«Creo que necesitas un abrazo… ¿puedo abrazarte?» — el multimillonario jamás imaginó lo que pasaría después 😲😲😲

Las palabras fueron suaves pero claras, rompiendo el frío silencio de Central Park como un susurro traído de otra vida. James Holloway giró lentamente la cabeza, emergiendo de la espesa niebla de sus pensamientos.

Frente a él, una niña negra de mejillas rosadas por el frío lo miraba con determinación. Le faltaba un guante, y sus ojos grandes y serenos parecían atravesar las capas de hielo que llevaba en el corazón desde hacía años.

Su mundo se había reducido a memorandos ejecutivos, cenas solitarias y noches donde el eco de la ausencia era más fuerte que cualquier sonido.

La pequeña llevaba el cabello escondido bajo un gorro de lana demasiado grande.
—Creo que necesitas un abrazo… ¿puedo abrazarte? —preguntó, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

James parpadeó, sorprendido por la franqueza de aquella niña, aún más viniendo de alguien tan pequeña.
—Soy Maya —añadió ella, cambiando el peso de un pie al otro sobre el hielo—. Mi mamá dice que los abrazos no lo arreglan todo… pero ayudan.

Él dejó escapar una leve risa, humilde ante aquella inocencia que lo desarmaba. Y entonces vio la pulsera de hilos de colores que la niña le tendía. La tomó entre sus manos, sintiendo un calor inesperado. El aire frío pareció menos cortante.


Lo inesperado

James estaba a punto de agradecerle y seguir su camino, cuando escuchó una voz femenina llamando a lo lejos:
—¡Maya!

Al girarse, vio a una mujer joven acercándose apresuradamente. Su rostro le resultó extrañamente familiar. No era solo una impresión: al mirarla más de cerca, James comprendió que la había visto antes… en una foto antigua guardada en el escritorio de su difunto hermano.

El corazón le dio un vuelco.

La mujer, sin darse cuenta de la expresión de James, abrazó a la niña y le susurró algo al oído. Luego, al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de él… y se quedaron fijos.

—¿Usted… es James Holloway? —preguntó, incrédula.

Él asintió lentamente.
—Creo… que tenemos mucho de qué hablar.

En ese instante, James supo que aquel abrazo, y esa pulsera tejida, no habían sido una simple coincidencia… sino el inicio de algo que podría cambiarlo todo.