Entre lágrimas, risas nerviosas y una confesión inesperada, Paola Rey revela a sus 45 años que nunca se sintió tan segura, admite su mayor secreto emocional y derrumba el mito de la vida perfecta que vendía
La escena empezó como tantas otras entrevistas en su carrera: un set cuidadosamente iluminado, un sillón cómodo, una mesa con flores impecables y una pantalla gigante de fondo proyectando imágenes de telenovelas, pasarelas, portadas, sonrisas perfectas congeladas en el tiempo.
En ellas, Paola Rey parecía no tener grietas: joven eterna, mirada intensa, piel de porcelana, personajes inolvidables, una carrera que muchos envidiarían. Pero esa noche, a sus 45 años, la mujer que durante décadas había encarnado a protagonistas impecables decidió hacer algo que ningún guion se hubiera atrevido a escribir por ella:
Desmontar, en vivo, la idea de que su vida era tan perfecta como sus fotografías.
Y lo hizo con una frase que no venía de libreto, ni de teleprompter, ni de ningún plan de prensa:
—A veces… ni yo misma me creía el papel que todos querían que hiciera de Paola Rey.
El público en el estudio se quedó en silencio.
La conductora, acostumbrada a escuchar respuestas diplomáticas, sonrió con nerviosismo.

—¿A qué te refieres? —preguntó, tratando de sonar casual.
Ella no esquivó. No hizo el chiste fácil. No tiró del recurso del “ay, ya me puse profunda, cambiemos de tema”.
Respiró hondo, miró a la cámara principal y soltó:
—A que durante años fingí estar bien… cuando en realidad estaba agotada de ser perfecta para todos. Y sí, lo admito: lo que siempre sospecharon, eso de que detrás de mis personajes había una mujer insegura, era verdad.
El mito de la protagonista perfecta
La primera parte del programa había sido un homenaje clásico: clips de sus primeros castings, escenas de las telenovelas que la lanzaron a la fama, compañeros contando anécdotas divertidas, directores alabando su profesionalismo.
Todo reforzaba la misma idea: Paola, la niña disciplinada que se convirtió en actriz estelar, la que nunca se equivoca, la que siempre llega puntual, la que siempre está con la sonrisa lista y la frase correcta.
—Siempre supiste lo que querías —comentó la conductora en un momento—. Siempre te vimos enfocada, seria con tu trabajo, con los pies en la tierra. Eso es admirable.
Ella sonrió, pero esta vez la sonrisa no subió del todo a los ojos.
—Lo que nunca vieron —contestó— fue todo lo que me costó pagar ese personaje perfecto.
La palabra “personaje” no pasó desapercibida. La conductora insistió:
—¿Te refieres a tus personajes en pantalla… o a ti misma?
Paola no dudó:
—A mí.
Hubo un murmullo leve en el foro.
—Paola Rey —continuó— se volvió un papel que yo tenía que interpretar las 24 horas: siempre bien, siempre fuerte, siempre correcta, siempre agradecida, siempre entera. Y llegó un momento en que… me perdí ahí adentro.
Lo que siempre se sospechó… pero nadie podía probar
Durante años, fans y periodistas habían notado pequeños detalles: miradas cansadas entre toma y toma, ausencias prolongadas explicadas con pocas palabras, silencios extraños cuando se mencionaba la palabra “éxito”.
En redes, algunos se permitían teorizar:
“Se le ve triste detrás de esa sonrisa.”
“Siento que ya no disfruta lo que hace.”
“Hay algo en sus ojos que no coincide con lo que dice.”
Siempre quedaba en la zona gris de la sospecha:
¿Sería cansancio? ¿Sería estrés? ¿Sería que estaba harta de la exposición?
Esa noche, por primera vez, ella decidió confirmar lo que tantos intuían:
—Sí, hubo etapas en las que ya no disfrutaba lo que hacía —admitió—. Sonreía en las fotos, daba entrevistas, agradecía premios… pero por dentro sentía que estaba viviendo la vida de otra persona.
La conductora se atrevió a verbalizarlo:
—¿Y esa “otra persona” era… Paola Rey, la famosa?
—Sí —respondió—. La actriz, la figura, la que la gente esperaba ver. Todo el mundo parecía saber quién era “Paola Rey”… menos yo.
El precio de ser “ejemplo”
En la conversación, Paola explicó cómo la presión no venía solo de la industria, sino del lugar que, sin querer, se le fue asignando.
—A la gente le encanta la palabra “ejemplo” —dijo—. Que si eres ejemplo de disciplina, de belleza, de familia, de éxito. Y con el tiempo, empecé a sentir que me estaba ahogando en esa palabra.
Recordó mensajes que recibía constantemente:
“Eres mi inspiración.”
“Quiero ser como tú.”
“Tienes la vida perfecta.”
—Cada vez que leía “vida perfecta” sentía una punzada —confesó—. Porque sabía que no era verdad. Tenía cosas maravillosas, sí, pero también momentos oscuros, dudas, conflictos. Solo que esos no salían en las revistas.
La conductora preguntó:
—¿Te sentías culpable por no encajar en esa imagen?
—Muchísimo —respondió Paola—. Cuando estaba triste, pensaba: “No tengo derecho. Mira todo lo que tienes”. Cuando me sentía cansada, me repetía: “Hay gente que daría todo por estar donde estás”. Y así empecé a invalidar todo lo que sentía.
El público la escuchaba inmóvil.
Era la primera vez que la veían hablar de sí misma sin guion pulido.
El momento en que casi lo dejó todo
En un punto de la entrevista, la conductora preguntó sin rodeos:
—¿Alguna vez pensaste en dejar la actuación?
Paola dudó apenas un segundo antes de contestar:
—Sí. Y no una vez. Varias.
El foro entero reaccionó con un murmullo sorprendido.
—Hubo una época —contó— en la que me levantaba, me vestía, iba al set, decía mis líneas, me cambiaba, sonreía para las cámaras… y al llegar a casa sentía que no me quedaba nada de energía para mí. Estaba vacía.
Relató una noche en particular, que sigue tatuada en su memoria.
—Había terminado una jornada larguísima —recordó—. Llegué a mi casa, me vi en el espejo todavía maquillada, con el cabello impecable, el vestuario perfecto… y pensé: “No conozco a esta mujer”.
Se sentó en el piso del baño, respaldada contra la puerta.
—Tuve un pensamiento muy claro —dijo—: “¿Y si renuncio mañana? ¿Si desaparezco un rato? ¿Si dejo que Paola Rey se apague y veo qué queda de mí?”.
No lo hizo.
Al día siguiente volvió al set, como siempre. Pero ese pensamiento se quedó ahí, insistente, como una alarmita interna que sonaba de vez en cuando.
—No renuncié —explicó—, pero sí supe que no podía seguir igual para siempre.
La confesión que nadie vio… y la persona que lo cambió todo
La conductora quiso saber qué fue lo que hizo que no se quedara en esa inercia.
—Hubo una persona —respondió Paola—. Alguien que me hizo la pregunta correcta en el momento exacto.
No se trató de un romance ni de una “salvación romántica”, sino de algo menos cinematográfico y mucho más profundo: una conversación honesta.
—Era una amiga, alguien de fuera del medio —contó—. Me escuchó hablar del trabajo, de los contratos, de las oportunidades, de los miedos. Cuando terminé, me miró y me dijo: “Te escucho hablar de todo el mundo… menos de ti. ¿Qué quieres tú de verdad?”.
La pregunta la desarmó.
—Yo estaba acostumbrada a responder qué querían de mí —explicó—: la producción, el público, la prensa, los directores, incluso mi familia. Pero no sabía qué quería yo.
Esa noche, por primera vez, se sentó con una libreta y escribió una lista. No de metas, sino de deseos.
—Escribí cosas simples —dijo—: “Dormir sin alarma al menos una vez a la semana”, “decir que no a un proyecto si no me hace feliz”, “tomar vacaciones sin culpa”, “llamar a mi mamá sin estar en el coche, con prisa”. Cosas así.
Parecían poco, pero eran enormes.
Porque implicaban algo que hasta entonces no se había permitido: priorizarse.
El secreto que siempre hemos sospechado: no era tan feliz como parecía
—Lo que siempre se ha sospechado —resumió la conductora— es que detrás de esa imagen tuya había un cansancio emocional muy fuerte. ¿Podemos decirlo así?
Paola asintió, sin defensas.
—Podemos decirlo así —confirmó—. No era una infelicidad constante, no dramatizaré. Tuve momentos hermosos, logros reales, alegrías profundas. Pero también hubo una parte de mí que se sentía permanentemente evaluada, observada, juzgada… y eso agota.
Confesó que más de una vez se sintió como un producto más que como una persona.
—A veces pensaba: “Si mañana ya no luzco como esperan, si mañana decido retirarme, ¿cuánto de lo que soy se va a ir con esa Paola que solo existe en pantalla?”.
Ese era el secreto emocional del que nadie hablaba directamente, pero muchos intuían:
Que tal vez el éxito le había cobrado un precio alto a su tranquilidad interna.
—Se me olvidó por mucho tiempo que yo existo más allá del “cut” y “acción” —dijo—. Y esa ha sido mi gran batalla.
La decisión a los 45: cambiar el guion
La parte más poderosa de su confesión no fue el reconocimiento de lo que le dolió, sino lo que decidió hacer a partir de ahí.
—Cumplir 45 fue un golpe de realidad —admitió—. No en el sentido negativo, sino en el más crudo: “Tengo esta edad, esta historia, este cuerpo, estos aprendizajes. ¿Cómo quiero vivir los años que vienen? ¿Siguiendo un guion que no escribí yo… o empezando a corregirlo?”.
La conductora preguntó:
—¿Y qué cambiaste, concretamente?
Paola sonrió, por primera vez en la entrevista, con una ligereza distinta.
—Aprendí a decir “no” —respondió—. Y parece poco, pero para alguien que llevaba años diciendo “sí” a todo por miedo a decepcionar, es enorme.
Empezó a:
Rechazar proyectos que no le sumaban nada emocional, aunque le ofrecieran exposición.
Poner horarios claros para no trabajar hasta desbordarse.
Separar su autoestima de los comentarios en redes.
Aparecer menos… pero de forma más auténtica.
—También —añadió— empecé a hablar con más honestidad en casa. A decir “hoy no puedo más”, “hoy necesito ayuda”, “hoy quiero estar sola”. Me permitió ser humana.
¿Y el amor? La otra sospecha que todos tenían
La conductora, con cuidado, se atrevió a tocar el otro tema que siempre flota alrededor de una actriz conocida:
—¿Dónde entra el amor en todo esto? Porque otra sospecha constante ha sido que te cuesta confiar, abrirte, entregarte…
Paola se rió, esta vez con un poquito de vergüenza.
—Es cierto —reconoció—. Me protegí mucho. Cuando sientes que medio mundo tiene opinión sobre tu vida, abres pocas puertas.
No dio nombres, no dramatizó rupturas, no entró en detalles de relaciones pasadas. Pero sí admitió algo:
—A los 45, por fin me atreví a admitir que también quiero estar acompañada… pero no a cualquier precio.
Ya no desde la necesidad de llenar un espacio, sino desde la elección tranquila.
—Siempre se sospechó que tu gran amor eras tú misma en versión “trabajo” —bromeó la conductora—. ¿Sigues de romance contigo?
—Sí, pero ahora en versión más sana —contestó Paola—. Ya no me pido perfección. Me pido coherencia.
El mensaje final: permiso para no ser perfecta
Hacia el final del programa, la conductora le dio la última palabra:
—Si pudieras hablarle a la Paola de 20 años, a esa que empezaba, ¿qué le dirías?
Ella se quedó pensando, con la mirada perdida unos segundos.
—Le diría: “No tienes que demostrarle nada a nadie para valer” —empezó—. Que el éxito no compensa el cansancio del alma. Que no hay personaje más importante que el de tu propia vida, y ese no se actúa, se vive.
Luego miró a la cámara, como si hablara con alguien que la estuviera viendo desde la sala de su casa.
—Y si hay alguien ahí afuera —añadió— que siente que no está a la altura de las expectativas, que se compara, que se exige ser perfecto todo el tiempo… le diría: “No estás solo, no estás sola. A mí también me pasó. Y no tienes que seguir cargando eso para siempre”.
Respiró profundo y concluyó:
—Lo que todos sospechaban, que no era tan perfecta ni tan feliz como parecía, era cierto. Pero hoy también puedo decir algo más: que por primera vez me siento en paz con no serlo.
El público la aplaudió de pie.
No por la actriz impecable que habían admirado durante años, sino por la mujer que, al fin, se había permitido quitarse el disfraz de perfección… y mostrarse tal cual:
Humana, contradictoria, valiente, cansada, luminosa.
Y, sobre todo, dueña de su propia historia.
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