Durante semanas, la pequeña Emma no permitió que nadie abriera su armario. Decía que era suyo, que guardaba “algo importante”. Su madre pensó que era fantasía infantil… hasta que, un día, lo abrió y descubrió un secreto tan perturbador que nunca volvió a mirar a su hija de la misma forma.

Durante semanas, Emma, de apenas ocho años, había convertido el armario de su habitación en su territorio sagrado. Cada tarde, después de la escuela, se sentaba en el suelo frente a las puertas de madera, las piernas cruzadas, como una guardiana silenciosa.

Su madre, Laura, pensaba que era una fase. Tal vez un juego de “castillo” o un escondite imaginario. Pero algo en la seriedad de la niña le provocaba una inquietud que no terminaba de comprender.

—Cariño, ¿qué guardas ahí dentro? —preguntó una noche.
—Nada… —respondió Emma, sin apartar la vista del armario—. Solo que no quiero que nadie lo abra.

El misterio crece

Los días pasaban y la actitud de Emma se volvía más protectora. No permitía que su madre limpiara cerca del mueble, y cualquier intento de acercarse provocaba un “¡no!” rotundo, poco común en la niña.

Laura trató de respetar el espacio, pensando que la curiosidad infantil pronto se disiparía. Pero comenzó a notar detalles extraños: a veces, por la noche, creía escuchar susurros provenientes de la habitación de Emma. Otras, un suave golpeteo contra la madera del armario.

El jueves lluvioso

Aquel jueves, la lluvia golpeaba las ventanas con fuerza. Emma estaba en el colegio y Laura decidió que ya no podía ignorar más el asunto. Subió a la habitación con la intención de limpiar y, de paso, echar un vistazo dentro del armario.

Se arrodilló frente a las puertas y notó que estaban cerradas con un candado viejo, uno que ella no recordaba haber comprado. El metal estaba frío y húmedo al tacto, como si hubiese estado expuesto a la intemperie.

Buscó en los cajones y encontró una pequeña llave envuelta en un pañuelo, escondida bajo la cama.

La apertura

Con un clic, el candado se abrió. Laura respiró hondo y tiró de las puertas. El olor que salió la hizo retroceder: una mezcla de humedad, tierra y algo más, difícil de identificar.

Dentro, no había ropa ni juguetes. En su lugar, había una caja de madera, una muñeca antigua con los ojos vidriosos… y, en el fondo, un cuaderno infantil, con la letra torpe de Emma en la portada: “No leer”.

El contenido del cuaderno

Laura no pudo evitar abrirlo. Las primeras páginas parecían inocentes: dibujos de casas, flores y animales. Pero, a medida que pasaba las hojas, los dibujos se volvían más oscuros: figuras humanas con rostros borrados, sombras alargadas y frases como “no dejes que salga” y “me habla por la noche”.

En una página central, había un dibujo del propio armario, con una figura negra asomando desde dentro. Debajo, Emma había escrito: “Se llama Mara. Quiere vivir aquí”.

El regreso de Emma

Laura cerró el cuaderno de golpe al escuchar pasos en el pasillo. Emma había vuelto de la escuela y, al ver las puertas del armario abiertas, soltó un grito desgarrador.

—¡Te dije que no lo abrieras! —gritó, con lágrimas en los ojos.

—Emma, cariño, ¿qué es esto? —preguntó Laura, intentando calmarla.

La niña, temblando, señaló el interior del armario:
—Ahora va a venir… me lo prometió.

Lo inexplicable

En ese instante, una ráfaga de aire frío recorrió la habitación, a pesar de que las ventanas estaban cerradas. La muñeca del interior del armario cayó al suelo por sí sola, y el candado, que Laura había dejado sobre la cama, se cerró con un chasquido metálico.

Laura, intentando mantener la calma, abrazó a su hija y cerró de nuevo las puertas, asegurándolas con el candado. Esa noche, movió el armario al sótano, pero no pudo quitarse de la mente la sensación de que algo había cambiado en la casa.

Conclusión

Nunca volvió a preguntarle a Emma sobre “Mara”. El cuaderno desapareció misteriosamente semanas después, y la niña dejó de sentarse frente al armario… pero a veces, cuando la lluvia golpea las ventanas, Laura cree escuchar un leve golpeteo proveniente del sótano.

Aquel viejo mueble ya no está en la casa —Laura lo regaló, sin decir a quién—, pero el recuerdo de ese jueves lluvioso y de lo que encontró adentro sigue siendo una sombra silenciosa en su memoria.