Me encontré con mi jefa en una fiesta y, sin previo aviso, se acercó y me susurró: “Finge ser mi novio y te daré lo más preciado que tengo.” No imaginé que aceptar ese trato cambiaría mi vida, mi trabajo… y mi manera de entender el amor y la verdad.
La noche del viernes prometía ser tranquila.
Yo, Adrián Morales, tenía planeado ver una película en casa, pero mi mejor amigo insistió en que lo acompañara a una fiesta de empresa. No sabía que esa decisión iba a cambiarlo todo.
El evento se realizaba en un salón elegante, lleno de luces doradas, copas de vino y conversaciones que olían a dinero y poder. Apenas crucé la puerta, la vi: Valeria Cortés, mi jefa.
La directora general de la compañía. La mujer más admirada y temida por todos.
Llevaba un vestido negro que brillaba con cada movimiento y una expresión de autoridad que hacía que todos bajaran la mirada al pasar.
Nunca la había visto fuera de la oficina, y verla así —relajada, sonriente— fue desconcertante.
Pero lo realmente sorprendente vino después.

La propuesta
No pasaron cinco minutos antes de que Valeria se acercara. Caminaba con paso firme, copa en mano.
—Adrián —dijo, con una sonrisa tensa—. Qué sorpresa verte aquí.
—No sabía que esta fiesta era de la empresa —balbuceé—, vine con un amigo.
Ella miró alrededor, nerviosa. Detrás de ella, un grupo de hombres mayores la observaban con evidente interés, especialmente uno: Hernán Lugo, su exnovio y actual competidor en negocios.
Fue entonces cuando Valeria se inclinó hacia mí y, con voz baja pero firme, pronunció las palabras que nunca olvidaré:
—Necesito que finjas ser mi novio esta noche… y te daré lo más preciado que tengo.
No supe qué decir.
Ella me miraba con esa mezcla de autoridad y súplica que no admitía negativas.
—¿Por qué yo? —pregunté, incrédulo.
—Porque confío en ti, y porque no tengo tiempo para explicarte más —respondió.
Antes de que pudiera reaccionar, me tomó del brazo y me llevó al centro del salón.
El juego comienza
Valeria se aferró a mi brazo con naturalidad y sonrió frente a todos.
—Querido, ¿me sirves un poco de vino? —dijo, con voz melosa.
Los invitados comenzaron a murmurar.
—¿Ese es su novio? —escuché decir a alguien.
Hernán se acercó, con una sonrisa que más parecía una amenaza.
—Vaya sorpresa, Valeria. No sabía que habías reemplazado tan rápido.
Valeria se limitó a responder:
—La vida sigue, Hernán. Y algunos saben apreciarla mejor.
Yo, tratando de seguirle el juego, le pasé el brazo por la cintura.
Ella se tensó un segundo, pero luego me miró con una expresión que mezclaba gratitud y algo que no supe descifrar.
El resto de la noche fue una farsa perfectamente ejecutada: bailes, risas, miradas cómplices.
Para todos, éramos una pareja.
Para mí, era una locura.
Después de la fiesta
Al salir, el aire fresco me devolvió la realidad.
—Bueno, creo que actuamos bien —dije, medio en broma.
Valeria suspiró, cansada.
—Gracias por salvarme. No podía dejar que Hernán pensara que me tiene bajo su control.
—¿Y lo más preciado que me ibas a dar? —pregunté, sonriendo.
Ella me miró, seria.
—Ven a mi oficina el lunes. Lo sabrás entonces.
No supe si lo dijo como una promesa o una advertencia.
El lunes
Llegué temprano. El ambiente era el de siempre: teléfonos sonando, empleados corriendo y la puerta de su despacho cerrada.
Cuando por fin me hizo pasar, Valeria estaba diferente. Sin maquillaje, con ojeras, pero con una mirada más humana.
Sobre su escritorio había una caja de madera.
—Esto es lo más preciado que tengo —dijo, empujándola hacia mí—.
La abrí. Dentro había fotografías, cartas y documentos antiguos.
—¿Qué es todo esto? —pregunté.
—Mi historia —respondió—. Y mi secreto.
El secreto de Valeria
Durante años, todos creímos que Valeria provenía de una familia rica. Era la narrativa perfecta: la mujer exitosa, fría, inalcanzable.
Pero la verdad era otra.
—Crecí en un orfanato —confesó—. No tengo familia, ni herencia, ni apellido verdadero. Cuando me dieron la oportunidad de cambiar mi identidad, lo hice. Quise dejar atrás la pobreza.
Me quedé en silencio.
Ella continuó:
—Hernán lo sabe. Me ayudó a falsificar algunos documentos en mis primeros años. Ahora quiere usar eso para destruirme. Por eso necesitaba que creyera que ya no tiene poder sobre mí.
—¿Y por qué confiarme algo así? —pregunté, aún sin entender.
Valeria me miró a los ojos.
—Porque eres el único en esta empresa que nunca me ha tratado con miedo ni interés. Solo con respeto.
El trato
Me ofreció un trato que me dejó sin aliento:
—Necesito que sigas fingiendo ser mi pareja durante un mes. Hasta que cierre el contrato con los inversionistas. Después, puedes quedarte con esa caja. Contiene pruebas que valen más que dinero.
—¿Por qué querría quedarme con ellas?
—Porque con eso podrás destruir a Hernán si algo me pasa.
Acepté, sin pensarlo demasiado.
No por el trato, sino por ella.
El mes del engaño
Durante las siguientes semanas, jugamos a ser pareja.
Salidas públicas, cenas, fotos en redes sociales.
Todo parecía un teatro… hasta que dejó de serlo.
Valeria comenzó a reír más. Yo también.
Había algo entre nosotros que ninguno quiso nombrar.
Una noche, después de una reunión agotadora, se quedó dormida en el sofá de su oficina. Le puse una manta y me quedé mirándola. Ya no era la jefa implacable: era una mujer que había sobrevivido a todo, y aún seguía de pie.
El peligro
Todo parecía bajo control hasta que Hernán descubrió nuestro “romance”.
Una tarde irrumpió en la empresa con un sobre en la mano.
—Valeria, tengo lo que podría acabar contigo —dijo, con una sonrisa cruel.
Ella no se inmutó.
—¿Ah, sí?
—Tu verdadero nombre. Tu expediente. ¿Qué dirían los inversionistas si supieran que su directora nació en un orfanato con otro apellido?
Yo me levanté.
—¿Y eso qué importa? —dije, enfrentándolo—. Si logró todo lo que tiene por mérito propio, eso la hace más digna que cualquiera de nosotros.
Hernán me miró con desprecio.
—¿La defiendes porque te paga… o porque la deseas?
Valeria se adelantó.
—Porque me ama —respondió ella.
El silencio fue absoluto.
Hernán soltó una carcajada incrédula y se marchó, prometiendo volver.
La verdad del corazón
Cuando la puerta se cerró, Valeria me miró, con lágrimas contenidas.
—Lo siento —dijo—. No debí decir eso.
—No importa —respondí—. Lo dijiste tú, pero lo pensé yo hace tiempo.
Ella sonrió, apenas.
—¿Y ahora qué?
—Ahora dejamos de fingir.
Epílogo: Lo más preciado
Pasaron los meses. El contrato se firmó, Hernán desapareció de la escena y la empresa siguió creciendo.
Una tarde, Valeria llegó a mi escritorio con una sonrisa y una nueva caja de madera.
—¿Otra más? —pregunté.
—Sí —respondió ella—. Esta no tiene documentos. Solo una nota.
La abrí. Dentro había una simple hoja que decía:
“Lo más preciado que tengo ya no está en una caja. Está frente a mí.”
Levanté la mirada. Ella estaba allí, esperándome.
Desde entonces, nunca volvimos a fingir.
Porque lo que empezó como un pacto desesperado se convirtió en algo que ninguno planeó: una verdad disfrazada de mentira, un amor que nació en medio de un juego, pero que terminó siendo lo más real que ambos habían vivido.
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