“La dejó en el bosque para morir sola, enferma de cáncer; cuando escuchó pasos acercándose entre los árboles, supo que su historia aún no había terminado”
Abandonada en el bosque: la última traición de Michael
El aire olía a tierra húmeda y hojas en descomposición. Emily intentó abrir los ojos, pero sus párpados pesaban como piedras. El frío se filtraba por su ropa fina, la hierba mojada se pegaba a sus manos y un dolor sordo recorría todo su cuerpo.
Lo último que recordaba eran las paredes grises del hospital, el olor penetrante de desinfectante y la voz pausada del médico diciéndole, casi con pesar, cuánto tiempo le quedaba. Cáncer en etapa terminal. Pocas semanas, quizá días.
Michael, su marido, había estado presente. O al menos, físicamente. Porque emocionalmente ya hacía tiempo que estaba en otro lugar.
El viaje sin retorno
En el coche, el silencio era insoportable. Michael mantenía la vista fija en la carretera, las manos aferradas al volante hasta que los nudillos se le ponían blancos. Emily reunió fuerzas para preguntar adónde iban.
—No puedo… —respondió con frialdad—. ¿No lo entiendes? Tu lugar ya está ocupado.
Ella apenas tuvo tiempo de procesar esas palabras antes de que él girara bruscamente hacia un camino de tierra. El coche se detuvo en seco. Michael salió, abrió la puerta del copiloto y, sin mirarla, la levantó con brusquedad.
Su cuerpo débil cayó sobre el suelo frío. El bolso con sus pertenencias —su “bolsa de hospital”— aterrizó a un lado como si fuera basura. Luego, el sonido del motor y las luces rojas alejándose entre los árboles.
Soledad y silencio
Emily intentó gritar, pero su garganta reseca solo emitió un ronco susurro. El silencio del bosque era abrumador. Nadie respondió a su llamado. Nadie salió de las sombras para ayudarla.
Las lágrimas ardieron en sus ojos. Si hubiera tenido fuerzas, se habría levantado para huir, para buscar ayuda. Pero su cuerpo no le obedecía.
El tiempo se estiraba, y con él, la sensación de que este sería su final: morir sola, abandonada por la persona que había jurado cuidarla “en la salud y en la enfermedad”.
Los pasos
Entonces lo escuchó. Primero, un leve crujido de hojas. Luego, pasos lentos, pesados, acercándose desde algún punto entre los árboles. Y una respiración profunda, rítmica, como si quien fuera estuviese deliberadamente controlando cada exhalación.
El miedo y la esperanza se mezclaron en su pecho. Podría ser un caminante… o alguien mucho peor.
—¿Quién… está ahí? —susurró con las pocas fuerzas que le quedaban.
No hubo respuesta inmediata, solo pasos cada vez más cercanos. Entre la penumbra, una figura empezó a tomar forma.
El encuentro
No era Michael. Era un hombre mayor, con barba gris y ropa de cazador. Llevaba una linterna colgada al cuello y una mochila gastada. Se agachó junto a ella, revisando su pulso y la temperatura de su piel.
—Tranquila, niña… —dijo con voz grave pero amable—. No voy a dejarte aquí.
Emily sintió cómo la levantaba con sorprendente cuidado y la cubría con una manta. El hombre la llevó hasta una cabaña cercana, donde una estufa de leña crepitaba. Allí, le dio agua tibia y un poco de sopa.
La verdad sale a la luz
Durante los días siguientes, bajo el cuidado de ese hombre —llamado Thomas—, Emily recuperó algo de fuerza. Entre pausas para respirar, le contó todo: la enfermedad, el diagnóstico, la traición de su esposo.
Thomas escuchó en silencio y luego, con un suspiro, confesó que no era la primera vez que encontraba a alguien abandonado en esa zona. El pueblo cercano tenía historias de parejas y familiares que “dejaban” a personas enfermas en el bosque para no cargar con ellas.
—Pero tú no vas a ser una de esas historias —dijo con firmeza.
Una segunda oportunidad
Con la ayuda de Thomas, Emily fue trasladada a un centro de cuidados paliativos en la ciudad, donde recibió atención médica y, sobre todo, dignidad. Su cuerpo seguía debilitado, pero su espíritu había cambiado.
Pidió que se iniciara una investigación sobre Michael. Aunque sabía que quizá no enfrentara grandes consecuencias legales, quería que al menos quedara constancia de lo que había hecho.
El final que no esperaba
Emily no vivió muchos meses más, pero sí lo suficiente para experimentar algo que creía perdido: humanidad. En sus últimos días, agradeció haber escuchado aquellos pasos entre las hojas.
Porque, aunque la persona que debía estar a su lado la había abandonado, un desconocido decidió que su vida todavía valía la pena.
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