“La noche en que Ethan confesó amar a otra, Sophia solo pidió un regalo. Pero a la mañana siguiente, su cama estaba vacía… y sobre la mesa, un papel que lo dejó sin aliento, revelando un plan tan frío y calculador que parecía imposible de creer.”

Ethan no levantó la mirada cuando pronunció las palabras que sellarían su destino.
—Estoy enamorado de otra persona… perdóname —dijo, con voz apagada.

Sophia, de pie frente al fregadero, seguía en silencio. El agua corría, golpeando suavemente la cerámica mientras ella enjuagaba una taza. No giró la cabeza, no sollozó, no dejó escapar ni un suspiro. Solo secó la taza con un paño de cuadros, la colocó con cuidado en la repisa, y entonces se volvió hacia él.

—Está bien… si estás enamorado, vete —respondió con un tono tan calmado que a Ethan le resultó casi irreal. No había rastro de ira ni dolor. Era una voz limpia, plana, pero con algo más… algo que no supo identificar.

Él tragó saliva, incómodo. Esperaba gritos, lágrimas, reproches. No esa aceptación serena. Esa calma lo inquietó más que cualquier escena dramática.

Sophia dio unos pasos hacia la puerta y, antes de salir, añadió:
—Solo te pido una cosa… un regalo. Mañana, antes de que te vayas para siempre, quiero que me lo des.

No especificó qué regalo era. No pidió joyas, ni cartas, ni flores. Simplemente lo dejó ahí, flotando en el aire. Ethan asintió, confundido, y esa noche se acostó con la sensación de que algo en esa petición escondía un peso invisible.

La madrugada fue extraña. Ethan tuvo sueños fragmentados: el sonido de pasos, el murmullo de una voz conocida que no alcanzaba a entender, y una sensación de frío en la piel. Abrió los ojos varias veces, pero siempre volvía a dormirse, atrapado en un sopor espeso.

Cuando finalmente despertó, la luz del amanecer se filtraba por la ventana. Extendió el brazo, esperando encontrar el cuerpo cálido de Sophia, pero solo tocó sábanas frías. Se incorporó, confuso. La casa estaba en silencio.

Entonces la vio. Sobre la mesa, junto a una taza de café humeante, había una hoja doblada en dos. Reconoció la caligrafía perfecta de Sophia en el reverso.

Con el corazón acelerado, la abrió.

“No te preocupes por el regalo. Ya me lo diste. Era lo único que necesitaba: tu última noche.”

Debajo, había algo más escrito, en letras más pequeñas:
“Ahora eres libre. Y yo también.”

Pero lo que lo hizo soltar la hoja no fueron las palabras. Pegado al papel, con un pequeño trozo de cinta, había un mechón de su propio cabello. Ethan llevó la mano a la nuca y sintió una zona rapada, apenas perceptible.

La sangre se le heló. ¿Qué había hecho Sophia mientras él dormía?

Se levantó bruscamente, recorriendo la casa, llamándola. No respondió. En el armario faltaba su maleta, pero sobre la cama había un sobre cerrado con su nombre. Dentro, encontró fotos antiguas: él, dormido en distintos momentos de su vida juntos, siempre desde el mismo ángulo… y en todas, la misma cosa extraña: un pequeño mechón de cabello cortado, colocado sobre la almohada.

Ethan no recordaba jamás haberse dado cuenta.

La última foto era de esa misma noche. Su cuerpo, inmóvil, y la sombra de Sophia sosteniendo unas tijeras. Al reverso de la imagen, una sola frase:
“Te dije que sería solo un regalo.”

La cabeza le daba vueltas. ¿Era una especie de ritual? ¿Una venganza? ¿O algo mucho más retorcido?

El café seguía humeando en la mesa. El aroma le provocó un escalofrío. ¿Lo había drogado? ¿Era por eso que no podía despertarse del todo durante la noche?

Corrió a la ventana, esperando verla en la calle, pero no había rastro de ella. Ni un coche, ni una figura a lo lejos. Era como si se hubiera desvanecido.

Ethan volvió a mirar la nota. El papel temblaba entre sus dedos. Sintió que la casa entera, que antes era un lugar de rutinas y seguridad, ahora se había transformado en una jaula vacía, cargada de un silencio espeso.

Y, en el fondo, sabía que no la volvería a ver.

No porque hubiera decidido dejarlo… sino porque había terminado lo que fuera que había empezado mucho antes de esa noche.

Un regalo. Su última noche. Y algo que jamás comprendería del todo.