“Después de décadas de silencio, Amaya Uranga conmueve al mundo al confesar, a sus 78 años, la verdad que su público siempre intuyó: el motivo oculto de su alejamiento de los escenarios, el peso de la fama y el lado humano de una voz que marcó generaciones con amor, melancolía y verdad.”

Durante más de cuatro décadas, Amaya Uranga fue la voz que definió una época.
Con Mocedades, conquistó el corazón de millones con canciones que se convirtieron en himnos: “Eres tú”, “Amor de hombre”, “Quién te cantará”… temas que marcaron generaciones y que, aún hoy, siguen emocionando.

Pero tras años de discreción, a sus 78 años, Amaya decidió abrir su corazón y hablar de lo que nunca había dicho: por qué realmente se retiró, lo que sufrió en silencio y lo que significó ser la voz de un grupo que cambió la música española.

Sus palabras, lejos de la nostalgia, fueron un acto de sinceridad y gratitud, pero también una confesión que revela el lado más humano de una artista que vivió por y para la música.


I. La voz que nació entre hermanos

Amaya creció en una familia profundamente musical.
Los Uranga eran una estirpe de voces, y lo que comenzó como reuniones familiares en Bilbao terminó convirtiéndose en una leyenda llamada Mocedades.

“No imaginábamos que llegaríamos tan lejos. Éramos solo unos hermanos que cantaban por gusto, sin pensar en la fama.”

Su timbre, dulce y poderoso, se convirtió en el sello del grupo.
Pero el éxito llegó más rápido de lo que esperaban. En 1973, con “Eres tú”, España y el mundo conocieron esa voz inconfundible que aún hoy provoca escalofríos.

“A veces pienso que ‘Eres tú’ fue una bendición… y una carga. Esa canción me dio todo, pero también me quitó mucho.”


II. La fama y el silencio

Durante los años 70 y 80, Mocedades vivió su auge. Giras, programas de televisión, premios, aplausos…
Sin embargo, detrás de cada concierto, había una mujer cansada, sensible y profundamente exigente consigo misma.

“Yo nunca fui ambiciosa. Mi ambición era cantar bien, sentir cada nota. Pero llegó un momento en que todo se volvió una maquinaria.”

Amaya confesó que la presión y el agotamiento fueron desgastando su pasión.

“Había noches en que cantaba con fiebre, o con el corazón roto, y nadie lo sabía. En el escenario sonreía, pero por dentro estaba vacía.”

Ese cansancio emocional la llevó a tomar una de las decisiones más difíciles de su vida: abandonar Mocedades.


III. La verdadera razón de su retiro

Durante años, se especuló mucho sobre su retiro.
Algunos hablaron de diferencias internas, otros de problemas personales.
Pero ahora, Amaya lo aclara con calma:

“No me fui por peleas, me fui por amor. Por amor a mi voz, a mi salud y a mi familia. Sentí que si seguía, me iba a perder a mí misma.”

Confesó que, al final de su etapa con el grupo, sufría de fatiga vocal y emocional.

“Mi cuerpo empezó a decir basta. Cantar ya no me daba la misma alegría, y eso, para mí, era una señal.”

Su decisión no fue impulsiva.
La tomó después de una última gira, en la que —según contó— cantó una noche mirando al público y pensó:

“No quiero que me recuerden cansada. Quiero que me recuerden viva.”


IV. La soledad después del escenario

Lo que vino después no fue fácil.
Pasar del ruido de los aplausos al silencio de su casa fue un golpe que tardó años en asimilar.

“Al principio, no sabía qué hacer con tanto silencio. La fama es adictiva, y cuando se apaga, te enfrentas contigo misma. Y eso da miedo.”

Durante un tiempo, se apartó completamente del mundo artístico.

“Necesitaba reconectarme con Amaya, no con la cantante.”

Poco a poco, encontró en la pintura y la lectura su refugio.

“Dejé de cantar en público, pero seguí cantando en casa. Porque cantar es respirar.”


V. El amor, la familia y la fe

Amaya habló también de los pilares que la sostuvieron: su familia y su fe.

“Tuve la suerte de tener a mi marido y a mis hijos, que me recordaron que la vida es mucho más que un escenario.”

También confesó que la espiritualidad tuvo un papel clave en su vida.

“La fe me ayudó a entender que todo tiene su tiempo. Que hay un momento para brillar y otro para agradecer en silencio.”

Hoy, disfruta de la tranquilidad que siempre anheló: vive entre el País Vasco y Madrid, rodeada de música, recuerdos y amor.


VI. La confesión que nadie esperaba

Pero lo que más sorprendió fue su declaración final, cuando habló de lo que todos intuían, pero que nunca había confirmado:

“Sí, muchas veces me sentí sola. A pesar del éxito, del cariño del público, me sentía sola.”

Esa soledad, dice, la llevó a comprender que el éxito tiene un costo.

“El precio de la fama fue la calma que perdí durante años. Por eso, cuando decidí recuperarla, supe que no había vuelta atrás.”

Con lágrimas contenidas, agregó:

“No me arrepiento de haberme ido. Me fui a tiempo, y me fui en paz.”


VII. El legado que no se apaga

Hoy, Amaya Uranga es consciente de que su voz quedó grabada en la memoria colectiva.

“Mi voz ya no me pertenece, ahora le pertenece al público.”

Y aunque no planea regresar a los escenarios, confiesa que aún canta en la intimidad de su hogar:

“A veces, cuando estoy sola, tarareo ‘Eres tú’ y sonrío. Esa canción fue mi destino, y le estaré agradecida toda la vida.”

Sus compañeros de Mocedades, en distintas entrevistas, han asegurado que Amaya sigue siendo la esencia del grupo.
Su tono, su interpretación y su sensibilidad siguen siendo inimitables.


VIII. Epílogo: una vida en armonía

A sus 78 años, Amaya Uranga vive sin prisas, sin nostalgia y sin rencores.

“Ya no tengo nada que demostrar. Lo di todo. Y lo que di, fue de verdad.”

Sus palabras finales resumen una vida entera de amor por el arte y respeto por sí misma:

“No me fui de la música, la música se quedó conmigo. Y mientras me quede voz, aunque sea bajito… seguiré cantando para mí.”


💫 La confesión de Amaya Uranga no fue un escándalo, fue una lección.
Una muestra de que el verdadero éxito no está en los aplausos, sino en saber cuándo detenerse, agradecer y vivir en paz con la propia historia.