Jomari Goyso, a sus 44 años, sorprende al confesar aquello que durante años fue solo un rumor: lo que realmente siente cuando se apagan las luces del estudio, estremeciendo a fans, colegas y detractores por igual.
Durante años, el nombre de Jomari Goyso ha sido sinónimo de estilo, opinión fuerte y frases que dejan temblando a más de una celebridad en la alfombra roja. Sus críticas, sus comentarios afilados y su personalidad arrolladora lo han convertido en una figura indispensable en la televisión hispana.
Pero detrás del experto en moda que parece dominar cada plano y cada cámara, siempre hubo una pregunta flotando en el aire, una sospecha que muchos compartían en voz baja:
“¿De verdad es tan seguro de sí mismo como aparenta?”
Y, según este relato ficticio, la respuesta llegó de la boca del propio Jomari.
A sus 44 años, en una entrevista que prometía ser una más y terminó siendo un terremoto emocional, admitió por fin lo que siempre se había sospechado:
Que el hombre que se muestra tan duro con los demás, ha sido durante años más duro consigo mismo.
Que detrás del personaje seguro, existe alguien atravesado por el miedo al fracaso, la autoexigencia extrema y una sensibilidad que ocultó durante casi toda su carrera.
El mundo del espectáculo quedó conmocionado.
Y por primera vez, la conversación no giró en torno a “¿a quién criticó hoy?”, sino a quién es realmente el hombre detrás del traje impecable.

Una entrevista que empezó ligera… y terminó desnudando el alma
El momento ocurrió en un especial televisivo dedicado a hablar de “éxito, imagen y vulnerabilidad” en la industria. Jomari fue invitado como el experto ideal para opinar sobre la presión de la apariencia, los looks imposibles y la dictadura del comentario en redes.
El tono, al principio, fue el esperado:
anécdotas divertidas sobre celebridades, errores épicos de vestuario, confesiones de backstage sobre peleas por un vestido o un peinado.
La audiencia reía.
Él estaba en su terreno.
Hasta que el conductor lanzó una pregunta que, aunque parecía inocente, cambió por completo la atmósfera del estudio:
—“Jomari, tú eres experto en ver más allá de la ropa… pero, ¿quién se esconde detrás de tu imagen cuando se apagan las cámaras?”
Hubo una pausa.
Una de esas pausas que no se rellenan con risa ni chiste rápido.
Por primera vez en mucho tiempo, el crítico se quedó sin palabras unos segundos. Y en esos segundos, el público sintió que algo estaba a punto de romperse.
“Lo que sospechaban es verdad: no soy tan seguro como parezco”
Con la mirada un poco más seria de lo habitual, Jomari respondió:
—“A mis 44 años, ya no quiero seguir fingiendo una cosa: lo que muchos sospechaban de mí… es verdad. No soy tan seguro como parezco.”
El conductor, sorprendido, insistió:
—“¿Te refieres a que…?”
Él asintió:
—“Que el personaje que ven en televisión, el que se atreve a decirle a una celebridad ‘ese vestido no te favorece’, muchas veces está muerto de miedo por dentro. Miedo a equivocarse, miedo a no estar a la altura, miedo a no ser suficiente.”
La frase cayó como un balde de agua helada en un estudio acostumbrado a verlo jugar con la ironía y la seguridad.
De pronto, el hombre que había construido una carrera entera sobre la firmeza de su opinión, confesaba que su mayor crítico siempre había sido él mismo.
El peso del personaje: el juez que no se permite fallar
En este relato, Jomari explicó que, con el paso del tiempo, se construyó a su alrededor una imagen muy clara: la del hombre que siempre sabe qué decir, que no duda, que tiene la respuesta exacta ante cualquier look.
—“El problema,” admitió, “es que la gente se acostumbró a verme como alguien que no titubea. Y yo sentí que no tenía permitido mostrar mis dudas. Entonces empecé a levantar un muro. Entre más fuerte era en pantalla, más frágil me sentía por dentro.”
Reconoció que hubo momentos en los que, después de una grabación, se iba directo a su camerino, se miraba al espejo, y en lugar de felicitarse por su desempeño, se atacaba:
—“¿Por qué dijiste eso?”
—“No estuviste tan bien como ayer.”
—“Te vas a cansar, te van a reemplazar.”
Lo que afuera el público interpretaba como seguridad, adentro era un diálogo constante de autoexigencia extrema.
—“Lo que siempre habíamos sospechado,” dijo el conductor, “es que nadie puede ser tan duro con todos sin ser durísimo consigo mismo.”
Jomari lo confirmó:
—“Exactamente. Ese ha sido mi gran secreto.”
Las noches en silencio: cuando la pantalla se apaga y llegan las dudas
El momento más fuerte llegó cuando el conductor preguntó:
—“¿En qué momento te diste cuenta de que ya no podías seguir sosteniendo solo al personaje?”
Jomari respiró profundamente, como si hubiera estado guardando esa respuesta durante años:
—“Una noche, después de un programa especialmente intenso, donde critiqué desfiles, looks, decisiones… llegué a casa, me quité el traje, me miré al espejo y no me reconocí. No por lo físico, sino por la cara de cansancio y soledad que tenía.”
Contó que apagó todas las luces, se sentó en un sofá y se quedó en silencio. Sin música, sin televisión, sin celular.
—“Fue ahí cuando me cayó encima el peso de todo: los años en televisión, las expectativas del público, las mías, las de la industria. Me pregunté si yo seguía existiendo debajo de todo eso o si ya era solo un personaje.”
Esa noche —según la confesión en este relato— lloró como no lloraba desde hacía mucho tiempo.
—“No lloré por tristeza de trabajo, ni por problemas de ego. Lloré porque me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo sin permitirme ser vulnerable delante de nadie.”
El miedo al fracaso que nadie veía
Durante la conversación, el conductor comentó lo que muchos pensaban:
—“Siempre se sospechó que tu perfeccionismo venía de algún tipo de miedo.”
Jomari asentó con la cabeza:
—“Sí. El miedo a fracasar. A no estar a la altura de lo que se espera de ti. La gente piensa que, porque estás en televisión, lo tienes todo resuelto. La realidad es que, muchas veces, estás caminando sobre una cuerda floja mientras intentas que nadie note que te tiemblan las piernas.”
Contó que, antes de ciertas transmisiones importantes, sentía el corazón acelerado al punto de pensar que no podría salir a cuadro:
—“Y aun así salía. Sonreía. Criticaba. Bromaba. Y todo el mundo decía: ‘¡Qué seguro se ve!’.”
La ironía era brutal: cuanto más temía fallar, más implacable se volvía su personaje.
La presión de gustar… incluso cuando criticas a otros
El conductor lanzó otra verdad incómoda:
—“Muchos sospechaban que, aunque tú criticas la apariencia de otros, también esperas ser aprobado por el público. ¿Es así?”
Jomari no dudó:
—“Claro. Nadie está por encima del deseo de ser querido, aunque sea por la versión más torcida del cariño: la aprobación. Yo también he sido esclavo de los likes, de los comentarios, de la atención. Y eso alimenta un círculo vicioso: mientras más te validan por ser ‘fuerte’, menos te atreves a mostrarte frágil.”
Aceptó que, en más de una ocasión, un comentario negativo lo afectó más de lo que estaba dispuesto a admitir en público:
—“He leído cosas que me han dolido muchísimo. Pero en lugar de decir ‘esto me hiere’, respondía con más dureza, como si eso me protegiera.”
El momento de quiebre: “No puedo seguir escondiéndome detrás de mi propio personaje”
Según este relato, todo cambió cuando, en una conversación privada con alguien de su círculo cercano, escuchó una frase que lo dejó helado:
—“A veces siento que ya no sé cuándo hablo con Jomari persona o con Jomari personaje.”
Esa frase se le clavó durante días.
—“Fue doloroso escuchar eso, pero fue necesario. Me di cuenta de que si ni las personas cercanas podían diferenciar entre mi máscara y yo, algo no estaba bien.”
A partir de ese momento, comenzó un proceso interno:
terapia,
pausas,
preguntas incómodas,
decisiones personales que no se compartieron en redes,
y, sobre todo, un pacto consigo mismo:
“No quiero llegar a los 50 sin haber mostrado quién soy en realidad”.
Por eso, en la entrevista, a los 44 años, decidió admitir públicamente lo que siempre se había sospechado:
que el crítico implacable también ha vivido con miedo, inseguridad y una sensibilidad extrema que nunca se había permitido mostrar abiertamente.
“No soy solo el que critica, también soy el que se cuestiona”
Cuando el conductor le pidió que resumiera su confesión en una frase, Jomari dijo:
—“Quiero que la gente entienda que no soy solo el que critica. También soy el que se cuestiona. El que se exige demasiado. El que a veces se mira al espejo y no se gusta. El que está aprendiendo, recién ahora, a tratarse con la misma honestidad con la que trato a los demás.”
El público en el foro respondió con un aplauso diferente:
no era el aplauso del chisme ni del espectáculo, sino el de quien reconoce que ver vulnerabilidad en alguien reconocido también alivia algo propio.
El impacto de la confesión: un nuevo capítulo
Tras la emisión de esa entrevista ficticia, las redes se llenaron de comentarios, pero esta vez el tono cambió:
“Siempre sospeché que detrás de tanta fuerza había mucha fragilidad. Me identifico.”
“Me impresiona que haya admitido algo así. Eso también es valentía.”
“Ahora entiendo por qué sus críticas eran tan intensas. Hay mucho más detrás.”
Algunos criticaron, como siempre, pero muchos otros agradecieron escuchar a una figura pública hablando de temas que casi nunca se tocan con sinceridad: miedo, autoexigencia, presión emocional.
Varios usuarios compartieron frases como:
“Si alguien como él, que parece tenerlo todo, también duda y se presiona, entonces no estamos solos”.
Un mensaje para quienes se sienten “fuertes por obligación”
En la parte final del programa, el conductor le pidió a Jomari que dijera algo para quienes, como él, sienten que tienen que ser fuertes por obligación, que no pueden mostrar grietas porque todo el mundo los mira.
Él miró directamente a cámara y dijo:
—“A ti, que te vistes de fuerte todos los días para no preocupar a nadie, para no decepcionar, para que no te vean frágil: te entiendo. Yo he hecho lo mismo por años. Pero te prometo algo: es más agotador sostener un personaje que sostener la verdad.”
Y agregó:
—“No tienes que derrumbarte frente al mundo si no quieres. Pero al menos permítete decirte a ti mismo: ‘Tengo miedo, estoy cansado, no soy perfecto’. Eso ya es un acto enorme de valentía.”
Conclusión: lo que siempre habíamos sospechado… y él por fin confirmó
A sus 44 años, en esta historia, Jomari Goyso decidió admitir lo que siempre se había sospechado de él:
que detrás del crítico brutalmente honesto, había un ser humano profundamente sensible, autoexigente y muchas veces inseguro.
Que la dureza que mostraba hacia afuera era, en parte, un escudo para no mostrar lo que pasaba adentro.
Que el personaje impecable no era mentira, pero sí era solo una parte de la historia.
Y, quizá lo más importante: que ahora, por primera vez, estaba dispuesto a permitir que el público viera también a la otra versión de él mismo.
La que duda.
La que se quiebra.
La que, después de tantos años opinando sobre otros, por fin se sienta frente a sí mismo y dice:
“Ya no quiero esconderme detrás de la seguridad perfecta.
Prefiero ser imperfecto… pero verdadero.”
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