Entre sonrisas nerviosas y una confesión inesperada, Jomari Goyso revela a sus 43 años que se casó en privado y que su corazón pertenece a un nuevo amor del que casi nadie sabía

El momento duró menos de un minuto, pero bastó para incendiar las redes, dejar sin palabras a sus compañeros de programa y cambiar, para siempre, la forma en la que el público mira a Jomari Goyso.

En pleno segmento de televisión, rodeado de cámaras, luces y pantallas con imágenes de alfombras rojas, el experto en moda y personalidad de televisión —siempre afilado, siempre opinando sobre la vida ajena con una mezcla de humor y sinceridad brutal— decidió, por primera vez, sacar a la mesa algo que jamás había querido comentar:

Su propia vida sentimental.

Y lo hizo con una frase tan sencilla como demoledora:

—A mis 43 años… estoy casado. Y sí: tengo un nuevo amor en mi vida.

El estudio se quedó en silencio.
Ni una risa. Ni un comentario sarcástico. Ni un chiste rápido para romper la tensión. Nada.

Solo la imagen de Jomari, con esa sonrisa nerviosa que muy pocas veces deja ver, y el brillo en los ojos de alguien que sabe que acaba de cruzar una línea de la que no se vuelve.


El día que dejó de ser solo el que opina de todos

Quienes han seguido la carrera de Jomari saben que pocas cosas le incomodan más que hablar de su intimidad. Puede analizar el look de un artista, la postura en una alfombra, la coherencia de una imagen pública, los mensajes de un discurso. Pero cuando la conversación gira hacia él, se vuelve esquivo, juega con el humor, responde lo justo y nada más.

Por eso, cuando la conductora del programa —una amiga de años, suficientemente cercana como para arriesgarse— lanzó la pregunta de siempre, ninguno imaginó que esta vez la respuesta sería distinta.

—A ver, Jomari —dijo, entre risas—, tú opinas de todo el mundo, juzgas novios, bodas, vestidos, romances… pero de tu vida sentimental nunca dices nada. ¿Qué pasa con tu corazón a los 43? ¿Sigue soltero, ocupado, en pausa?

El guion no exigía nada nuevo. Lo normal, lo que todos esperaban, era un chiste:

“Mi corazón está casado con mi trabajo”,
“El drama amoroso lo dejo para las novelas”,
“No hay presupuesto para mantener un novio”.

Pero no.
No esta vez.

Jomari se acomodó en la silla, respiró profundo, miró al público y luego a la cámara. Esa mirada no era la del personaje. Era la del hombre.

—Creo que ya es hora de dejar de esconder algunas cosas —dijo, con calma.

La conductora abrió los ojos como platos.

—¿Eso significa que…?

—Significa —la interrumpió él, sin perder la sonrisa— que estoy casado. Y que sí, hay alguien que puede llamarse el nuevo amor de mi vida.

Boom.


Los rumores que llevaban años rondando

Para ser honestos, no era la primera vez que se especulaba sobre la vida amorosa de Jomari. Durante años, se han tejido toda clase de teorías: que si está solo por decisión, que si tuvo una historia oculta, que si vive un romance fuera de cámaras, que si “seguro hay algo que no cuenta”.

Las pistas eran mínimas: una foto mal encuadrada donde se veía una segunda taza de café en su mesa; una escapada de fin de semana que no coincidía con ningún trabajo; una risa distinta al ver un mensaje en su teléfono; un gesto de ternura captado fugazmente por el lente de alguien en un aeropuerto.

Pero Jomari siempre se encargó de mantener la línea entre lo público y lo privado tan clara como el filo de sus críticas.

—Yo hablo de la imagen —decía—. Mi vida personal no es parte del contrato.

Hasta ahora.

—Todo el mundo se cree con derecho a narrar mi vida —dijo en la entrevista—. A inventar, a suponer, a poner nombres, a tachar, a descalificar. Y mientras tanto, yo me quedo callado viendo cómo construyen una novela donde ni siquiera escribo los diálogos.

Hizo una pausa, bajó la mirada y agregó:

—Hoy, la verdad, ya no quiero que mi historia se cuente solo en boca de otros.


El matrimonio que nadie vio venir

La gran pregunta, por supuesto, no tardó en llegar.

—¿Cómo que estás casado? —soltó la conductora, incrédula—. ¿Desde cuándo? ¿Dónde? ¿Qué nos perdimos?

Él se rió, consciente del impacto.

—Hace unos meses —respondió—. No fue una boda de revista, ni de portada, ni de drones sobrevolando el salón. Fue algo mucho más sencillo… y mucho más importante para mí.

Contó que la boda se llevó a cabo en un lugar pequeño, lejos de la ciudad, con pocos invitados y cero medios.

—No quería una alfombra roja —explicó—. Quería una mesa larga con la gente que de verdad me conoce, que sabe quién soy cuando no estoy frente a una cámara, cuando no traigo traje, cuando no tengo que opinar de nadie.

Vestido con un traje sobrio, sin extravagancias, y acompañado de alguien a quien llamó simplemente “mi compañero”, Jomari intercambió votos sin poses, sin discursos ensayados, sin frases pensadas para ser trending topic.

—No hubo escenografía perfecta —recordó, sonriendo—. Hubo viento, un mantel que casi sale volando, un pastel que se inclinó peligrosamente y risas de verdad. Y eso, créeme, es mejor que cualquier montaje de producción.


¿Quién es el nuevo amor de su vida?

La conductora, en nombre de todos los curiosos del planeta, hizo la pregunta que estaba flotando en el aire:

—¿Quién es?

El foro entero contuvo el aliento.

Jomari se tomó un segundo. Podría haber soltado un nombre, una pista, un dato exacto. Podría convertirlo en el nuevo rostro perseguido por cámaras, memes, gifs y análisis. Pero no lo hizo.

—No voy a decir su nombre —respondió, con tranquilidad—. Y no porque tenga vergüenza, ni porque sea un misterio oscuro. Es porque él no firmó para este nivel de exposición. Firmó para caminar conmigo, no para ser tema de programa.

La conductora insistió con delicadeza:

—¿Ni una pista?

Él cedió… un poco.

—Puedo decir que no es una “carita famosa” —explicó—. No es alguien que viva de la cámara, ni del impacto, ni del escándalo. Es alguien que vive una vida normal, que ama su trabajo y que, por alguna razón extraña, decidió también amarme a mí.

Se rió, cómplice.

—Y créeme —añadió—, hay que tener paciencia para amarme. No soy precisamente un ser fácil.


Cómo empezó todo (sin alfombra roja ni flashes)

Sin entrar en detalles que pudieran identificarlo, Jomari accedió a contar cómo comenzó la historia.

—No fue un flechazo tipo película —contó—. Fue más bien un descubrimiento lento.

Lo conoció en un contexto completamente ajeno a la televisión. Nada de camerinos, nada de backstage, nada de eventos. Un taller, un proyecto vinculado a causas sociales, un grupo de personas intentando hacer algo útil lejos de reflectores.

—Yo estaba fuera de mi zona de confort —admitió—. Ahí no importaba si sabías quién iba vestida bien o mal, importaba si estabas dispuesto a escuchar, a ayudar, a entender otras realidades.

En ese ambiente, se toparon.
Al principio, fueron apenas intercambios de palabras, bromas pequeñas, comentarios al margen. Él no corrió a pedirle una foto, no le pidió saludos para nadie, no lo trató como “el famoso”, sino como uno más del equipo.

—Eso fue lo que más me desconcertó —dijo—. Estaba acostumbrado a que la gente se relacionara con la imagen. En él sentí que se relacionaba con la persona.

Con el tiempo, las charlas profesionales se convirtieron en conversaciones personales: comida favorita, miedos, hábitos, manías, sueños. Y algo cambió.

—Hubo una noche —recordó— en que estábamos hablando por teléfono de lo más normal y, sin darme cuenta, me descubrí pensando: “No quiero que esta llamada se acabe todavía”. Ahí supe que ya estaba metido hasta el fondo.


“El nuevo amor de mi vida”… ¿y los anteriores?

El título “nuevo amor de su vida” no pasó desapercibido. La conductora le cuestionó el peso de esas palabras.

—Eso de “amor de mi vida” suena grande —comentó—. ¿Por qué llamarlo así?

Jomari se quedó pensativo unos segundos.

—Porque es la primera vez que siento que alguien me ve completo —contestó—. Con mis luces, mis sombras, mis risas, mis obsesiones, mis contradicciones… y aún así se queda.

No negó, ni minimizó lo vivido antes.

—He querido y me han querido antes —aclaró—. No voy a borrar mi historia, ni mis afectos, ni mis errores. Pero esta vez es distinto. No estoy enamorado de la idea, ni del personaje, ni de la proyección. Estoy enamorado desde un lugar más calmado… y eso es nuevo para mí.

También reconoció que tuvo que hacer las paces consigo mismo antes de poder abrir esa puerta.

—Durante años, mi discurso interno fue “no tengo tiempo”, “no estoy hecho para eso”, “mejor sigo solo, que no duele” —confesó—. Pero al final descubrí que muchas de esas frases eran excusas elegantes para no arriesgarme.


Miedo, dudas… y un “sí” que lo cambió todo

La parte más vulnerable de su relato llegó cuando habló del momento de decir “sí” al matrimonio.

—Cuando él me lo propuso —contó—, lo primero que sentí fue miedo. Un miedo enorme.

No era miedo al compromiso por sí mismo, sino a lo que implicaba:

“¿Y si esto no funciona?”
“¿Y si fallo?”
“¿Y si el trabajo y la exposición lo complican todo?”

—Él fue muy valiente —reconoció Jomari—. Me dijo: “No te lo pregunto para tener una boda perfecta. Te lo pregunto porque contigo quiero un proyecto de vida. Si me dices que no, lo entenderé. Pero no quiero quedarme sin haberlo intentado”.

La frase lo desarmó.

—Entendí —dijo— que no se trataba de que yo estuviera listo, perfecto, resuelto. Se trataba de que estuviera dispuesto.

Y lo estuvo.

—Dije que sí —recordó—. Con miedo, con dudas, con mil preguntas. Pero lo dije. Y desde entonces, el miedo sigue ahí… pero de la mano de alguien, asusta menos.


Cómo cambió su vida diaria

Desde fuera, la imagen de Jomari sigue siendo la del crítico agudo, el hombre del traje perfecto, el que no perdona un detalle mal cuidado en la alfombra roja. Pero por dentro, reconoce que su día a día no es el mismo.

—Ahora, cuando salgo del set —contó—, hay alguien con quien quiero compartir cómo estuvo el día, más allá de lo que se vio al aire.

Los mensajes después del programa dejaron de ser sólo de productores, publicistas y fans. Ahora, también hay un “¿cómo te sentiste tú?” esperando su respuesta.

—Me pregunta cosas que casi nadie me pregunta —dijo—. No “¿qué tal el rating?”, sino “¿te divertiste?”, “¿te sentiste tú mismo?”, “¿no te agotó hablar tanto de eso?”. Y eso me coloca en otro lugar.

También hay pequeños gestos que lo aterrizan.

—Si llego a casa de mal humor por algo del trabajo —confesó—, él no se engancha. Me sirve una taza, me mira y me suelta: “Te aviso que aquí no estamos grabando. Puedes bajar el personaje”.

Ese tipo de comentarios, lejos de molestarlo, lo han ayudado a mantener la línea entre su vida en pantalla y su vida real.


Reacciones: entre el cariño y la curiosidad desatada

Mientras la entrevista seguía, en redes sociales ya se reproducían las frases clave:

“Estoy casado”.
“Tengo un nuevo amor en mi vida”.
“No daré nombres, pero lo amo”.

Los comentarios se dividieron de inmediato:

Quienes lo felicitaban sin reservas:

“Se merece todo lo bonito que le pase”.

“Qué valiente compartirlo así”.

“El amor siempre suma, nunca resta”.

Quienes exigían detalles:

“¿Quién es? ¡Queremos fotos!”

“Denme un nombre y un @, por favor”.

Y quienes, inevitablemente, opinaban desde la distancia sobre la edad, el momento, el “por qué ahora”.

Él, sin embargo, parecía estar preparado.

—La gente va a hablar igual —dijo en la entrevista—. Lo he entendido con los años. Prefiero que esta vez hablen con una parte de la verdad sobre la mesa, y no solo con sus fantasías.


El mensaje que deja su confesión

Antes de cerrar el segmento, la conductora le pidió que dijera unas palabras para quienes, como él, han aplazado durante años la posibilidad de abrirse al amor por miedo, por trabajo, por exposición o por pura costumbre.

—Lo único que puedo decir —empezó— es que el amor no tiene fecha de caducidad, pero la vida sí.

Hizo una pausa.

—No te voy a vender la idea de que todo es color de rosa —añadió—. Amar a alguien implica negociar tiempos, espacios, manías, heridas. Pero también te recuerda que no eres solo un personaje, una etiqueta, una marca. Eres una persona que siente, que se equivoca, que se ríe, que llora… y a la que también le gusta que la quieran sin cámara.

Miró a la cámara, con esa mezcla de ironía y ternura que lo caracteriza.

—Yo criticaba bodas, outfits, parejas… pero me faltaba mirarme a mí. A los 43, decidí que ya era hora de dejar de opinar tanto y atreverme a vivir lo mío. Y aquí estoy: casado, con miedo, con alegría, con un nuevo amor… y con la sensación de que, por primera vez, la crítica me importa poquito cuando llego a casa.


Cuando las luces se apagaron, el programa terminó y el foro empezó a vaciarse, Jomari se permitió un gesto que el público no vio: se recargó un segundo contra la pared del pasillo, respiró hondo y sonrió.

Su teléfono vibró.
Un mensaje corto, directo:

“Te vi.
Orgulloso de ti.
Te amo.
Nos vemos en casa.”

Era, seguramente, el comentario que más le importaba.

Porque, al final, más allá de titulares, hilos, memes y debates, lo que queda es esto:

Un hombre de 43 años que, después de una vida juzgando estilos y contando historias de otros, por fin se animó a admitir la suya:

Casado.
Enamorado.
Con un nuevo amor de su vida…
y sin ganas de esconderlo más.