Buscando un nuevo comienzo para su hija enferma, Robert se mudó a una casa vieja y destartalada. Un extraño sonido del pozo del patio lo llevó a descender. Lo que vio allí abajo lo dejó paralizado, con el corazón golpeando en el pecho y la sensación de que nada sería igual.

Robert se detuvo en el umbral de la casa destartalada, sosteniendo la mano de su hija Lily, de siete años. La niña tosió suavemente, pero aquel sonido leve le atravesó el alma. En esa tos estaba condensada la historia de los últimos dos años: visitas interminables a hospitales, medicinas costosas compradas con dinero prestado y, finalmente, el abandono de su esposa, incapaz de sobrellevar la enfermedad de su hija.

La casa, comprada a un precio irrisorio en un pequeño pueblo, era su última oportunidad de empezar de nuevo. Tenía el techo hundido en algunas zonas, paredes con grietas y un jardín cubierto de maleza. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era un viejo pozo de piedra en el patio trasero.

Las primeras noches

Las dos primeras noches en la casa pasaron sin incidentes, salvo por el crujido de la madera y el ulular del viento. Robert dedicó sus días a limpiar y reparar lo que podía. Lily, débil, pasaba las horas dibujando junto a la ventana.

Pero al tercer día, mientras martillaba unas tablas, Robert escuchó un sonido proveniente del pozo. No era el eco del viento, sino algo más: un golpeteo rítmico, como si alguien estuviera tocando piedra con piedra.

La decisión

Intrigado y algo inquieto, Robert se acercó al pozo. Se asomó, pero la oscuridad era absoluta. El sonido se detuvo. Pensó que tal vez era algún animal atrapado.

Por la noche, el golpeteo volvió, acompañado de un murmullo apenas audible. Esta vez, Robert sintió un escalofrío. Lily dormía, y él, armado con una linterna y una cuerda, decidió bajar.

El descenso

Ató la cuerda al borde del pozo y comenzó a descender con cuidado. El aire se volvía más frío a cada metro, y el olor a humedad era intenso. La luz de la linterna revelaba paredes cubiertas de musgo.

A mitad de camino, el sonido volvió, más claro: tres golpes, una pausa, tres golpes. Era imposible que fuera algo accidental.

Al llegar al fondo, Robert movió la linterna en todas direcciones. Allí, en un hueco de la pared, vio algo que lo hizo contener el aliento.

El hallazgo

Encajado entre las piedras había un pequeño cofre de metal, corroído por el tiempo pero intacto. El golpeteo parecía provenir de dentro. Robert lo sacó con esfuerzo y lo colocó sobre el suelo húmedo.

Con manos temblorosas, forzó la cerradura oxidada. Al abrirlo, no encontró joyas ni dinero, sino un conjunto de pergaminos enrollados y una caja más pequeña, sellada con cera roja.

La caja tenía un grabado: un símbolo que no reconoció, como un círculo rodeado de marcas extrañas. Y, lo más perturbador, al tocarla, el golpeteo cesó por completo.

El significado

De regreso en la superficie, Robert colocó el cofre sobre la mesa de la cocina. Revisó los pergaminos: eran cartas escritas a mano, fechadas más de cien años atrás. Narraban la vida de un médico del pueblo que había tratado a niños con una misteriosa enfermedad pulmonar… muy parecida a la que sufría Lily.

La última carta hablaba de “un remedio guardado donde solo el digno podrá encontrarlo” y de “sellar el mal para siempre”. Robert miró la pequeña caja con la cera intacta y sintió una mezcla de esperanza y temor.

La decisión final

Durante horas, Robert dudó si abrir la caja. ¿Y si contenía algo peligroso? ¿Y si era solo una superstición? Pero cuando escuchó la tos de Lily desde su habitación, supo que no podía ignorarlo.

Rompió el sello y encontró en su interior un frasco de vidrio con un líquido claro y un papel doblado. El mensaje era breve: “Para el alivio de los inocentes. Usar con fe y prudencia.”

Un rayo de esperanza

Robert llevó el frasco al médico del pueblo, quien, sorprendido, dijo que el líquido parecía una antigua fórmula a base de hierbas y minerales que, en teoría, podía aliviar los síntomas respiratorios. Tras pruebas cuidadosas, el médico autorizó usar una pequeña dosis con Lily.

En los días siguientes, la tos de la niña comenzó a suavizarse. Robert no sabía si era el poder de la medicina, la sugestión o pura coincidencia, pero por primera vez en mucho tiempo sintió que tal vez, solo tal vez, habían encontrado una oportunidad de vencer la enfermedad.

Y todo gracias a un sonido extraño en un pozo olvidado… que había guardado, en su silencio final, la esperanza que Robert y Lily necesitaban.