“Esta vieja se me cuelga del cuello…” — la humillación que Olivia escuchó de su esposo en plena fiesta 😲😲😲

Nicholas alzó una copa tras otra, embriagándose con rapidez. La mesa estaba dispuesta con Olivia a su izquierda y una compañera de trabajo mucho más joven, Irene, a su derecha.

La música vibrante y el murmullo de las conversaciones llenaban el lugar, pero de pronto, la banda dejó de tocar. El silencio momentáneo permitió que Olivia escuchara con claridad las palabras que su marido, en tono confidencial, le soltaba a la joven:

Irene, eres preciosa, de verdad. No he podido apartar los ojos de ti en toda la noche. No como mi Olivia… —dijo, mirando con desdén a su esposa— ella dejó de cuidarse hace años. Nosotros, los hombres, amamos con la vista, ¿sabes? Me precipité al casarme otra vez después del divorcio… Mis amigos me lo advirtieron: “búscate una más joven”. ¿En qué estaba pensando?

Olivia sintió que el aire se le atascaba en la garganta. Irene respondió algo en voz baja, pero su voz no le llegó con claridad. Nicholas, sin embargo, siguió con su “encanto” envenenado:

Mírala, se me cuelga como una carga. La casa es un desastre, las comidas son salchichas y empanadas congeladas… Y eso que le doy bastante dinero para la casa. ¿Qué casa? —rió con desprecio— Ese vestido que lleva, yo lo compré… pero en ella parece un saco en una vaca. Ya la habría dejado, pero me da lástima… ¿A dónde iría sin mí? Aunque hoy, lo tengo decidido: se acabó. Voy a pensar en mí. Nada de más regalitos. Y, por cierto, ¿qué vas a hacer esta noche? Podríamos dar una vuelta en coche, sentir el aire fresco… La llevo a ella a casa y quedo libre hasta el amanecer.

Olivia sintió un calor de indignación subiéndole por el cuello. Cada palabra era una puñalada. Lo había financiado todo: la cena, la celebración, incluso el traje que él lucía esa noche.

Se inclinó hacia él, clavándole el codo en el costado, y le susurró con voz tensa:
—¿Qué tonterías estás diciendo? Deja de hacer el ridículo.

Pero Nicholas, con la sonrisa torcida por el alcohol, ni siquiera parecía notar que había cruzado una línea de la que no podría volver.