“A los 82 años, Rafael demuestra que la edad es solo un número: lejos del glamour de los escenarios, el artista vive una vida sencilla, marcada por la gratitud, la disciplina y una filosofía que ha inspirado a millones. Su historia es una lección de vida que emociona y sorprende.”

A sus 82 años, Rafael Martos, el eterno Raphael de Linares, sigue siendo una de las figuras más queridas y admiradas del mundo de la música en español.
Pero lejos de los focos, de los trajes brillantes y los grandes escenarios, el artista vive una vida que muy pocos imaginan: tranquila, disciplinada, y llena de propósito.

Muchos podrían pensar que, tras más de seis décadas de carrera, el intérprete de “Yo soy aquel” se habría retirado por completo, disfrutando de una jubilación dorada.
La realidad, sin embargo, es otra. Rafael sigue trabajando, creando, soñando y agradeciendo cada día.


I. El hombre que desafió al tiempo

Desde muy joven, Rafael fue conocido por su voz única, su energía inagotable y su estilo teatral incomparable.
Hoy, a los 82 años, conserva la misma elegancia, aunque con una serenidad diferente.

“No me gusta hablar de vejez —dice con una sonrisa—. Prefiero hablar de experiencia. Los años no me pesan, me enseñan.”

Su secreto, asegura, está en su forma de vivir: orden, moderación y pasión por lo que hace.
Cada mañana se levanta temprano, hace ejercicio ligero, desayuna fruta y té, y dedica horas a leer o ensayar canciones antiguas que aún le emocionan.

“Cantar me mantiene vivo. La voz cambia con los años, pero el alma que canta, no.”


II. El milagro de una segunda vida

Rafael no olvida el momento que cambió su destino para siempre: el trasplante de hígado que recibió en 2003, un suceso que marcó un antes y un después en su vida.

“Fue como volver a nacer. Entendí que estaba aquí por algo más, y decidí cuidar lo que me quedaba como un tesoro.”

Desde entonces, ha sido un defensor activo de la donación de órganos y un ejemplo de superación.
Su historia de salud, lejos de frenarlo, lo impulsó a seguir recorriendo escenarios, grabando discos y cumpliendo metas.

“Cuando has estado tan cerca del final, aprendes a valorar cada mañana como un regalo. Yo ya viví una segunda vida.”


III. Una vida sencilla y llena de afectos

Quienes lo conocen dicen que, en su día a día, Rafael es un hombre sencillo, meticuloso y profundamente familiar.
Vive entre Madrid y su casa de campo, donde disfruta de largos paseos y de los almuerzos con su esposa, Natalia Figueroa, con quien lleva más de 50 años de matrimonio.

“Ella es mi equilibrio. En un mundo de luces, ella siempre fue mi sombra buena, mi paz.”

Sus hijos y nietos lo visitan con frecuencia, y él se emociona al hablar de ellos.

“La fama es efímera, pero el amor de la familia es eterno. No hay aplauso que se compare con el abrazo de un nieto.”


IV. El arte como medicina

A pesar de su edad, Rafael no ha perdido el deseo de trabajar.
De hecho, dedica parte de su tiempo a repasar su repertorio y a preparar nuevos proyectos musicales.

“No canto para demostrar nada. Canto porque es mi manera de agradecer. La música me curó más que cualquier medicina.”

En su casa, conserva cientos de vinilos, partituras y recuerdos de giras por todo el mundo.
Algunos días, dice, se sienta al piano solo para tocar los primeros acordes de “Mi gran noche”, la canción que considera su amuleto.

“Cada vez que la toco, me transporta a mis 20 años. Y entonces me siento joven otra vez.”


V. La vejez, según Rafael

A diferencia de muchos artistas de su generación, Rafael no teme hablar del paso del tiempo.
Pero lo hace desde una perspectiva llena de gratitud.

“Envejecer es un privilegio. Muchos no llegaron hasta aquí. La edad no se sufre, se honra.”

Rechaza los clichés de la jubilación y asegura que la clave está en mantenerse curioso.

“El día que dejas de aprender, envejeces. Por eso leo, escucho música nueva y me rodeo de jóvenes. La energía se contagia.”

Su humor sigue intacto.

“Tengo arrugas, sí, pero son medallas de vida. No pienso esconderlas. Cada una me recuerda algo que viví.”


VI. El legado de un inmortal

Hoy, a sus 82 años, Rafael no busca más premios ni reconocimientos.
Su mayor orgullo, dice, es haber emocionado a varias generaciones sin dejar de ser él mismo.

“El éxito no es llenar estadios, es seguir conmoviendo corazones. Si mis canciones siguen sonando, entonces sigo vivo.”

En sus entrevistas más recientes, repite una frase que se ha convertido en su mantra:

“No he venido a sobrevivir, he venido a vivir.”

Y eso hace cada día, con humildad, con amor y con la certeza de que su historia seguirá resonando mucho después de que bajen las luces del escenario.


VII. Epílogo: el alma que nunca envejece

Cuando se le pregunta si teme al futuro, Rafael sonríe.

“No temo al final. Temo a no aprovechar el presente. Todavía me queda mucho por cantar.”

Y mientras habla, su voz —la misma que conquistó al mundo hace más de 60 años— vibra con una mezcla de nostalgia y esperanza.

A los 82 años, Rafael no vive en la nostalgia, sino en la plenitud.
Su vejez no es un retiro, sino una celebración silenciosa de todo lo que fue, lo que es y lo que sigue siendo:
un hombre que canta porque el corazón aún tiene melodías por contar.