“¡Cuida al borracho, a lo mejor se casa contigo!” — la frase que cambió el rumbo de aquella guardia 😲😲😲😲

Emily suspiró en silencio y siguió trabajando. Con cuidado, limpió las heridas con antiséptico, colocó vendas limpias y se aseguró de que el paciente respirara con regularidad. Apenas terminó, Susan Thompson, la enfermera jefe, entró en la habitación.

—¿Todavía perdiendo el tiempo con él? —preguntó con tono burlón.

Emily se irguió con cansancio y la miró con calma.
—Es un paciente, necesita cuidados.

—Sí, claro… solo no creas que te lo va a agradecer después —se mofó Susan, cruzándose de brazos.

Emily negó con la cabeza.
—Ahora lo importante es el paciente.

Se giró hacia él, ajustándole la manta… y de pronto el hombre se movió. Emily se quedó inmóvil, observando cómo sus párpados temblaban y sus dedos se cerraban débilmente.

—¿Me oye? —preguntó en voz baja.

Con dificultad, el hombre abrió los ojos. Tenían una neblina, pero buscaban orientación.
—¿Dónde estoy? —preguntó con voz ronca.

—En el hospital. Todo está bien, está a salvo —le dijo Emily con suavidad, colocando una almohada bajo su cabeza.

Él parpadeó, y su respiración se volvió un poco más tranquila.
—Agua…

Emily tomó un vaso y lo acercó con cuidado a sus labios. Bebió varios sorbos débiles, y después cerró los ojos de nuevo.

—Gracias… —susurró apenas audible.

Emily sonrió levemente. No podía imaginar que aquel paciente, al que todos llamaban “borracho” y en quien nadie más quería invertir tiempo, cambiaría su vida para siempre… y que, en menos de veinticuatro horas, todo el hospital sabría quién era realmente.