
El segundo tardó unos segundos eternos en hacerlo.
Cuando finalmente se escuchó el doble llanto, el médico se acercó con la noticia que ella necesitaba oír:
—Están bien. Están pequeños, pero bien.
Dos mantitas casi idénticas, dos gorritos mínimos, dos pares de manos en miniatura que se aferraban al aire como si se agarraran a la vida con todas sus fuerzas.
—Ahí supe —dijo— que todo el miedo había valido la pena.
La decisión de mostrarlo al mundo
Podrían haber salido de la clínica por una puerta trasera.
Podrían haber negado, confundido, callado.
Pero fue en medio de la sala, con los gemelos sobre su pecho y la mente todavía nublada, cuando Karen tomó otra decisión:
—Si algo he aprendido en treinta años de televisión —explicó— es que, cuando tú no cuentas tu historia, otros la inventan. No quería que estos niños empezaran su vida siendo chisme. Preferí mostrarles la cara, pero sobre todo, mostrar la verdad.
Pidió su teléfono.
Sacaron una foto: ella despeinada, sin maquillaje, ojeras marcadas, pero con una sonrisa distinta; Marco a su lado, con cara de no entender cómo el universo estaba tan loco y tan bien al mismo tiempo; los gemelos en medio, como si fuera el lazo perfecto.
Publicó.
Y dejó que el mundo hiciera lo que el mundo sabe hacer: hablar.
El país opinando… y ella mirando desde la cuna
Las horas siguientes fueron una avalancha:
Paneles discutiendo sobre maternidad tardía, médicos explicando riesgos, psicólogos hablando de generaciones, usuarios de redes arrojando amor, odio y juicios en cuestión de segundos.
—“Qué irresponsable”, “qué valiente”, “qué egoísta”, “qué inspiradora” —enumeró—. Leí de todo. Y entendí algo: la gente opina desde su historia, no desde la mía.
Mientras tanto, la vida real seguía su curso en la habitación de clínica: tomas, pañales, piel con piel, visitas restringidas, videollamadas con las hijas mayores que lloraban al ver a sus hermanos en pantalla.
—Llegó un momento en que tuve que dejar el teléfono a un lado —reconoció—. Porque me estaba perdiendo lo único que no se repite: los primeros minutos de estos dos en el mundo.
Marco, las hijas y la reconfiguración de la familia
En las entrevistas posteriores, muchos quisieron saber cómo se lo tomaron todos en casa.
Karen fue clara:
—Esto no es una aventura mía solamente. Es un cambio completo para todos.
Marco pasó de ser esposo y padre de una joven universitaria a repetir noches de desvelo, solo que con más canas y menos energía.
Las hijas, de ser “las niñas”, pasaron a convertirse en hermanas mayores de golpe, con toda la mezcla de orgullo y vértigo que eso implica.
—Hablamos mucho —contó—. Pusimos las cartas sobre la mesa: miedos, celos, dudas, ilusiones. Y llegamos a un acuerdo básico: estos niños no vienen a reemplazar nada ni a nadie. Vienen a sumar.
En la casa, tuvieron que reorganizarlo todo: espacios, horarios, prioridades.
La pieza que antes era oficina improvisada se transformó en nursery; el calendario de viajes se ajustó; la palabra “descanso” se redefinió.
—Nunca pensé que, a esta altura de mi vida, iba a volver a comprar cochecitos y mamaderas —dijo, entre risas—. Pero aquí estamos.
Karen frente al espejo: cuerpo, edad y crítica interna
Más allá del ruido externo, hubo otra batalla silenciosa que ella misma quiso visibilizar: la interna.
—No fue fácil verme en el espejo —admitió—. El cuerpo cambia distinto a los 56 que a los 26. Hay cicatrices, hay marcas, hay dolores que se quedan más tiempo.
Como figura pública, acostumbrada a las cámaras, sabía que cualquier cambio físico se convertiría en tema de conversación.
—Decidí que, si iba a hablar de esto, también tenía que hablar de eso —explicó—. De la presión que sentimos las mujeres por “volver a la talla” como si esa fuera la prioridad.
En lugar de hacer dietas imposibles ni ocultar su proceso, optó por mostrar, con medida, la realidad:
Fotos en ropa cómoda, relatos de noches sin dormir, reflexiones sobre el cansancio y la felicidad, siempre cuidando de no exponer de más a los gemelos, pero dejando claro que la maternidad tardía no es un filtro de Instagram, sino una combinación de belleza y agotamiento muy real.
¿Volver a la televisión? La pregunta del millón
Con Viña 2025 y el matinal todavía frescos en la memoria del público, la duda era inevitable:
“¿Qué va a pasar con su carrera?”
Karen respondió sin dramatismo:
—La televisión ha sido una parte enorme de mi vida, pero no es toda mi vida.
Contó que se había dado un tiempo fuera de pantalla para concentrarse en su salud y en sus hijos, y que cualquier regreso se haría con calma, sin la obsesión de “volver igual que antes”.
—Nunca voy a ser la misma de antes —afirmó—. Soy otra persona, otra mujer, otra mamá. Y si vuelvo, será desde ese lugar, no intentando fingir que nada pasó.
Habló de la posibilidad de hacer proyectos que dialoguen con esta nueva etapa: programas sobre cuidados, sobre conciliación, sobre segundas oportunidades, sobre cómo envejecemos en un mundo que nos exige estar siempre jóvenes y perfectos.
—Si algo me regaló este embarazo —dijo— fue una mirada distinta sobre el tiempo. Ya no quiero correr detrás de él. Quiero caminar con él.
El mensaje final: “No es una receta, es mi historia”
En la primera entrevista larga que dio tras el nacimiento de los gemelos, Karen cerró con un mensaje claro para quienes la escuchaban desde realidades muy distintas:
—No vengo a decirle a nadie qué hacer con su vida —subrayó—. No estoy diciendo “tengan hijos a los 56”, ni “esperen un milagro”, ni nada por el estilo.
Hizo una pausa, pensando en todas las mujeres que la miraban: las que quisieron ser madres y no pudieron, las que fueron madres muy jóvenes, las que no quisieron serlo nunca, las que están criando, las que ya criaron.
—Lo único que quiero compartir —añadió— es que la vida no siempre se ajusta a los planes que hacemos a los 20, a los 30 o a los 40. A veces se desordena, a veces sorprende, a veces duele. Y, en medio de ese desorden, podemos encontrar nuevas formas de ser felices.
Miró a la cámara como se mira a alguien muy cercano:
—Esta es mi historia. No es una receta, ni un manual. Es solo la prueba de que, incluso cuando sientes que todo está “ordenado”, el corazón puede abrir una ventana inesperada. Y está bien tomarla… si eso es lo que realmente quieres.
Detrás del set, alguien acunaba a dos bebés que todavía no sabían que habían detonado debates nacionales, titulares, opiniones y suspiros.
Para ellos, Karen no era “la animadora”, ni “la figura pública”, ni “la mujer que fue mamá a los 56”.
Era, simplemente, mamá.
Y, al final, más allá del shock y la curiosidad, quizá eso sea lo único que de verdad importa en esta historia.
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