La jurado más temida de la televisión confiesa a los 70 años que detrás de la piel impecable y la fama hay soledad, disciplina extrema y renuncias dolorosas; admite que no siempre fue feliz y que ya no quiere fingir
El programa se vendió como un especial de homenaje:
“Amparo: 70 años de diva”.
El estudio tenía fotos gigantes de sus novelas más emblemáticas, fragmentos de En cuerpo ajeno, Madre Luna, Las muñecas de la mafia y escenas de su eterno rol como jurado en Yo me llamo.
La escaleta era clara: recuerdos, risas, colegas invitados, anécdotas de los años setenta hasta hoy. La presentadora sabía que el público esperaba glamour, altivez, frases contundentes, esa mezcla de severidad y coquetería que convirtió a Amparo en una marca propia.
Y durante casi una hora, ella cumplió el libreto a la perfección.
Habló de Manizales, de sus primeros castings, de la vez que le dijeron que su acento no servía para la televisión, de sus portadas de revista, de haber sido “la mujer que no envejece” para la prensa.

Hasta que la conductora decidió preguntar lo que muchos pensaban pero pocos se atrevían a decir en voz alta:
—Amparo, llevas años recibiendo el título de “eterna”, “la que no envejece”, “la que siempre está perfecta”. A tus 70 años… ¿de verdad no te pesa esa etiqueta?
Ella sonrió, como siempre.
Pero esta vez, la sonrisa no llegó a los ojos.
Se hizo un silencio raro.
Uno de esos silencios que no caben en la televisión en vivo.
—Hoy vine a hacer algo que nunca he hecho —respondió por fin—. A decir la verdad completa. Lo que todos sospechaban… y yo nunca había querido admitir.
El público se inclinó hacia adelante.
La presentadora guardó sus tarjetas.
Algo iba a romperse.
La construcción de una “eterna”
Durante décadas, la biografía de Amparo se ha contado con cifras:
años de carrera, telenovelas, películas, portadas de revista, giras, programas donde fue protagonista o jurado.Wikipedia+2Wikipedia+2
Todo empezó cuando era apenas una adolescente. A los 14, ya estaba en televisión; a los 20 y tantos, protagonizaba historias que paralizaban al país; a los 30, era la imagen de marcas, la actriz que todos querían en sus proyectos; a los 40, se esperaba de ella que siguiera igual; a los 50 y 60, el milagro: seguía siendo referente de belleza, disciplina y presencia escénica.Wikipedia+2Ecured+2
—El problema —dijo ella, en el especial ficticio— es que la gente creyó que yo era de acero… y yo me lo creí también.
Recordó cómo, en los noventa, mientras grababa En cuerpo ajeno o Los pecados de Inés de Hinojosa, la prensa ya comenzaba a llamarla “la diva que no envejece”. Al principio le parecía un halago inofensivo. Luego se volvió una especie de contrato invisible:
“Si un día dejo de parecer eterna, ¿se acaba todo?”
A partir de ahí, cada entrevista tenía una pregunta disfrazada:
—¿Cuál es tu secreto?
—¿Qué te haces?
—¿Cómo haces para estar igualita?
Y ella respondía con una mezcla de verdad y omisión: hablaba de disciplina, de ejercicio, de alimentación, de mentalidad. Todo eso era cierto. Pero faltaba la otra cara de la moneda.
—Nadie preguntaba cuánto cuesta sostener esa imagen —dijo—. No solo en dinero, sino en alma.
Disciplina, sacrificios… y un espejo implacable
En el programa, Amparo decidió desnudar la parte que no suele salir en las revistas.
—Yo sí me cuido —aclaró—. Como sano, hago ejercicio, medito, estudio, leo. No voy a decir que me levanto perfecta y que todo es genética.
Pero luego añadió algo que hizo a muchos bajar la vista:
—También he sido mi propia enemiga.
Contó cómo, durante años, había organizado su vida alrededor del espejo.
No se trataba solo de maquillaje o de vestir bien para el set; era una especie de vigilancia constante:
¿Se me nota una arruga nueva?
¿Se me cayó el párpado un milímetro?
¿La cámara me está tomando de perfil?
—Llegué a cancelar salidas porque “no me sentía bien de cara” —confesó—. Llegué a exigirme a niveles absurdos. Si subía un kilo, me castigaba como si hubiera cometido un crimen.
En camerinos, escuchaba cómo otros comentaban su aspecto, siempre en clave de “milagro”:
“¿Viste a Amparo? Está igualita.”
“Esa mujer hizo un pacto con el tiempo.”
Y dentro de ella crecía una angustia silenciosa:
“¿Y si mañana ya no estoy igualita? ¿Y si el pacto se rompe?”
A los 70, frente a millones, decidió ponerle nombre a eso:
—Lo que todos sospechaban, y que yo no quería ver, es que también tengo miedo. Que me ha dado pánico dejar de ser ‘la eterna’ y convertirme en ‘la señora’ a secas.
El precio emocional de la perfección
La presentadora aprovechó la honestidad del momento para ir más allá:
—¿Sientes que esa imagen te quitó cosas?
Amparo no dudó:
—Sí. Muchas.
Habló de cenas a las que no fue por miedo a que alguien la viera “fuera de personaje”, de romances que no prosperaron porque el otro esperaba salir con el mito, no con la mujer; de amistades que se enfriaron porque siempre estaba ocupada “cuidando la carrera”.
—La gente cree que yo vivo rodeada de glamour —dijo—. Y sí, he tenido momentos maravillosos. Pero también me he sentido sola. Muy sola.
Contó una escena concreta, que llevaba años guardando:
Un cumpleaños cualquiera, en un hotel de otra ciudad, mientras grababa. El equipo le llevó una torta pequeña, cantaron “Feliz cumpleaños” y se fueron corriendo a descansar para el día siguiente.
—Cuando cerré la puerta, me quedé con la torta intacta, el maquillaje medio corrido y una pregunta clavada: “¿Y esto es todo?”.
No llamó a nadie.
No subió nada a redes.
Se acostó sin probar bocado, con la sensación de que la “diva” se quedaba grande y la mujer, pequeña.
—Ahí empecé a entender que había convertido la perfección en una jaula —admitió—. Brillante, cómoda, pero jaula.
La pregunta que la derrumbó
Una parte clave del relato llegó cuando habló de su rol como jurado en Yo me llamo, programa en el que ha sido figura central y donde su carácter fuerte, exigente y a veces implacable se volvió tema nacional.Wikipedia+1
—Yo valoro el trabajo, la preparación, la entrega —explicó—. Si alguien se para en un escenario, tiene que hacerlo con respeto por el público. Por eso soy dura.
Pero un día, entre temporada y temporada, un joven participante se le acercó detrás de cámaras. No para reclamarle, sino para preguntarle algo que la descolocó por completo:
—Amparo, ¿usted alguna vez se permite estar mal?
Ella se quedó sin respuesta.
Como si nadie, en medio siglo, se hubiera atrevido a hacerle esa pregunta tan simple.
—Le dije que sí, claro —recordó—. Pero cuando llegué a casa, me di cuenta de que llevaba años sin permitírmelo de verdad.
Fue ese comentario, según dijo, el que la empujó a hacer algo impensable en otro momento: ir a terapia no para arreglar “traumas antiguos”, sino para revisar la relación con su propia imagen.
—Pensé que a mi edad ya había hecho todo el trabajo interno —bromeó—. Y resulta que apenas estaba empezando.
Lo que todos sospechábamos… y ella por fin admitió
Llegó entonces el momento de la confesión que daba título al programa.
—Voy a decirlo así, sin rodeos —anunció—: sí, me cuido; sí, me he sometido a procedimientos; sí, he hecho todo lo que está a mi alcance para verme bien. No soy una aparición celeste.
Se adelantó a cualquier malinterpretación: no entró en detalles, no convirtió el tema en tutorial, no recomendó nada. Solo puso las cartas sobre la mesa:
—Lo que todos sospechaban, y yo negaba con evasivas, es que detrás de esta imagen hay trabajo, decisiones y también inseguridades. No hay magia. Y esconderlo solo me hacía daño.
Pero la verdadera admisión no era esa.
La que la quebró emocionalmente fue otra:
—Y lo más importante que quiero admitir hoy —dijo, con la voz quebrada— es que no siempre he sido feliz sosteniendo ese personaje. Que muchas veces, cuando todo el mundo me veía “perfecta”, por dentro estaba agotada, triste, preguntándome quién era yo si me quitaban la etiqueta de diva.
El estudio guardó silencio.
La mujer que durante años había respondido ataques con ironía y críticas con elegancia, ahora estaba diciendo lo que nadie esperaba escuchar:
“También me canso.
También tengo miedo.
También me siento vulnerable.”
La Amparo fuera de escena
Para equilibrar el tono, la producción mostró un video grabado en su casa. No la mansión de fantasía que muchos imaginan, sino un espacio luminoso, lleno de plantas, cuadros, libros de metafísica, fotos con su familia y sus perros.Wikipedia+1
Se la veía sin luces de estudio, con ropa cómoda, alimentando a sus mascotas, leyendo, cocinando algo simple.
Una voz en off —la suya— narraba:
—Esta soy yo cuando se apaga la cámara. No perfecto, no “lista para salir al aire”. Soy una mujer que se levanta con dolores a veces, que se pelea con el horno, que se ríe sola con un meme, que se preocupa por su mamá, por sus hermanos, por sus amigos.
Habló de su pasión por la metafísica, por la naturaleza, por los animales; de los libros que ha escrito sobre bienestar y vida sana, no como fórmula mágica sino como camino personal.Wikipedia+1
—Muchos creen que soy solo rigor —dijo—. Pero lo que me ha sostenido no es una dieta, es una forma de ver la vida. Y sí, esa forma tuvo momentos en que se volvió obsesión. Hoy quiero que sea más compasión que exigencia.
El giro a los 70: de “no puedo envejecer” a “no quiero fingir”
La conductora le preguntó qué había cambiado concretamente al cumplir 70.
—La perspectiva —respondió—. Me di cuenta de que seguir peleando con el tiempo es una batalla que siempre voy a perder. No porque el tiempo sea mi enemigo, sino porque está de su lado.
Contó que, en su fiesta privada de cumpleaños, rodeada de pocas personas, hizo un brindis que dejó a todos con la boca abierta:
—Dije: “Brindo por la Amparo que sobrevivió a la exigencia, por la que viene ahora, que quiere disfrutar más y demostrar menos”.
A partir de ahí, tomó decisiones pequeñas pero simbólicas:
Dejar de corregir compulsivamente a quien se atrevía a mencionar su edad.
Aceptar papeles donde su personaje no aparentara tener 20 años menos.
Permitir que su rostro mostrara más emociones y menos máscara.
—No significa que me voy a descuidar —aclaró—. Significa que voy a dejar de castigarme cada vez que el espejo me recuerde que sigo viva.
Reacciones: del “ya lo sabíamos” al “gracias por decirlo”
La emisión del especial ficticio tuvo el efecto esperado:
redes sociales llenas de opiniones, memes, debates.
Algunos minimizaron:
“Ay, pues claro que se cuida, ¿y qué?”
Otros agradecieron:
“Nos hacía falta escuchar a una mujer de su generación decir que también se cansa de fingir.”
Hubo quienes la criticaron, quienes la aplaudieron, quienes encontraron en sus palabras un espejo. Pero, por primera vez, el centro de la conversación no era si “se hizo algo”, sino lo que esa presión le había significado como ser humano.
Varios artistas mayores, hombres y mujeres, le enviaron mensajes públicos reconociendo que también habían vivido esclavos de la etiqueta de “eternos”.
En entrevistas posteriores, algunos confesaron que la valentía de Amparo les daba permiso, de algún modo, para admitir sus propios miedos.
El mensaje final de la diva que se sabe humana
Al cerrar el especial, la conductora le dio la última palabra.
—Amparo, si pudieras hablarle a la Amparo de 30, 40, 50 años, la que corría entre grabaciones, dietas, portadas y sets, ¿qué le dirías desde tus 70?
Ella se quedó pensando un segundo, como si realmente la tuviera enfrente.
—Le diría: “Bájale una rayita” —respondió—. Que siga trabajando, que siga soñando, pero que no se crea la mentira de que vale solo mientras se vea perfecta. Que su talento, su intuición, su fuerza valen más que cualquier arruga que quiera aparecer.
Y luego se dirigió, esta vez, a la cámara:
—Y a quienes me han visto durante tantos años desde sus casas, les quiero decir una cosa más: gracias por exigirme, pero sobre todo, gracias por dejarme, hoy, ser humana. No quiero que me vean como estatua. Prefiero que me vean como lo que siempre fui debajo del maquillaje: una mujer que también tuvo miedo… y que, aun así, se paró a seguir cantando, actuando, viviendo.
Se levantó, abrazó a la presentadora, saludó al público.
La música de cierre sonó sobre una imagen que, quizá, resume mejor que ninguna otra esta nueva etapa:
Amparo Grisales, 70 años, riéndose a carcajadas, con alguna lágrima todavía en la mejilla, sin prisa por limpiarla.
Porque, al final, lo que todos sospechábamos —y ella, por fin, admitió— no era un escándalo oculto ni un secreto monstruoso.
Era algo mucho más simple y profundo:
Que detrás de la diva de la televisión colombiana también hay una mujer cansada de ser “eterna”, que por fin se permite ser algo infinitamente más real: humana.
News
Casarse a los 58 años: la revelación ficticia de Olga Tañón sobre el nuevo amor de su vida
En este relato ficticio, Olga Tañón rompe el silencio a los 58 años para confesar quién es el nuevo amor…
“Nos casamos”: la revelación ficticia de Lorenzo Antonio que sorprendió al mundo del espectáculo
Tras décadas de silencio, Lorenzo Antonio —en este relato ficticio— anuncia a los 56 años que se casará y confiesa…
“Estoy embarazada”: la revelación ficticia de Livia Brito que dejó al público en estado de shock
A sus 39 años, Livia Brito —en este relato ficticio— conmociona al público al anunciar su embarazo y confesar la…
Hace 13 minutos: la noticia ficticia sobre Carlos Caszely que dejó al público sin aliento
En este relato ficticio, la esposa de Carlos Caszely rompe el silencio hace trece minutos y confirma una impactante noticia…
A sus 70 años, Martín Vargas finalmente admite lo que siempre habíamos sospechado: la revelación ficticia que dejó sin aliento al público
Tras una vida llena de silencios y rumores ficticios, Martín Vargas sorprende a todos al confesar a los 70 años…
A sus 70 años, Bertín Osborne hace una confesión ficticia que sacude al público: “Está embarazada, y yo me haré responsable porque es mi hijo”
En un giro ficticio totalmente inesperado, Bertín Osborne confiesa a los 70 años que una persona cercana está embarazada y…
End of content
No more pages to load






